El próximo 20 de julio se cumplen cien años del asesinato de Francisco Villa, a quien acribillaron junto a sus escoltas al interior de su automóvil Dodge. Una semana después del magnicidio, EL UNIVERSAL GRÁFICO se dio a la tarea de publicar las memorias del polémico personaje, según se las dictó a su amigo, el también luchador de la Revolución Mexicana, el doctor Ramón Puente.

Las páginas de EL GRÁFICO, diario de alta circulación en la ciudad de México de la década de 1920, difundieron detalles -para entonces inéditos- sobre la vida de Doroteo Arango, desde sus primeros años de vida hasta las hazañas revolucionarias que le dieron fama.

Gracias a que el doctor Puente se esforzó en ser fiel a las palabras originales, conservó “el estilo llano, en algunos puntos hasta vulgar” del hablar cotidiano que los lectores de EL UNIVERSAL le conocieron a Villa un año atrás con nuestra exclusiva “Una semana con Pancho Villa en Canutillo”.

La primera entrega de estas Memorias, aquel 26 de julio de 1923, fue una página que dedicaron a los recuerdos que guardaba Arango de su niñez y de cómo, ya siendo un joven, comenzó sus encontronazos con la ley, que caracterizaron la polémica de su vida desde antes de ser un adulto.

Los Arango Arámbula vivían en una comunidad donde escaseaban las oportunidades de trabajo, a diferencia de pueblos duranguenses como Mapimí, a unos 100 kilómetros de San Juan del Río, que subsistió varios siglos gracias a las labores mineras. Foto: Wikimedia Commons.
Los Arango Arámbula vivían en una comunidad donde escaseaban las oportunidades de trabajo, a diferencia de pueblos duranguenses como Mapimí, a unos 100 kilómetros de San Juan del Río, que subsistió varios siglos gracias a las labores mineras. Foto: Wikimedia Commons.

Trabajó para sacar a su familia de la pobreza extrema

Después de su nacimiento en un rancho del pueblo de San Juan del Río, Durango (1878), lo primero que Francisco Villa diría es que su padre murió cuando él y sus cuatro hermanos eran muy pequeños, de modo que ellos cinco y su madre fueron una familia que definió como “sumamente pobre”.

De aquella pérdida, agregó, “no puedo olvidar que esa orfandad fue causa de que en nuestra miserable choza hubiera días en que ni siquiera había qué comer”.

Las escenas con que Villa dio a conocer sus primeros años concuerdan con la situación tan difícil que describió. Sus primeros pesos, para ayudar a su madre, los ganó recolectando y vendiendo zacate en el monte.

De niño, Doroteo Arango no creció rodeado de minas, ganado o libros. Los recursos de los que se valía su familia eran zacate y leña del monte. Imagen elaborada por Iván Vargas/ EL UNIVERSAL.
De niño, Doroteo Arango no creció rodeado de minas, ganado o libros. Los recursos de los que se valía su familia eran zacate y leña del monte. Imagen elaborada por Iván Vargas/ EL UNIVERSAL.

Con el tiempo juntó suficiente dinero para comprar un burro que, aseguró, fue su primer amigo y compañero. Los años le dieron el oficio de leñador y se sentía satisfecho de que tal esfuerzo le permitía comprar “unos trapos para cubrir nuestros cuerpos”.

El adolescente Doroteo y sus hermanos lucían la conocida imagen, que hoy se considera estereotipo, de mexicanos vestidos con ropa de manta blanca muy sencilla, huaraches, rebozos y sombreros tejidos.

En algún punto se cansó de la vida de leñador y decidió ser comerciante, luego de llegar a la conclusión de que “si uno sigue trabajando como burro, uno mismo llega a ser burro también, y no puede salir de su miseria ni satisfacer sus deseos”.

Sus primeras mercancías las consiguió con el apoyo de un tal “don Pablo Valenzuela de Canatlán”, que habría conocido a su padre. En memoria de que el difunto amigo era honrado, así como enterado de las dificultades de los Arango, don Pablo le hizo favores al muchacho que le ayudaron a salir adelante.

La distancia entre Canatlán y San Juan del Río ronda los 40 kilómetros. Aquí vivió don  Pablo, un amigo de Agustín Arango, el padre de Pancho Villa. Foto: Jose Badillo/Wikimedia Commons.
La distancia entre Canatlán y San Juan del Río ronda los 40 kilómetros. Aquí vivió don Pablo, un amigo de Agustín Arango, el padre de Pancho Villa. Foto: Jose Badillo/Wikimedia Commons.

Fue gracias a aquellos primeros negocios que el futuro caudillo compró “poco a poco” sus primeros zapatos y pantalones. Pese a que no tuvo educación escolar, explicó que llevaba sus cuentas anotando “rayitas” en un papel, y el éxito fue suficiente para “mandar a mis hermanitos a la escuela, para que siquiera aprendieran a leer y escribir”.

De pensador a fugitivo, desde los 16 años

Villa le aseguró al Dr. Puente que desde su adolescencia ya reflexionaba en temas que sin duda se perciben como un vínculo con su futuro guerrillero. En su época de leñador, dijo, tuvo muy pocos amigos y por lo tanto platicaba consigo mismo o “con el burro, mi amigo de siempre”.

De ese modo llegó a reflexionar en “la enorme diferencia que existe entre los ricos y los pobres, y pensé en las injusticias del mundo”.

“No podía entender bien por qué las pobres gentes que trabajan en las haciendas todo el día, bajo los ardientes rayos del sol, no ganan ni lo suficiente para ganarse unas cuantas tortillas, y otros ni siquiera para eso, mientras que sus jefes viven, sin hacer nada, en sus palacios, y nunca carecen de nada”.

Este sería el paisaje en el que creció el general Francisco Villa, que como gran parte de Durango tiene clima semi árido: calor y no mucha vegetación. Se trata de Llano del Pino en San Juan del Río. Foto: Wikimedia Commons.
Este sería el paisaje en el que creció el general Francisco Villa, que como gran parte de Durango tiene clima semi árido: calor y no mucha vegetación. Se trata de Llano del Pino en San Juan del Río. Foto: Wikimedia Commons.

Si bien podría considerarse esto como un posible antecedente que explica por qué el eventual bandolero se unió a la causa de la Revolución, lo cierto es que el joven no encaminó sus pasos a la vida intelectual.

A sus dieciséis años, por idea de su madre, la familia comenzó a trabajar para una hacienda es decir, como medieros. Ahí tuvo lugar un suceso que involucró a una de sus dos hermanas, que empezó a recibir la atención del hijo del patrón “quien, como otros hijos de hacendados ricos, gozaban en deshonrar a las hijas y esposas de los peones”.

Villa aseguró que el hombre en cuestión era consciente de los malos ojos con que Doroteo miraba la situación, pero que sólo actuaba de manera más insolente. Una noche el joven jornalero descubrió al “hijo del amo” rondando la casa de los Arango y lo regañó.

Tras hacerse de palabras comenzó una pelea en que Doroteo arrebató la pistola del joven hacendado y le disparó. Consciente de que la ley daría prioridad al rico y no al pobre, caminó sin rumbo por días, sin comer y bebiendo sólo agua de charcos. Hasta aquí la primera entrega, de seis, la segunda la próxima semana.

Google News

TEMAS RELACIONADOS