La reunificación territorial y política alemana se confirmó la madrugada del 3 de octubre de 1990, con el repique de campanas y júbilo en las calles. EL UNIVERSAL lo describió como el “renacimiento pacífico de una Alemania unida y simultáneamente democrática”.
Para el 2 de diciembre de 1990, el país europeo tuvo sus primeras elecciones para el Parlamento Federal desde los años 30, pues el dominio del régimen Nazi, las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría impidieron cualquier ejercicio democrático.
El entonces canciller de la República Federal Alemana, Helmut Kohl, declaró que los germanos “nos alegramos por la unidad, pero también debemos hacer frente a grandes problemas. […] Alemania ha aprendido de su historia y no deben temerle. Pido a nuestros vecinos, nuestros socios y amigos que nos den esta oportunidad”.
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Para 1989, las dos Alemanias tenían un aproximado de 78 millones de habitantes y la mayor riqueza de Europa. Ante ese panorama se firmó, el primero de octubre de 1990, el tratado que suspendió derechos y obligaciones que las cuatro potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial tenían sobre territorios germánicos.
Helmut Kohl, quien desde 1982 se desempeñó como canciller de la Alemania Occidental, fue el principal impulsor de la unión y confiabilidad alemana en escenarios internacionales.
Por ejemplo, para el 26 de noviembre de ese año, se solicitó que el Banco Eurored, una institución bancaria de la Comunidad Europea –antecedente de la Unión Europea–, se estableciera en Fráncfort, pero la oferta recibió numerosas críticas por considerar que “podría destruir el equilibrio continental, otorgando mayor peso al punto de vista germano”.
Los acuerdos comerciales avanzaron con reservas para la recién reunificada Alemania. México fue uno de los países que sí fortaleció su relación con la nación europea y, para finales de 1990, su interacción comercial alcanzó los 2 mil millones de dólares.
A pesar de los bienintencionados y apresurados intentos del gobierno interino de Kohl para la unificación alemana, la disparidad entre ambos territorios dificultó que todos los sectores colaboraran o celebraran la integración.
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En un reportaje de la cadena televisiva estadounidense C-SPAN se expuso la tensión cambiaria entre habitantes de las Alemanias Oriental y Occidental. Hubo transacciones en el mercado negro para cambiar dinero de la República Democrática por monedas de la República Federal, donde 15 marcos del lado soviético apenas cubrían un marco del lado capitalista.
Reportaje de C-SPAN en Berlín Occidental, en abril de 1990. La diferencia monetaria urgió a estandarizar precios y valores; para finales de 1990, la disparidad descendió y 2 marcos de la Alemania Oriental igualaron a uno del apartado Occidental. Fuente: YouTube.
La capitalización de la República Democrática Alemana –apegada al tambaleante modelo soviético– avanzó con rapidez. La firma Treuhand privatizó o clausuró numerosas empresas públicas y recabó más de mil millones de dólares para las arcas nacionales.
Con los ajustes económicos y empresariales aumentó índice de desempleo en el lado Oriental. EL UNIVERSAL reportó que, para noviembre de 1990, al menos 800 mil personas estaban sin trabajo y se estimó que aumentarían a más de 1 millón 700 mil afectados para 1991.
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La corriente comunista decepcionó a los habitantes de la República Democrática, sobre todo cuando resintieron la disparidad económica que los separó de la República Federal; así avanzaron hasta el 2 de diciembre de 1990, día de las elecciones federales.
Para el primer ejercicio democrático de la Alemania reunificada se sometieron a sufragio universal y directo los 656 representantes de estados federados y el cargo de canciller.
Desde ese momento se estableció que cualquier partido que aspire al Bundestag debe alcanzar, como mínimo, el 5% de los votos. Para 1990, las dos regiones alemanas contabilizaron 60 millones de electores, 12 de la extinta República Democrática y 48 de la República Federal.
Helmut Kohl fue candidato por el Partido de la Unión Democrática Cristiana, la Unión Socialcristiana y el Partido Demócrata Libre; su principal rival fue Oskar Lafontaine, primer ministro de Sarre –uno de los 16 estados federados de Alemania– y candidato de izquierda por el Partido Socialdemócrata.
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EL UNIVERSAL recuperó estimaciones de analistas alemanes sobre la primera elección libre, pronosticando que la corriente democristiana tendría más del 50% de votos para el Bundestag y mantendrían la cancillería. Se auguró que los socialdemócratas tendrían 34% de aprobación.
“Son muchos los que han luchado pacíficamente durante décadas por el derecho a votar en libertad”, declaró Helmut Kohl el 2 de diciembre de 1990, día de las elecciones. El entonces canciller interino pidió que ningún ciudadano se confiara o desilusionara por las votaciones, pues “nadie debe pensar que su voto no tiene importancia”.
A pesar de la trascendencia de dicho ejercicio democrático, EL UNIVERSAL confirmó que sólo 79% del electorado alemán votó en 1990.
Sin sorpresas, la alianza democristiana obtuvo el 54% de los votos, con mayoría definitiva en el Bundestag –398 escaños– y la cancillería federal. Los socialdemócratas de Lafontaine sólo tuvieron 226 representantes en el parlamento.
Hubo otras agrupaciones políticas menos favorecidas en la elección, como los llamados Verdes del partido ecológico de Alemania, quienes se quedaron sin escaños.
Esta casa editorial recuperó las declaraciones del canciller Kohl, quien celebró la jornada electoral como “un gran triunfo y algo para enorgullecerse. Este es el sello democrático a la unificación germana y el inicio de un nuevo capítulo en la historia del país”.
Oskar Lafontaine atribuyó su derrota a la “habilidad de Kohl para capitalizar los eventos que encabezó, como la revolución pacífica de la Alemania Federal” y la reunificación de las dos regiones, como si todas sus decisiones como canciller interino fueran estrategia de proselitismo.
El comentarista político alemán, Johannes Gross, aseguró que las elecciones fueron “una ratificación de la unidad alemana. Los [partidos] que se opusieron a ella salieron castigados”, como ocurrió con los Verdes o los socialdemócratas, quienes mantuvieron una postura renuente ante la reunificación.
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Para el 5 de diciembre del 90, la alianza ganadora en las elecciones comenzó sus negociaciones para ajustar las políticas que tomarían en la Alemania reunificada.
El Partido Demócrata Liberal solicitó un “régimen fiscal privilegiado” para los territorios que ocupó la República Democrática Alemana, debido a su deteriorada posición económica. Propuso una disminución de impuestos sobre las ganancias empresariales y salariales, al menos por seis años.
Las uniones cristianas se negaron a tales medidas, pues “costarán caro al presupuesto del Estado, ya fuertemente deficitario por la carga financiera de la unificación”, según informó EL UNIVERSAL.
El halo de unión y confiabilidad pendió de un hilo. El expresidente de la Alemania Oriental, Erich Honecker, declaró el 17 de diciembre que, a pesar de la democratización y reunificación, el territorio germánico se dirigía hacia un “cuarto Reich”, ahora dominado por el dinero y capitalismo.
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El político comunista, acusado por la muerte de ciudadanos alemanes que intentaron cruzar hacia el lado occidentalizado, aseguró que un tercio de la fuerza laboral de la República Democrática Alemana perdería su trabajo, crisis que exacerbaría el descontento social.
Para el 17 de enero de 1991 se realizó la toma de protesta de Helmut Kohl como canciller de la Alemania reunificada, justo cuando iniciaron las críticas por la baja representación que tuvo la antigua parte soviética en el renovado Bundestag.
Aunque el gobierno democristiano aprobó numerosos incentivos fiscales para fomentar la inversión privada en territorios de la República Democrática, el índice de desempleo no disminuyó.
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En su edición del 26 de marzo de 1991, EL UNIVERSAL informó sobre las declaraciones de Janusz Koriwn-Mikke, líder político de Polonia, quien aseguró que la complicada situación económica “podría originar un resurgimiento del nazismo y el derrocamiento del actual gobierno alemán”.
Las protestas nacionalistas comenzaron, sobre todo en los estados orientales de Alemania. Según los reportes de EL UNIVERSAL, grupos de “cabezas rapadas” –agrupaciones neonazis– realizaron numerosos actos de violencia en los primeros meses de 1991, en especial contra extranjeros.
Hasta el 24 de junio, Helmut Kohl aceptó la “nueva ola de racismo, nacionalismo y antisemitismo” que creció en la Alemania reunificada, cuando ya había más de 35 mil neonazis activos en el territorio. Se detuvo a decenas de extremistas, pero no se eliminó la disparidad económica que desató a gran parte de los radicalizados.
Para el 17 de diciembre de 1991, más de un año después de las primeras elecciones libres en la Alemania unida, el partido democristiano determinó igualar, de una vez por todas, las condiciones socioeconómicas entre el este y oeste alemán, algo que tomó años alcanzar.
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La esperanza no duró tras la unificación alemana y el gran mérito electoral de 1990 tampoco fortaleció la unión nacional. La disparidad económica y política entre las dos Alemanias azotó el ánimo de los pobladores, evidente resultado de todos los conflictos de décadas pasadas.