Texto: Carlos Villasana

Con la llegada de las cámaras, las familias mexicanas, además de capturar en imagen todo tipo de retratos, aniversarios y celebraciones, encontraron en la una forma tangible y fidedigna de tener y conservar en sus álbumes otros eventos acaecidos dentro del seno familiar como fallecimientos, entierros y hasta visitas al cementerio.

Las razones para realizar este tipo de registro eran diversas: desde tener una foto de recuerdo para la posteridad, hasta envíos en forma de postal a distintos familiares del interior de la República, o a otro país, para constatar la partida de un pariente.

En algunos casos, las fotografías en panteones eran enmarcadas y se ponían a la vista, para así constatar que las viudas y los viudos eran realmente quienes decían ser, y la evidencia era precisamente esa foto al pie de la tumba del ser querido que había fallecido.

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En el caso de las mujeres, después del obligado luto de un año y el vestido negro, quedaba siempre esa foto enmarcada como prueba fehaciente de haber pasado su viudez con las normas de conducta que le exigía la sociedad de entonces. Para saber más de este tema, entrevistamos al periodista David Galicia Sánchez, quien se especializa en el rescate de la memoria urbana de la Ciudad de México.

Retrato de joven viuda, de luto, en las escalinatas de su hogar. La imagen es de los años 20 del siglo pasado. Col. Carlos Villasana.
Retrato de joven viuda, de luto, en las escalinatas de su hogar. La imagen es de los años 20 del siglo pasado. Col. Carlos Villasana.

Fotografía de la muerte como parte de lo cotidiano

Al hablar de la llegada de las primeras cámaras al territorio nacional, David Galicia comentó que durante las primeras décadas del siglo XX, México experimentó una profunda transformación social, tecnológica y cultural que impactó en las prácticas fotográficas.

Galicia Sánchez dijo que al igual que ocurre con todo invento tecnológico, los dispositivos se fueron haciendo cada vez más compactos, baratos y accesibles para más personas.

Este progresivo abaratamiento de las cámaras y de los procesos de revelado permitió que amplios sectores de la población accedieran a la imagen fotográfica, ya no solo como un servicio profesional, sino también como una herramienta capaz de preservar momentos significativos de la vida cotidiana.

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“Esta ‘democratización’ tecnológica amplió la capacidad de crear registros visuales, con mejores materiales, más duraderos, de celebraciones, reuniones familiares, nacimientos, bautizos y otros ritos sociales, asegurándose de que estos objetos permitirían preservar esos instantes mucho más tiempo y compartirlos con más personas. Solo pensemos en el cuidado extremo que se debía poner al enviar a otro estado, o incluso a otro país, un daguerrotipo en una placa metálica, en comparación con lo sencillo que sería enviar una postal impresa sobre papel”, añadió Galicia.

Imagen de niño posando junto a la tumba de su madre, año de 1922. Col. Carlos Villasana.
Imagen de niño posando junto a la tumba de su madre, año de 1922. Col. Carlos Villasana.

Y aunque los retratos y los momentos amenos fueron lo común, lo cierto es que también fue posible capturar sucesos trágicos, como enfermedades, accidentes o muertes, que comenzaron a ser registrados por las personas de a pie que tuvieran una cámara a la mano, sin la mediación de un fotógrafo profesional.

Entre los años 20 y 30 del siglo XX surgió una práctica que podríamos calificar como “híbrida”, entre la foto post mortem, muy popular en el siglo XIX y la familiar moderna. Pronto, esta tendencia adquirió nuevas funciones simbólicas y sociales.

“Si nos ubicamos en el contexto de esas décadas, los años posteriores a la Revolución Mexicana, un periodo entre las dos grandes guerras mundiales y una constante industrialización, el país estuvo marcado por procesos migratorios internos crecientes, donde muchas familias se desplazaban a la capital o a ciudades grandes, la fotografía brindaba la posibilidad de establecer un puente entre distancias insalvables.

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“En este contexto, el registro fotográfico de la muerte también se volvió un mensaje, un ‘comprobante visual’ que se enviaba por correo a parientes que, por razones económicas o geográficas, no podían asistir a los rituales funerarios”, explicó nuestro entrevistado.

Retrato familiar de la abuela muerta. Año de 1928. Col. Carlos Villasana.
Retrato familiar de la abuela muerta. Año de 1928. Col. Carlos Villasana.

Fue un fenómeno mexicano en esta época como documento de verificación social, especialmente en casos de muerte. A decir del investigador, esta práctica se relaciona con dos procesos históricos: por un lado, la migración interna, especialmente del campo hacia la capital y las ciudades industriales, y por el otro, la consolidación del correo nacional, que hacia los años treinta tenía mayor cobertura y menores costos.

Podemos afirmar que en el caso de la muerte, la fotografía cumplía una función similar a la del telegrama o del acta civil: daba fe de que un suceso había ocurrido, y en ciertos casos, servía para certificar a las viudas de su condición ante la comunidad, la iglesia o para trámites legales. Colocar la foto del marido fallecido en la casa era prueba simbólica, pero también documental.

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De ritual cotidiano a práctica perturbadora

La imagen no solo era un recuerdo íntimo, sino un medio para “validar” una realidad ante terceros. Así, por ejemplo, las viudas enlutadas podían colocar en la casa una fotografía del difunto como prueba de su nueva condición social, indispensable en ciertos contextos jurídicos o comunitarios.

Esta idea coincide con estudios contemporáneos sobre fotografía y ritual que subrayan la dimensión comprobatoria de la imagen en sociedades que transitan hacia la modernización, como plantea el historiador del arte Geoffrey Batchen.

Mujer viuda mirando la modesta tumba de su esposo en alguna zona rural. Años 30. Col. Carlos Villasana.
Mujer viuda mirando la modesta tumba de su esposo en alguna zona rural. Años 30. Col. Carlos Villasana.

El periodista Galicia Sánchez nos señaló que el género de la fotografía post mortem, muy común en el siglo XIX en México, Estados Unidos y Europa había comenzado a caer en desuso al iniciar la década de 1920, debido a factores como la caída en la mortalidad infantil, el acceso masivo a cámaras económicas y una creciente preferencia de velar los cuerpos en agencias funerarias, en vez de las casas.

Con el tiempo, la fotografía post mortem pasó de ser un ritual cotidiano en la clase media a convertirse en una práctica excepcional y, para muchos, perturbadora. Aunque la práctica se consideraba cada vez más inquietante, no desapareció la intención de registrar la relación con la muerte, al mismo tiempo que nuevas influencias estéticas y documentales se ponían en boga con fotógrafos extranjeros activos en México, como Guillermo Kahlo o Hugo Brehme.

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Las tendencias pictorialista y naturalista en la fotografía de los años 20 y 30

Durante la década de 1920 y 1930, la fotografía mexicana vivió una tensión entre dos tendencias: la “pictorialista”, que buscaba emular la pintura, y la tendencia moderna, que abogaba por una representación más directa de la realidad.

El periodista David Galicia nos explicó que al emplear los métodos de acercamiento y reproducción de la realidad que los pintores usaban era usual que los fotógrafos retrataran imágenes con rasgos similares a la pintura; por ejemplo, personas posando para lograr cierta intención o transmitir algo en específico.

Viudo visitando la tumba de su esposa en los años 20. Col. Carlos Villasana.
Viudo visitando la tumba de su esposa en los años 20. Col. Carlos Villasana.

Otro ejemplo son las fotos en las que algunas personas aparecen junto a féretros o tumbas expresando tristeza por la partida de su ser querido o imágenes de las filas de tumbas en los cementerios, de manera similar a como los paisajistas plasmaban un jardín o un claro en medio de un bosque.

“El registro fotográfico de la muerte en espacios domésticos y urbanos también adoptó estas discusiones. En algunos casos, las imágenes buscaban componer escenas solemnes, con poses cuidadas y gestos ceremoniales, influenciadas por la tradición pictórica.

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“En otros, el fotógrafo, a veces un familiar con poca experiencia, capturaba la escena con un enfoque más ‘naturalista’, sin retoques ni iluminación estudiada. Estas diferencias responden tanto a cuestiones estéticas como sociales: en comunidades indígenas y rurales persistió por más tiempo la estética ritualizada, mientras que en zonas urbanas se impuso un registro más sencillo”, ahondó nuestro entrevistado.

La importancia de la fotografía familiar en los años 30

“Con la popularización de la cámara doméstica, la muerte dejó de ser un suceso excepcional en los archivos fotográficos familiares. Así como se fotografiaban cumpleaños, excursiones escolares o visitas a Chapultepec, también se fotografiaban los momentos finales de un ser querido, su entierro o el arreglo de la tumba el Día de Muertos, fotos que usualmente también solían servir para adornar las ofrendas o pequeños altares”, señaló Galicia.

Viuda lleva flores a la tumba de su esposo, la imagen es de la década de los años 80. Col. Carlos Villasana.
Viuda lleva flores a la tumba de su esposo, la imagen es de la década de los años 80. Col. Carlos Villasana.

Este fenómeno no se explica solo por la tradición cultural mexicana de cercanía a la muerte, sino también por la consolidación del álbum fotográfico como dispositivo de memoria. Hacia los años 30, tener un álbum en casa se volvió más accesible, y dentro de él convivían momentos felices y tristes, registrando la totalidad de la experiencia familiar.

“La expansión de la fotografía familiar en México durante los años treinta y en adelante significó mucho más que el aumento del número de imágenes: implicó una transformación en la manera en que las familias registraban, compartían y otorgaban significado a los momentos más relevantes de su vida. La muerte, antes fotografiada como un último retrato elaborado por profesionales, pasó a inscribirse en un registro más íntimo y cotidiano, a veces torpe, otras ceremonioso, pero siempre profundamente humano”, comentó David.

  • Fuente:
  • Entrevista al periodista David Galicia Sánchez especializado en historia de la Ciudad de México y en problemas urbanos. Egresado de la UNAM. Forma parte del cuerpo docente del Diplomado de Periodismo Especializado.

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