Para nadie es extraño ir al cine y ver imágenes de las ciudades más famosas del mundo: Nueva York, París, Londres, Tokio o Roma han asombrado a muchos en la pantalla grande por décadas. Sin embargo, la sensación de ver a la ciudad de México, su gente y su paisaje es muy distinta en una producción cinematográfica.
Hoy en Mochilazo en el Tiempo haremos un breve recorrido por los distintos momentos en que los filmes han incluido al Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro, un elemento de la capital que la mayoría conoce.
Para saber más del tema, entrevistamos a la investigadora y promotora independiente de cine mexicano, Gabriela Román Mérida, quien comienza hablando de las décadas anteriores a la construcción del STC: “El transporte público ha sido parte de la cinematografía nacional desde la época silente, cuando las tomas captaban a los tranvías y se exhibían en el cinematógrafo”.
Da un salto de varias décadas y afirma que ya en la “época de oro” del cine mexicano, algunas películas se centraron en el transporte para construir historias. “Es el caso de los memorables filmes de Alejandro Galindo y su actor estrella David Silva: Esquina bajan (1948) y ¡Hay lugar para… dos! (1949), en las que se refleja el crecimiento de rutas de camiones en la ciudad y las desventuras que atraviesan los operadores y cobradores.
También menciona lo más cercano a un antecedente de las cintas que se enfocan en el Metro: “En obras como Distinto Amanecer (1943) de Julio Bracho, con Andrea Palma y Pedro Armendáriz, la estación del tren tiene un papel especial en la secuencia final”.
Con el paso de los años, las transformaciones y el nacimiento de otro tipo de medios de transporte público, como el STC, también comenzaron a plasmarse en las historias citadinas, que a su vez se adaptaron a los cambios que enfrentaba la urbe.
“No hay, como tal, largometrajes con el Metro protagonista per se, pero sí hay una gran tradición fílmica que ha captado su existencia”, señala.
Caso aparte son los cortometrajes, “porque se crearon varias obras con el Metro como protagonista a partir de convocatorias como la que PROCINE lanzó en 2019: ‘50 años de Metro en la Ciudad de México’, que invitó al público general y a cineastas a participar en la realización de cortos documentales y de ficción con la temática de aniversario del STC”.
Gabriela también menciona el concurso de video corto “Mi viaje en transporte público” en 2022, y nos indica que ambas iniciativas hicieron posible el surgimiento de piezas audiovisuales contemporáneas que sí tomaban al Metro como eje central de la narrativa.
Vale la pena resaltar que la investigadora Román Mérida comparte que dichos cortometrajes se han mostrado “en la red de cineclubes de PROCINE y en otros lugares del circuito alternativo de exhibición, en muestras, festivales y plataformas digitales”.
Por otro lado, describe el caso de un famoso corto animado: El héroe, de Carlos Carrera (1993), primer corto mexicano ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, aclamado por la crítica y valorado por su técnica, una compleja historia en el Metro que es contada en sólo seis minutos.
De acuerdo con Gabriela, algunas de las más memorables secuencias grabadas en el Metro capitalino están en dos películas de la década de los ochenta: la primera es El mil usos de Roberto G. Rivera (1981), con la actuación de Héctor Suárez; y la segunda es ¡El que no corre… vuela! de Gilberto Martínez Solares (1982), con María Elena Velasco, “La India María”, en el estelar.
Explica que en ambas el Metro se percibe como el lugar de la incomodidad, del fastidio y de la hostilidad en los viajes urbanos. “Vemos a ambos personajes pasar por situaciones complicadas; caminando por los pasillos y adentro del vagón entre empujones y malos olores desprendidos por los cuerpos sudorosos de los pasajeros”.
Román Mérida resalta que en el caso de la película de la “India María”, el acoso es parte de una escena, en la que es víctima de “arrimones” por parte de un hombre. Dice que es interesante pensar en la forma en que estas cintas ya retrataban la problemática social de la violencia contra la mujer en el transporte público.
La también promotora de cine reconoce que quizás la escena se realizó “no con un espíritu crítico como el que hay en obras de reciente manufactura, pero al fin está presente y refleja el problema a su modo”.
Gabriela también recuerda una cinta en la que vemos a la Ciudad de México después del terremoto de 1985, Lola de María Novaro (1989). “Entre las secuencias que captan las ruinas de edificios caídos, encontramos vistas externas del Metro de la línea 2 y su avance, lo mismo pasa con María de mi corazón, cuando la cámara capta a la misma línea años antes desde los edificios de la colonia Obrera”.
Continúa con los años noventa y nos cuenta que en 1995, Erwin Neumaier dirigió Un hilito de sangre, la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Eusebio Ruvalcaba. Una de las escenas más importantes de la cinta fue filmada en lo que parece ser la línea 3 del Metro, con un púber Diego Luna como protagonista.
Respecto a las obras del siglo XXI, dice que el corto Metro Aeropuerto de Huberto Aguirre García (2019) presenta la historia de Rosa, una señora mayor que sueña con volar en aviones mientras hace su viaje cotidiano en Metro.
Nuestra entrevistada opina que la cinematografía es una forma de registrar épocas y espacios determinados “que ayuda a preservar la memoria, y por ende, es una vía para revivir recuerdos. Eso nos lleva a la nostalgia, a pensar en el pasado, mismo que se siente lejano, pero que está presente en nuestra mente, a través de cosas como las fotografías y los libros”.
Comenta que, en el caso del cine mexicano, sentimos nostalgia cuando lo vemos porque nos acerca, por medio de la pantalla, a un país que ya no está, que ha sufrido transformaciones en su paisaje y sociedad, y aunque también haya ciertas continuidades, lo que ha desaparecido es lo que nos causa más emotividad.
Del mismo modo, señala que “en México son muy comunes las historias en las que los abuelos comparten con los nietos el gusto por el cine de oro. Ahí entra el tema generacional, cuando entre las mismas familias se transmite el gusto por las películas en blanco y negro”.
En este proceso otros aspectos se involucran al momento de ver cine nacional, porque no sólo son los relatos de las cintas los que nos causan nostalgia, sino lo que rodea la acción de conocer esa película: quién nos la mostró, a quién le gustaba y por qué es tan especial para nosotros.
Gabriela continúa y comparte algunos tips para ver producciones hechas en México, tanto las más famosas como las no tan conocidas, que desde hace años van más allá de los canales de televisión:
“En la actualidad, incluso se ha diversificado la oferta televisiva de este tipo, pues contamos con nuevas opciones como el canal 22.2 MX Nuestro Cine, de reciente apertura”.
Sin embargo, opciones más recientes y ahora más cómodas son las plataformas digitales, donde se puede elegir qué ver y cuándo hacerlo. De acuerdo con Román Mérida, hay algunas que incluso ofrecen parte de su contenido sin costo, como FilminLatino, Tubi y Butaca TV.
Por supuesto, las plataformas de streaming hispanas también cuentan con títulos de interés para los fanáticos del cine nacional, tanto clásico como reciente. Mientras que para el público consumir este contenido es fácil, para investigadores como Gabriela representan otra situación.
Afirma no conocer ninguna plataforma especializada en identificar escenas específicas. Sin embargo, puntualiza que las redes sociales han funcionado como herramienta de identificación.
Lo anterior sucede gracias a que “la comunidad usuaria de Facebook y Twitter, ha creado canales para poder comunicar información sobre locaciones, ya sea porque alguien decide compartirlo o porque alguien pregunta y otros responden”.
Este modus operandi, agrega, aplica no sólo para los medios de transporte, sino para calles, avenidas, centros comerciales, plazas, parques, tiendas, edificios y mucho más.
Además nos dice que hay repositorios digitales públicos que nos acercan a esas referencias por medio de acervos fotográficos y audiovisuales, como Memórica. México, haz memoria, de la Dirección General de la Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México.
Otros ejemplos de estos recursos son Mexicana. Repositorio del Patrimonio Cultural de México de la Secretaría de Cultura y de la Dirección General de Tecnologías de la Información y Comunicaciones y Arts & Culture, de Google, plataforma que ofrece una gran cantidad de materiales de archivo para su consulta, así como exhibiciones sobre temas específicos del cine mexicano, con una curaduría de fotografías y textos de especialistas.
Desde la perspectiva de Román Mérida, todas estas herramientas digitales son útiles para curiosos e investigadores y representan un gran apoyo de manera gratuita y desde nuestros dispositivos móviles.
Para la investigadora, el Metro es una red de transporte grandísima que no sólo es parte del paisaje, sino también de nuestro imaginario colectivo. Diariamente, muchas y muchos mexicanos llegan a su destino a través de sus líneas elevadas y subterráneas, se dirigen a la escuela, al trabajo, a las fiestas, al cine, a los museos, etc.
El Metro es parte de nuestra vida cotidiana y de nuestra historia, por esa razón tanto el paisaje urbano como nuestra memoria están marcados por su existencia.
“Me gusta pensar en que ese paisaje urbano no sólo es el paisaje físico presente en la realidad, sino que es parte también de un paisaje construido en nuestra mente que nos hace percibirlo de muchas formas, con todo y sus deficiencias, accidentes, historias de terror, historias de amor y vendedores ambulantes”, dice la entrevistada.
Desde la perspectiva de Gabriela, “el STC Metro impacta nuestras vidas más allá de la geografía, pues lo hace desde la perspectiva histórica, social, cultural, política y económica”.
Regresa al tema del STC y remarca que “como todo lo que existe en las grandes ciudades, el Metro ha tenido muchas transformaciones, desde la modernización de los vagones y andenes, hasta la modificación de los paraderos de sus terminales”.
Señala que las estaciones del Metro también quedan marcadas por los lugares que están cercanos a ellas, eso pasaba con los viejos cines del siglo XX y expresa que, tal como ella lo ve, “hoy en día las dinámicas son otras, a mi generación no nos marcó tanto eso porque las cadenas monopólicas de salas comerciales comenzaron a acaparar la exhibición cinematográfica”.
Al final recalca que “para quienes asistimos con frecuencia al circuito alternativo de cine, es bien sabido que el Metro alberga en sus entrañas una sala en la estación Zapata, ahí podemos ver la programación de algunas muestras, festivales y ciclos especiales”. Nos comparte que el pasaje Pino Suárez-Zócalo es otro espacio de cine, pues en su pequeño auditorio también se puede disfrutar de diversas proyecciones.