En tiempos de incertidumbre los símbolos fundamentales de una nación tienen mayor valor. Desde el año de 1940, cuando el Presidente Lázaro Cárdenas estableció el 24 de febrero para la conmemoración del día de la bandera, esta fecha tiene en nuestros tiempos un significado de más trascendencia. Hoy las tensiones políticas internacionales alcanzan un nivel de convulsión que parecían superadas al final de la Guerra Fría. En muchos sentidos la historia de la humanidad es la historia de sus fronteras. Hoy Rusia busca imponer nuevas fronteras en Ucrania que podrán abrir un capítulo doloroso, cuyas consecuencias son insospechadas.

Al igual que en muchos países, los mexicanos aspiramos legítimamente a lograr diversos objetivos; observamos las realidades de nuestro tiempo desde ópticas diversas y contrastantes, pero nos unen los elementos fundamentales de una identidad propia, reconocida entre sí y al exterior.

Vivimos tiempos de diversidad, donde la conciencia impera en función de las necesidades, talentos y aspiraciones de cada persona. Tenemos encuentros y desencuentros, coincidencias y divergencias con quienes piensan, observan o se comportan a su manera. Aceptemos que las formas de ser, creer y actuar no deben interpretarse como diferencias irreconciliables, sino como actos naturales de la evolución de todo cuerpo social. De su análisis se generan diálogos y debates, así como acuerdos y nociones que son aceptadas por la comunidad, sin más límite que el que establece la ley.

Uno de los rasgos distintivos de la democracia es la diversidad. Pero entendamos que la diversidad en formas de pensar, actuar e interpretar la realidad no es división ni motivo para la confrontación hostil.

Por su naturaleza, las democracias son ruidosas y el autoritarismo es silencioso. Es así que las democracias propician la expresión de las ideas con libertad, y en contraste las autocracias imponen criterios uniformes.

En los elementos generadores de la identidad nacional se funden los símbolos que los mexicanos hemos elegido para representar lo que somos, de donde venimos y los ideales que anhelamos.

La nacionalidad como elemento distintivo de un pueblo tiene en su bandera una insignia que es elemento de unidad y motivo de orgullo.

Por ello, en esta ocasión ante la fecha dedicada a nuestra Bandera Nacional dedico estas palabras a reiterar la importancia de reconocernos como una nación diversa, plural, cuyos retos y contrastes solamente unidos podremos superar.

Somos suficientemente maduros para saber que hay una razón ulterior que nos une, nos invita a construir de manera corresponsable y permanente un proyecto de país que remonte muchas de nuestras necesidades.

En nuestra bandera nos reconocemos todos con el orgullo de ser mexicanos. Somos ciudadanos de un país que, a partir del estandarte de la Virgen de Guadalupe, del lábaro patrio que diseñó el Ejército Trigarante trasciende en la restauración de la República, se afirma en la Revolución Mexicana y se ha consolidado a lo largo de más de un siglo de paz social.

En sus colores y la belleza de nuestro escudo de origen prehispánico están estampados los capítulos de nuestra historia y ante todo el honor de engrandecer un país donde pueda ondear libremente como todos sus habitantes.

Rúbrica. Decía mi abuelita: con la borrachera, las pasiones y los balazos uno sabe cómo empieza, pero nunca sabe cómo acaba.

Político y escritor.
@AlemanVelascoM
articulo@alemanvelasco.org

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