La reunión entre Trump y Putin que debía celebrarse en Budapest está actualmente “en pausa”. Antes de ello, tuvo lugar un caótico encuentro en la Casa Blanca entre Trump y Zelensky, durante el cual el presidente estadounidense habría presionado a su homólogo ucraniano para aceptar concesiones territoriales a las que éste sigue negándose. Según el Financial Times, Trump incluso habría perdido el control y lanzado los mapas sobre la mesa. Antes de ello, Putin y Trump habían sostenido una llamada telefónica, y antes de eso, Trump había ofrecido suministrar a Ucrania misiles Tomahawk, uno de los sistemas de misiles de crucero más potentes de su arsenal. Lo que exhibe esa secuencia de hechos es una serie de giros en la postura de Trump, tan maleable como volátil, con tal de alcanzar un acuerdo que ponga fin, aunque sea temporalmente, a las hostilidades entre Rusia y Ucrania, sobre todo tras haber logrado el cese al fuego en Gaza. Pero esa misma cadena de eventos también muestra que en este caso, Trump se topa con asuntos de enorme complejidad: las metas estratégicas de Rusia, que Putin solo está dispuesto a suavizar de manera parcial y la resistencia de Ucrania a conceder todo lo que Moscú exige. Van unas notas al respecto:
1. Según Clausewitz, la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios. Por eso, antes, durante y después de cualquier negociación vinculada con un conflicto como este, resulta indispensable observar qué ocurre en el terreno de las hostilidades y vincular ese análisis con las negociaciones que Trump pretende activar. El resumen es el siguiente:
(a) Si adoptamos una mirada panorámica, a pesar de los vaivenes y de las pérdidas tácticas y materiales sufridas, el balance hacia fines de 2025 se inclina a favor de Rusia.
(b) Es cierto que los avances rusos observados durante el último verano se han detenido, y que el ejército ucraniano incluso ha logrado recuperar pequeñas franjas de territorio.
(c) También es cierto que, mediante un uso notable de drones y una mejora constante en su eficacia, Ucrania ha logrado infligir daños considerables dentro del territorio ruso, en especial contra su infraestructura energética.
(d) Por último, Rusia ha sostenido pérdidas humanas, económicas y materiales significativas, y puede afirmarse que la guerra se encuentra estancada, sin que, por ahora, se prevea un progreso sustancial por parte de ninguno de los dos bandos.
(e) Pero a pesar de todo lo anterior, Rusia no solo conserva un 20% del territorio ucraniano y mantiene bombardeos constantes sobre la infraestructura civil y militar ucraniana, sino que, sobre todo, parece determinada a seguir adelante con su estrategia mayor: asfixiar, fragmentar y desgastar a Ucrania (y a sus aliados) y resistir durante muchos meses o incluso años, asumiendo los costos de la guerra hasta quebrar ya sea la voluntad de Ucrania para continuar combatiendo, o la voluntad política de sus aliados para respaldarla. Esto se refleja en el creciente rechazo, según encuestas, de varias sociedades occidentales, incluido Estados Unidos, a seguir suministrando armamento a Ucrania, manifestándose en procesos electorales que podrían debilitar la aparente unidad de la OTAN.
(f) Para entenderlo mejor, es indispensable revisar cómo Rusia ha logrado adaptarse y recuperarse. Dara Massicot lo explica en detalle en un ensayo en Foreign Affairs: tras sus fracasos iniciales en Ucrania, el Kremlin construyó un sistema para estudiar sus errores, adaptar tácticas, mejorar armamento y reorganizar su industria militar. Hoy combina experiencia de campo con innovación tecnológica —especialmente en drones, misiles y guerra electrónica—, convirtiéndose en una fuerza más flexible y peligrosa. Aunque sigue limitada por la corrupción, problemas de disciplina y sanciones, su capacidad de aprendizaje la ha preparado para futuros conflictos y obliga a Occidente a no subestimarla.
(g) En ese sentido, Rusia sigue probando las líneas de la OTAN mediante tácticas de guerra híbrida, evaluando la unidad y la capacidad de respuesta coordinada de sus miembros, aprendiendo de cada evento y recordando tanto a Washington como a sus aliados que sus metas mayores incluyen, pero no se limitan, a Ucrania.
2. Todo lo anterior es bien conocido por Putin, y por ello ese presidente estima que lo que no consiga hoy por la vía de las negociaciones, lo logrará mañana, una vez que sus avances militares lo acerquen más a sus metas mayores: (a) asegurar que Ucrania sea un estado militarmente débil, sin acceso a la OTAN y sin presencia de la alianza en su territorio, con un gobierno más afín a Moscú; (b) obtener compromisos de la OTAN para frenar su expansión en la esfera de seguridad rusa y efectuar repliegues militares que permitan construir una zona de amortiguamiento que permita a Rusia ciertas garantías de seguridad.
3. Consecuentemente, para Putin el tema central está menos en cuánto territorio ucraniano conserva Rusia y más en qué garantías y concesiones puede extraer de Washington y de la OTAN. El territorio es, de hecho, un instrumento muy eficaz para alcanzar esas metas mayores, pero la clave reside esencialmente en lo que Rusia considera “las causas raíz” del conflicto, un elemento presente en el discurso de Moscú desde el primer día de la guerra y vigente hasta esta misma semana.
4. Bajo esas condiciones, evidentemente, para Trump resulta muy complicado negociar con Rusia. Usando sus tácticas no convencionales y con el impulso de sus éxitos recientes en Gaza, el presidente estadounidense ha buscado lograr que todas las partes digan “sí” a un cese al fuego, aunque sea temporal, para luego revisar los detalles y los temas mayores, y así generar una inercia positiva que permita abordar lo más sensible de la negociación.
5. Sin embargo, Putin no desea empezar por la vía de un cese al fuego temporal, sino que busca un acuerdo definitivo que resuelva esas “causas raíz” antes de detener las hostilidades. Sin embargo, Zelensky tiene líneas rojas que le son imposibles de cruzar. Por ejemplo, según constantes encuestas, entre 7 y 8 de cada 10 ucranianos se rehúsan a ceder cualquier territorio a Rusia, por lo que acceder a ese rubro lo pondría en la posición de traidor ante su sociedad. Incluso si se aceptara congelar las líneas del cese al fuego donde se encuentran hoy —y por tanto el control ruso de facto sobre parte del territorio ucraniano—, Zelensky seguiría bajo presión para negociar garantías de seguridad sólidas que aseguren que Rusia no reanudará las hostilidades en el futuro, lo que implicaría presencia militar de países de confianza para Ucrania y pactos de defensa con esos mismos aliados, temas que, por ahora, Moscú ha descartado.
6. La respuesta de Trump ante estas posiciones, que parecen difíciles de conciliar, ha sido marcada por vaivenes y giros en su postura:
a. Durante sus primeros meses, replicando la narrativa rusa, Trump ejerció presión sobre Zelensky, lo que le llevó varias veces a chocar con él, incluso suspendiendo provisionalmente el respaldo en armamento y la cooperación en inteligencia con Ucrania. Esto obligó a Zelensky a suavizar su posición y aceptar varias de las condiciones que Trump le imponía.
b. Posteriormente, cuando Putin se mostró renuente no solo a hacer concesiones mayores, sino incluso a aceptar ciertas líneas mínimas como un cese al fuego temporal, Trump endureció su postura ante Rusia y recurrió a amenazas y ultimátums contra Moscú.
c. Luego vino la reunión Putin-Trump en Alaska, donde Rusia básicamente neutralizó dichas amenazas y ultimátums de Trump, a cambio de la promesa de una mayor disposición a negociar, aunque sin perder de vista —ni en el discurso— las “causas raíz” arriba señaladas.
d. Pero transcurrieron varias semanas sin avances y Trump reanudó la presión contra Putin, encontrando esquemas para aumentar el respaldo estadounidense a Ucrania, llegando incluso a ofrecer misiles Tomahawk, de largo alcance y alta precisión, que podrían causar daños mayores en Rusia que los provocados hasta ahora por los drones ucranianos.
e. Finalmente, en la última semana se dio esta sucesión de eventos: una llamada Trump-Putin, el anuncio de una nueva cumbre entre Rusia y EU en Budapest, una caótica reunión Trump-Zelensky, la decisión de no suministrar por ahora los Tomahawk a Kiev, la noticia de Moscú de que no había fecha para la cumbre y que requeriría mucha más preparación, y luego la declaración de la Casa Blanca de que la reunión de Budapest estaba “en pausa”. Por último, el anuncio de sanciones importantes sobre las petroleras rusas Rosneft y Lukoil, probablemente las medidas más significativas de Washington contra la energía rusa, su mayor fuente de ingresos.
7. Combinando los factores anteriores, la realidad es que, a pesar de varios éxitos en sus esfuerzos de negociación, Trump se ha topado con una situación muy compleja que parece resistirse a sus tácticas no convencionales y a su impulso por convertirse, según su discurso, en el presidente que no solo ha negociado ya ocho acuerdos “de paz”, sino que iba en camino del noveno.
8. Esto nos devuelve, lamentablemente, al terreno de la guerra. Por ahora, y aunque la iniciativa favorece a Rusia, no se estima que ninguna de las partes logre un progreso significativo en los próximos seis meses, salvo que algo cambie antes de la próxima primavera. Lo que sí sabemos es que Rusia sigue aprendiendo y adaptándose, que Putin está dispuesto a asumir los costos necesarios para sostener su apuesta, y que Ucrania no está por ahora dispuesta a negociar los términos que exige Moscú, lo que implica que seguirá resistiendo una embestida constante. Al final, regresando a la teoría clásica de la guerra, esta competencia de voluntades se definirá por aquel estado que pueda sostenerse a lo largo de los años en términos de número de tropas, capacidad de reabastecer líneas y armamento (con apoyo de terceros cuando sea necesario), sostener su economía (con respaldo de otras economías) y superar al enemigo en la carrera tecnológica que sigue avanzando a toda velocidad.
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