A lo largo de los últimos dos años nuestra labor ha consistido no solamente en observar la evolución diaria de esta guerra, sino en leer ensayos y análisis, participar en foros y en discusiones internacionales, y de pronto intentar aportar en la reflexión acerca de lo que está significando esta confrontación en términos mucho mayores que lo que hoy alcanzamos a apreciar. Es decir, hacernos constantemente la pregunta de hasta qué punto estamos ante hechos históricos. Es obvio que ese tipo de preguntas solo se responden con tiempo y perspectiva, lo cual hoy no tenemos. Aún así, es perfectamente válido observar nuestro alrededor y tratar de explorar los impactos. Ese es el sentido en el que en este espacio intentamos no solo narrar y analizar los sucesos cotidianos sino contribuir con esas discusiones. Aprovecho la coyuntura del segundo aniversario de la guerra en Ucrania para recuperar y actualizar algunas de esas reflexiones.

Por ejemplo, ya al cumplir los primeros tres meses de la invasión rusa escribía lo siguiente:

Los efectos de esta guerra corren mucho más allá de Ucrania y son aún difíciles de evaluar. Como explica Kurt Volker, se han desatado tendencias que muy probablemente no se hubiesen desatado de no haber ocurrido esta intervención. Esto incluye temas como la decisión de Alemania de duplicar su presupuesto militar, la decisión de la UE de financiar armamento para Ucrania y su posible futura aceptación como miembro pleno de ese bloque, la decisión de Suecia y Finlandia de abandonar la neutralidad y sumarse a la OTAN, el acercamiento de posiciones en esa alianza y la decisión de expandir e incrementar su presencia militar en Europa hasta niveles que no habíamos observado en décadas, la decisión de Washington de confrontarse con Rusia como hace tiempo no lo veíamos, expandiendo su ayuda a Ucrania en un monto hasta 60 veces superior al de hace pocas semanas, y a la vez, la decisión estadounidense de exhibir su músculo contra China intentando comunicar que puede combatir en dos frentes a la vez. Están ahí también todos los contramensajes que se intentan enviar al bloque occidental, no solo por parte de Rusia, sino por parte de países que eligen, o bien apoyar a Moscú, o simplemente permanecer neutrales. Por otro lado, otras afectaciones lamentables incluyen la escasez y alza de precios de alimentos, el hambre en millones de personas, más alzas a los combustibles y más problemas para las cadenas de suministros, entre muchas afectaciones más.

Esta observación no tendería sino a repetirse y profundizarse. Considere esto que escribí poco después:

Lo más delicado, probablemente, está apenas cocinándose. Leyendo ensayos y análisis que se escriben por todo el planeta, pareciera que prevalece con fuerza la convicción de que varias de las ideas que guiaron al mundo en la etapa posterior a la Guerra Fría estaban, en esencia, erradas. Ni el libre comercio, ni la interdependencia económica, ni el desarme, el derecho internacional o las instituciones multilaterales, según se escribe y analiza, fueron o serán capaces de impedir que una superpotencia haga prevalecer lo que estima como su interés nacional si así lo decide o desea y, por tanto, siempre estará dispuesta a pagar los costos que implique una guerra como la que hoy estamos viendo. Por consiguiente, siguen los análisis, lo único que se puede hacer es disuadir a los rivales a través de armarse cada vez más y mejor, exhibir que se cuenta con capacidades militares brutales, y, sobre todo, con la disposición y determinación para emplear esas capacidades ante la menor provocación. Ello supone el retorno a una época en la que los tratados de control de armas o la posibilidad de resolver controversias a través del derecho y las instituciones multilaterales, brillaban por su ausencia, y nos regresa a debates que pensábamos ya superados. Mientras tanto, en el campo del pensamiento alternativo no parece por ahora estarse construyendo un discurso lo suficientemente creativo y convincente que abogue por una visión distinta o paralela; y si acaso en ciertos espacios limitados sí lo hay, ese pensamiento parece estar siendo fuertemente rebasado.

Así, hace un año me preguntaba del impacto de esta guerra en términos del campo de los estudios y la discusión sobre la paz:

Corren voces que indican que quien sea que se encuentre en el campo de “paz” o la promoción de la “paz”, es inocente y desconoce o deja de tomar en cuenta las condiciones actuales del globo. Las instituciones multilaterales, el derecho internacional, y los arreglos que han sostenido la “paz” global, se afirma, han mostrado su ineficacia. Por tanto, en este planeta del 2023 (y del 2024 sin duda), solo un enorme esfuerzo por avanzar en tecnología militar, una gigantesca inversión para crecer los presupuestos militares, un monumental despliegue de fuerzas, y, sobre todo, la comunicación eficaz de que los países están determinados a emplear esas fuerzas sin importar las consecuencias, solo ese conjunto de factores, podrá disuadir a otros de atacar, y así sostener “la paz”.

Pensar de otro modo, parece hoy ser cancelado.

Escucho esos argumentos. Los reconozco. Los comprendo bien, en buena medida porque a eso me dedico y los recibo por torrentes en textos, análisis, ensayos, reportes y comentarios varios.

El problema es que en el fondo hay algunos malentendidos que necesitan clarificarse. Recupero algunos elementos que acá hemos compartido antes para entenderlo.

¿Qué es paz?

1. Examinar nuestras narrativas tradicionales y automáticas.

Vivimos inmersos en narrativas automáticas que a veces omitimos pasar por nuestra revisión crítica. Permítame ejemplificarlo así: los análisis que hacemos desde la geopolítica o la teoría básica de guerra indican, citando a Clausewitz, que la guerra es la continuación de la política por otros medios, y que entonces, la política es la continuación de la guerra por otros medios, los pacíficos. Así, por tanto, los reportes que me llegan continuamente intentan, con razón, comprender y desmenuzar los objetivos políticos del Kremlin al haber lanzado esta guerra, o bien, analizar cómo es que estos objetivos han ido cambiando a medida que la guerra ha ido evolucionando, hasta llegar a decir incluso que esta guerra, bajo su situación actual, “ha dejado de funcionar a Putin para conseguir sus objetivos políticos”. La suposición básica—y automática—de estos análisis es que la guerra puede ser empleada como instrumento cuando la política falla. Ese es justo el tema. La guerra no debería ser “opcional”. La violencia no debe ser una opción alternativa “por si las cosas no salen como yo esperaba que salgan”.

Pero ¿cómo se logra eso? ¿No acaso la violencia es “natural” al ser humano y recurriremos a ella cada vez que hace falta si sentimos que ella sirve a nuestros intereses?

Ese es precisamente otro de los temas que debemos repensar y replantear. Sin meternos demasiado a la teoría, según el constructivismo social, la violencia, la guerra o la paz, no son “pre-sociales”, o “externos” a lo humano, como si fuesen condiciones que se generan “allá afuera” de nuestras interacciones con otros sujetos. La guerra, la violencia o la paz son constructos sociales que se van edificando a medida que transcurre la historia, a medida que labramos nuestras culturas, nuestras representaciones, nuestros símbolos, a partir de los distintos tipos de relaciones e interacciones que vamos tejiendo, desde el lenguaje, hasta lo material. A diario. Desde que nacemos, desde que nos cuentan las historias de héroes y villanos. Desde que las reproducimos en las escuelas, en los libros, los diarios, los medios. Somos seres relacionales; no vivimos en un vacío, y, por tanto, no hay un “allá afuera” separado de esas interacciones. Somos el resultado de lo que hemos ido socialmente construyendo. Es por ello que cuestionarnos y cuestionar nuestras narrativas automáticas, son pasos iniciales si pretendemos imaginar situaciones diferentes.

2. La paz no se limita a la ausencia de guerra o violencia. Estudiar la guerra o estudiar la violencia no es estudiar la paz. Por ende, negociar el final de una guerra, es apenas un paso necesario, pero no suficiente, para construir paz. La paz es un tema serio que debe abordarse a partir del desarrollo de investigación y conocimiento de las sociedades pacíficas de la historia y del presente, o de las sociedades que eran menos pacíficas y que han logrado avanzar ciertos grados en su construcción de paz. Es decir, al igual que es indispensable estudiar y entender todo lo que produce guerra y violencia, es también necesario estudiar los factores que promueven, generan y sostienen la paz. Y no es lo mismo. Sintetizando mucha literatura existente al respecto (vg. Galtung, 1985; Alger, 1989; Instituto para la Economía y la Paz o IEP, 2023), podemos decir que hay un ángulo o parte negativa de la paz, y otra parte positiva. La paz negativa—eso que no debe haber para considerar que una sociedad está en paz—es la ausencia de violencia, así como la ausencia de miedo a la violencia. En cambio, la paz positiva consiste en “la presencia de actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen a sociedades pacíficas” (IEP, 2023).

3. Niveles. Vale la pena aproximarse a la paz como un gran sistema compuesto de múltiples factores, vectores y niveles que interactúan entre sí y que interactúan con el todo. Esto puede iniciar por “niveles de paz” que van desde cada una de las personas que habitan este planeta, pasando por las familias, los barrios, las comunidades, de ahí ir ascendiendo hacia otros niveles como las regiones, las sociedades, los países y la comunidad internacional. En cada uno de esos niveles hay factores de paz negativa y de paz positiva que se encuentran presentes o ausentes. Como resultado, pensar en construcción de paz supone una gran cantidad de acciones a ser ejecutadas en cada uno de esos ámbitos.

4. Esto incluye, por supuesto, la dimensión internacional de la paz positiva. Adaptando, el marco del IEP, pensar en la paz positiva a nivel internacional requeriría un esfuerzo de adaptación que nos llevase a comprender cuáles son las actitudes, las estructuras y las instituciones que generan y sostienen paz entre los distintos países. En ese sentido, sin elaborar una lista exhaustiva, podríamos pensar por ejemplo en la necesidad de adaptar pilares o columnas como (a) un sistema sólido de derecho internacional y de organismos internacionales que funcionen adecuadamente para procesar las controversias entre los estados y garantizar su convivencia armónica (acá es donde se podría incluir la legislación y las instituciones que garanticen el desarme, y otras legislaciones, además de la solidez, el diseño o rediseño del Sistema de Naciones Unidas y organismos regionales y globales, las garantías para que esas instituciones sean eficaces, incluyentes y respetadas); (b) una más equitativa distribución entre los recursos globales y/o su explotación; (c) buenas relaciones entre naciones vecinas; (d) aceptación y respeto a los derechos de todos los estados y los pueblos; (e) bajos niveles de corrupción global; y (f) un buen ambiente para el desarrollo de los negocios (en condiciones de respeto a los derechos y distribución equitativa de los recursos), entre varios otros aspectos semejantes.

¿Qué hacemos ahora, en plena guerra, con toda esa información?

Ese es justo el reto.

Partamos de que, es completamente cierto que una enorme cantidad de los elementos que señalo, brillan por su ausencia, o exhiben brutales debilidades en el entorno actual.

¿Significa entonces que la promoción de un sistema de paz global es insensible ante una intervención internacional que busca cubrir objetivos de seguridad por parte de la potencia invasora a través del uso de la fuerza? ¿Y que no se entiende que, en el camino, hay cientos de miles de personas que están muriendo, que están siendo heridas o afectadas, o que se están perpetrado crímenes de lesa humanidad?

Pienso que no. Pero también pienso que nuestro sistema de paz global no tiene en este momento respuestas eficaces ante una situación a la que francamente no se enfrentaba desde la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto que en estas décadas hubo cientos de conflictos armados de toda índole. Pero el actual, por su dimensión y características, tiene una naturaleza diferente, mucho más similar a las guerras de siglos anteriores o a la primera parte del siglo XX.

La paz negociada

Pensar solo en “la paz negociada”, es, de entrada, incompleto, y no aborda las fallas integrales del sistema. Efectivamente, es posible intentar ceses al fuego, esquemas de mediación y otras estrategias. Pero si existe un compromiso serio con un sistema estructural de paz, la propuesta no debería consistir en conseguir una paz negativa (fin a las hostilidades), sin considerar en ese mismo proceso todos los otros factores mencionados, es decir, el rol de las instituciones y las estructuras para conseguir que se diseñe y se sostenga una paz con verdad y con justicia. Y sí, es posible que hoy nos encontremos en un momento muy complicado para hablar de esos otros temas y que, por tanto, la mediación sea interpretada como un esquema favorable al país invasor. Pero también tiene que considerarse que la prolongación (por meses o quizás años) de una guerra en la que participa una potencia nuclear, asumiendo que, porque no lo ha hecho hasta ahora, es 100% seguro que esa potencia no escalará las hostilidades o que es impensable que se arrastre a terceros países a la confrontación, también son suposiciones muy arriesgadas.

En suma, las propuestas de paz no solo deberían ser bienvenidas, sino que se debería trabajar activamente en ellas. Salvo que debe tratarse de propuestas integrales, que no solo aborden cómo detener las bombas y dejar a los ejércitos congelados en sus líneas actuales, sino que se enfoquen en restablecer el rol de las instituciones y de las estructuras para sostener una paz de fondo. Y entonces sí, comunicar esas propuestas de manera eficaz, para que sean consideradas por las partes con seriedad. No tengo—no tenemos—respuestas claras, pero me encantaría ver un debate más serio en el mundo al respecto.

Una última reflexión en 2024

Las tendencias arriba descritas no hicieron sino profundizarse a lo largo del último año. Con el estallido de otro conflicto, el de Medio Oriente, y con el escalamiento de hostilidades en muchos otros sitios, además de la consideración de que Rusia está mucho mejor parada hoy que un año atrás, prevalece la convicción de que otros actores en el planeta están considerando que solo la vía militar (fuerza, despliegues, carreas armamentistas y mostrar la determinación del empleo de esas capacidades) es lo que puede asegurar sus intereses de seguridad nacional. Lo podemos ver con la determinación militar de Israel—a pesar de temas como la opinión pública global, las presiones políticas o incluso las restricciones que podrían imponer cuerpos legales globales—pero también en otros casos como el de Corea del Norte o la propia China en todo su entorno.

Podemos discutir acerca de si “siempre fue así”, y durante décadas vivimos una especie de “sueño” o “ilusión” que limitó los conflictos, o si se trata de tendencias que simplemente están retornando. Lo que me parece inescapable, sin embargo, es la necesidad de recuperar estas discusiones en todos los sectores de nuestras sociedades, aquellos que tienen que ver con lo interno o con lo internacional, en los centros de estudio y pensamiento, universidades y medios. No podemos simplemente estar narrando la nota cotidiana o seguir los “trending topics” de las redes. El planeta está realmente entrando en fases que necesitan ser profundamente pensadas si es que queremos, si no transformar, al menos impactar sobre las tendencias militaristas que llegan como tsunamis imparables.

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