Muchos actores, asumiendo ya una potencial derrota de Trump, están preguntándose qué rumbo podría tomar una política exterior estadounidense bajo Biden. Al respecto, hay varios elementos a considerar. El primero tiene que ver, obviamente, con la suposición primaria: ¿es verdad que las actuales tendencias de las encuestas se traducirán en una victoria de Biden, y que ello resultará automáticamente en una salida de Trump de la Casa Blanca? En otras palabras, para hablar de política exterior, tendríamos que visualizar algunos escenarios bajo los cuales la moneda sigue aún en el aire. Segundo, suponiendo que Biden en efecto asumirá la presidencia, habría que señalar algunos temas en los cuales se esperan pocos cambios en la política exterior de EU. Tercero, dicho lo anterior, sí vale la pena echar un vistazo a otros aspectos relevantes como lo son la personalidad, el particular estilo de gobernar o el potencial para reconstruir la confianza con distintos aliados de EU, entre otros, en los que sí es posible visualizar una política exterior diferente. Algunas ideas al respecto:

Es verdad que las encuestas han estado favoreciendo a Biden desde hace meses. Incluso podríamos decir que la distancia entre ambos candidatos se ha venido abriendo y que, tras el primero de los debates y el resultado positivo de Trump a Covid, Biden parece reafirmar su ventaja tanto en encuestas nacionales, como en varios de los estados que son clave para ganar el colegio electoral. No obstante, el análisis no puede dejar de lado factores como estos: (a) Es poco probable que las encuestas se traduzcan en resultados fotográficos, especialmente considerando que el voto oculto pro-Trump ha sido históricamente muy elevado. Nate Cohn del NYT elabora diariamente un ejercicio que considera la posibilidad de que se repitiese un escenario similar al de 2016 en cuanto a diferencias encuestas-votos efectivos. Hasta hace 10 días, bajo ese escenario, Trump podría ganar el colegio electoral. Este ejercicio ya favorece a Biden incluso considerando altos márgenes de error en encuestas, pero faltan tres semanas y habrá que ver cómo se siguen comportando las cosas; (b) La movilización del voto. Hay estudios que señalan que los republicanos han sido más capaces de movilizar a sus votantes que los demócratas, y esto podría impactar en el resultado; (c) Por último, incluso si Biden gana, faltará ver cómo reacciona Trump ante una potencial derrota, si decide cuestionar los resultados o llevarlos a prolongadas disputas legales. Dependiendo tanto del número de votos emitidos a favor de uno y otro candidato, como del desenlace de esas disputas legales, hay algunos escenarios bajo los cuales Trump podría intentar conservar la Casa Blanca. Me parece que ya a estas alturas debemos entender que nada de eso puede descartarse.

Ahora bien, aún considerando que Biden efectivamente prevalezca como se espera y asuma la presidencia, hay un número de factores estructurales y consensos bipartidistas que influirán para que su política exterior no cambie demasiado en diversos rubros. Menciono algunos ejemplos:

La creciente deuda y el monumental déficit con el que EU opera, restringen su capacidad de maniobra. Si a eso sumamos la impopularidad entre la sociedad estadounidense de sus intervenciones militares o los muy cuestionables resultados estratégicos de sus aventuras en Afganistán y en Irak, entonces podemos entender por qué desde Obama hasta a Trump, EU viene implementando una estrategia de repliegue, no de expansión. Esta tendencia, con toda seguridad, continuará con Biden. Los retiros de tropas en el extranjero (como los repliegues en curso en Afganistán e Irak), la limitación relativa de sus operativos internacionales, y su dependencia en aliados locales como los kurdos en Siria o las tropas de países amigos en África, serán constantes que poco habrán de cambiar. De ahí la necesidad, también, de presionar a sus aliados en la OTAN para que cumplan con sus compromisos de presupuesto militar y “compartan la carga” de la defensa colectiva con EU.

De igual modo, las confrontaciones con China o Rusia, las ciberguerras y guerras informativas, la competencia—y choque—por espacios de influencia, las carreras armamentistas, la ocupación de vacíos percibidos y los desafíos de las otras superpotencias a la hegemonía estadounidense, son temas que van a persistir en la agenda. En este tipo de asuntos hay consensos bipartidistas.

Hay otro tipo de temas en los que, independientemente de quién gobierne, se seguirá apreciando un declive relativo de Washington para proyectar su poder. Apenas hace unos días, en el foro anual de seguridad global en Bratislava efectuado por la organización GLOBSEC, se apuntaban dos de esos temas:
(1) La división interna en EU es tal que, desde hace años los actores políticos tienen dificultades para alcanzar acuerdos en temas a veces tan básicos como el presupuesto para que el gobierno pueda operar.
Un país tan severamente polarizado no tiene la misma capacidad de proyectar poder hacia afuera, y esto no parece cambiará con un nuevo presidente, incluso considerando los consensos bipartidistas existentes en ciertos temas de política externa; (2) La fragilidad que está siendo percibida globalmente acerca de las instituciones democráticas estadounidenses, tradicionalmente un pilar de su poder suave, dificultan que la superpotencia pueda mostrarse fuerte, sólida y atractiva. La mayoría de estos factores sobrevivirá a estas elecciones y restringirá de varias formas la política exterior de Washington. 

Dicho lo anterior, hay varios aspectos en los que, sin duda, Biden se comportará de formas muy distintas a Trump a nivel externo. Menciono solo algunos:

Primero, la cuestión de la personalidad. Nos hemos acostumbrado a la toma de decisiones errática, reuniones internacionales abandonadas, declaraciones expresadas desde el estómago, amenazas por doquier, insultos, burlas, órdenes y directivas emitidas desde Twitter. Probablemente veremos una mayor estabilidad y, sobre todo, habrá una mayor predictibilidad tanto de la comunicación relativa a los asuntos externos, como de los caminos que se elijan para conseguir las metas de la superpotencia.

Segundo, Biden intentará reconstruir las vulneradas alianzas. Europa, por poner un caso, dejará de ser un “adversario estratégico” como la llamó Trump, y, aún con las diferencias que prevalecerán, Washington buscará sacar provecho de esas alianzas para competir o enfrentar a rivales como Moscú o Beijing. Lo interesante será ver en qué medida la confianza podrá ser restablecida.

Esto es válido tanto para las relaciones de la Casa Blanca con sus aliados, como para otros asuntos tales como el acuerdo nuclear con Irán. Biden ha dicho que retomará el camino diplomático para acercarse a Teherán. Pero por principio de cuentas, no está en sus manos desmantelar por decreto el complejísimo régimen de sanciones que la administración Trump ha venido tejiendo, y aún si lo estuviera, durante los últimos años, las acciones de Washington mermaron la confianza al interior de Irán a tal punto que hoy, el sector pragmático y negociador en Teherán está brutalmente debilitado; son los duros quienes se han fortalecido. Aún así, es probable que Biden intentará distintas medidas de construcción de confianza tanto para ese como para otros casos.

Tercero, un mayor uso del multilateralismo para alcanzar sus metas. Por ejemplo, en lugar de golpear o ignorar a la Organización Mundial de Comercio, es probable que Biden intente emplear a esa organización como instrumento para combatir las prácticas comerciales de China. De igual modo, con Biden probablemente veremos un esfuerzo por ocupar diversos espacios diplomáticos que Washington ha venido abandonando en órganos multilaterales. 

En resumen, los problemas y conflictos estructurales que enfrenta la superpotencia son los mismos, independientemente de quién lleve las riendas de Washington durante los siguientes cuatro años. Sin embargo, Biden y Trump tienen estilos muy distintos de gobernar. Y si de verdad el exvicepresidente logra prevalecer en esta contienda y asume el mando del país, es muy probable que hará notar esa diferencia en personalidad y proyección de confianza con suma intensidad. Habrá que ver, llegado el caso, en qué medida esos elementos diferenciadores tienen la capacidad de recuperar al menos un poco de lo que EU ha venido perdiendo con los años en sus relaciones externas.

Analista internacional.
Twitter @maurimm

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