Turquía ganó la última partida en Libia y todo parece indicar que quiere más. Pero Rusia, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos reaccionarán con fuerza si sienten sus objetivos amenazados. Mientras tanto, los actores internos que combaten esta guerra civil, apoyados por esas potencias extranjeras, se sienten empoderados y con la fuerza suficiente para seguir luchando. Tanto así que Egipto propuso un cese al fuego esta semana que fue inmediatamente rechazado por el gobierno de Trípoli. Hubiese sido uno más de las decenas de ceses al fuego que han sido implementados y rotos desde aquellos días de Gadafi, cuando la llamada Primavera Árabe veía en Libia apenas el inicio de la intervención internacional y de una guerra interminable. En esa misma Libia, la del asesinato del embajador estadounidense en 2012, la del surgimiento de una de las más mortíferas filiales de ISIS , la puerta de salida de los migrantes y refugiados hacia Europa en sus balsas inflables, en esa Libia que ya consigue muy pocos reflectores en los medios, no hay cese al fuego, sino cada vez más intereses en pugna. En juego hay petróleo, gas y otros factores geopolíticos que rebasan con mucho al país del norte de África. En el texto de hoy, explico algunos de esos factores.

Libia, para empezar, es considerada como un caso de excepción dentro de los 18 países que vivieron aquella Primavera Árabe , puesto que la caída del coronel Gadafi no se entiende sin la intervención internacional, liderada por Francia y Reino Unido, asistida por Estados Unidos y otros más. En los otros tres países en donde cayeron las dictaduras, esto no fue gracias a los bombardeos de alguna coalición internacional. La cuestión es que, una vez derrocado el coronel, emergieron las disputas entre toda la serie de actores internos—líderes tribales, clanes y milicias—que anteriormente mantenían la unidad en torno a la figura de Gadafi. Además, su poderoso armamento quedó completamente a la deriva. Ni la ONU, que había autorizado la intervención internacional, ni las potencias occidentales que derrocaron al líder libio, fueron capaces de detener el caos resultante, el crecimiento de grupos extremistas que aprovecharon el desconcierto, los enfrentamientos para controlar la capital y las ciudades importantes, y la oportunidad que todo esto representó para que las potencias de Medio Oriente encontraran un nuevo escenario en el cual dirimir sus diferencias.

Pasados unos años, se pudo establecer un gobierno respaldado por Naciones Unidas, el denominado Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN) con sede en Trípoli, conformado mayormente por una alianza de agrupaciones que controlaban la capital—varias de ellas, agrupaciones islámicas—y otros actores que representaban a otros grupos. Sin embargo, este gobierno fue posteriormente desconocido por el Mariscal Khalifa Haftar, un militar de tiempos de Gadafi, quien había formado una importante coalición de milicias y exmilitares para conservar el control del este del país, la zona más rica en petróleo.

Intentando simplificar, entonces, hoy en Libia hay dos grandes actores internos en guerra. De un lado, el Gobierno del Acuerdo Nacional o GAN que controla la capital y una parte del occidente, apoyado por la rama libia de la Hermandad Musulmana, y del otro, el Mariscal Haftar y sus aliados que controlan Benghazi, el corazón económico del país, todo el este con su riqueza petrolera y otras amplias capas del territorio libio. Haftar, además de haber combatido eficazmente contra ISIS en ese país y haber conquistado importantes posiciones, ha lanzado distintos ataques sobre Trípoli, aunque ha sido incapaz de capturarla. Hace unos meses sitió a la capital y tomó el aeropuerto y otras aldeas de sus alrededores, pero apenas hace pocos días, el Gobierno del Acuerdo Nacional logró romper el sitio y recuperar el aeropuerto.

Pero nada de esto se puede entender sin incorporar la dimensión internacional. Por un lado, tenemos a Qatar, un país que encontró en la confusión de la Primavera Árabe una oportunidad para expandir su esfera de influencia y apoyó a distintos actores y movimientos de orientación islámica en toda clase de sitios, desde Túnez hasta Egipto, desde Gaza hasta Siria. Libia no fue la excepción y ahí, Qatar apoya al GAN con sede en Trípoli. Paralelamente, hemos visto que Turquía se ha alineado con Qatar en su apoyo a los grupos islámicos, de modo que el segundo pilar del GAN se encuentra en Ankara. En contraste, las potencias aliadas de Arabia Saudita, especialmente los Emiratos Árabes Unidos junto con Egipto—que por cierto mantienen ya desde hace años una gran disputa contra Qatar y Turquía—apoyan al Mariscal Haftar.

A esto hay que añadir que otras potencias extranjeras también han intentado influir en el desenlace de esta guerra. Italia apoya al GAN, mientras que Francia apoya a Haftar. Pero de todas ellas, quizás lo más relevante es el creciente rol de Moscú. Putin, en 2011 era primer ministro, no presidente de Rusia. Él nunca estuvo del todo de acuerdo con la decisión del entonces presidente Medvedev de haberse abstenido durante la votación del Consejo de Seguridad de la ONU que permitió la intervención occidental en Libia y, ya desde aquellos días, el hoy presidente ruso tiene un ojo puesto en ese país. Además, Putin observó con mucho cuidado que Estados Unidos prefería “liderar desde atrás”, en palabras de Obama, y dejar que fuesen otros quienes pagaran el costo de la intervención. Asimismo, Putin ha entendido que Trump desea todo menos involucrarse en guerras “lejanas, largas y costosas” y que lo que quiere es huir corriendo de la región. Por consiguiente, dispuesto a llenar ese vacío en un sitio estratégico, el Kremlin decide involucrarse cada vez más respaldando al bando que considera que cumple mejor con sus intereses energéticos y geopolíticos, el de Haftar.

Lo interesante entonces, es que Libia se convirtió en uno más de los territorios en los que los dos grupos enfrentados de países sunitas apoyan a actores contrarios en la guerra, y, a la vez, uno más de los sitios en donde Turquía se encuentra del lado opuesto a Moscú. Esto ha sido uno de los elementos que más han inflamado el conflicto libio. Mientras que los aliados de Turquía se encuentran asediados en Siria, Ankara decide trasladar combatientes desde ese país hacia Libia y, al mismo tiempo, el Kremlin, quien apoya al presidente sirio Assad, también decide trasladar mercenarios rusos hacia Libia. Esto significa que en Libia tenemos exrebeldes sirios apoyados por militares turcos luchando a favor del GAN, en contra de mercenarios rusos que defienden a Haftar.

Al inicio, pocos pensaban que Erdogan, hubiese querido jugar tantas cartas en Libia. Pero para el presidente turco hay muchas motivaciones. Primero, están las cuestiones internas en

Turquía, su crisis económica, la creciente disidencia política y su necesidad de proyectar poder hacia afuera, especialmente cuando su aventura en Siria parece estar fracasando. Segundo, Libia colinda con una zona del Mediterráneo por la que pasará un gasoducto que llevaría gas natural desde Israel, Chipre y Grecia hacia distintas partes de Europa. Turquía ha estado en disputa con esos países por ese megaproyecto y el posicionarse en las costas libias le otorga una ubicación estratégica para influir en la definición de los límites marítimos a ser explotados por Trípoli y, por tanto, un sitio privilegiado para impactar sobre el futuro del gasoducto. Por último, el utilizar a Libia como cuadrilátero contra intereses rusos, permite a Erdogan tener una mejor posición para negociar otros temas con Moscú, como lo es precisamente el desenlace de Siria y el futuro de sus aliados en ese país.

Hay varios factores más que no alcanzo a mencionar por falta de espacio. Pero lo más importante es comprender que si el GAN logró romper el sitio de Haftar hace unos días, fue precisamente gracias al apoyo de Turquía; que, si el GAN decide aprovechar su racha y conquistar otras posiciones, esto será porque Ankara se encuentra empujando y respaldando cada movimiento; y que si del otro lado, Rusia y otros como EAU y Egipto, sienten amenazadas sus propias agendas, redoblarán su apoyo a Haftar con tal de contrarrestar las victorias turcas. Eso convierte a la guerra libia, como vemos, en una situación que dista mucho de ser meramente local y que nos muestra, una vez más, los tristes resultados de muchas de las intervenciones internacionales, incluso cuando éstas son avaladas por la ONU.

Analista internacional. @maurimm

Google News

TEMAS RELACIONADOS