No ha sido un año particularmente fácil. Menos para alguien que se dedica a trabajar los temas que acá abordamos. Es común pensar que quienes eso hacemos, tenemos que practicar la frialdad con la que a veces escribimos, y someternos así ante el dios de la indiferencia. Pareciera que no cargamos con nada. Que nuestro día a día fluye contando las bombas, excavando mentalmente las trincheras, alucinando las últimas tecnologías para matar más y mejor. Pareciera que ignoramos la historia única y especial que hay detrás de cada ser humano del que hablamos en plural. O que, con toda intención, decidimos desconectarnos de esas historias únicas porque no podríamos vivir con el peso de vincularnos con ellas.

No es así. En esta vida que vivimos por elección, hay risas y llantos todos los días, alegrías y tragedias, cariños y enfados de gente común. Concha y café por las mañanas, atole y tamales por las noches. Hay salud física y emocional, y hay momentos en que una o ambas nos hacen falta. Y hay también parar unos instantes el reloj para detenernos a derramar lágrimas por lo que está fuera de nuestras manos corregir, y seguirlas derramando porque al día siguiente no habrá otra alternativa que continuar hablando de lo que el ser humano es capaz de hacer con su prójimo en tantas partes del planeta. Solo para después, si sobró un minuto del día, atestiguar los otros conflictos: los de la mesa, los de las amistades, los de los medios y las redes, en donde también somos incapaces de escucharnos o siquiera coexistir con quienes piensan o son distintos a lo que creemos ser.

Me salva, sin embargo, saber que no solo eso es la vida. También me toca, diariamente, trabajar en tierra. Me toca observar cómo cambia la cara de estudiantes, colaboradores en empresas, maestras y maestros, prefectas o conductores, o incluso protagonistas de conflictos violentos, cuando se miran al espejo; cuando se percatan de que en la habitación en donde están, hay también otras personas presentes; cuando se abren a la posibilidad de empatizar y aprender de perspectivas alternativas y, de pronto, trazar un puente que les conecta con una contraparte antes impenetrable. Me toca ver, todos los días, seres humanos que se humanizan y que humanizan al “demonio” de sus historias.

Al final, todas y todos somos seres con vidas y problemas propios, queriendo hacer las cosas lo mejor que podemos, sacar el día, sentir el sudor del ascenso al correr nuestras carreras, cuidar a nuestras familias, alegrarnos por el ingenio de quien nos sacó la sonrisa, y también llorar a quienes se han marchado y nos hacen falta, abrazados, muy cerca de quienes amamos.

Por ello y más, agradezco infinitamente su visita ocasional o fortuita a este espacio y deseo a quien esto lee, salud, relaciones sólidas, sentido y significado, y puras cosas buenas en el año que inicia.

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