Corría la voz hace unos días. Kushner había logrado algo que parecía sumamente complicado, se decía: reconciliar a Arabia Saudita con Qatar. El ministro exterior de Kuwait anunciaba un avance mayor que podría desatorar el conflicto que estalló en 2017 entre el emirato y varios países árabes, el cual resultó en la ruptura de relaciones diplomáticas entre éstos y Doha, además de su bloqueo económico y boicot al emirato. Si esto se confirmara, estaríamos ante uno más de los alcances diplomáticos de última hora que está consiguiendo la administración Trump antes de marcharse. Sin embargo, hasta el momento de este escrito nada ha sido firmado. Qatar ha expresado que no busca una solución bilateral con Riad, sino una multilateral que incluya a todos los países involucrados. Además, Qatar exige que cualquier acuerdo contemple su absoluta independencia diplomática. ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurrió en 2017 y cómo ha evolucionado la situación? ¿Cuál fue entonces el papel de Trump y cuál está siendo su rol en este momento? Van unos apuntes al respecto:

1. En el fondo de las tensiones entre estos países está la disputa entre el líder tradicional sunita de la región—Arabia Saudita—y las aspiraciones del emirato qatarí para buscar un cada vez mayor espacio de influencia en Medio Oriente y el Norte de África. Tras la convulsión generada por la Primavera Árabe, Qatar encontró un área de oportunidad para incrementar esa influencia. En su lectura, los actores más beneficiados por las caídas de las dictaduras, iban a ser los movimientos islamistas. De modo que, establecer relaciones especiales con esos actores, era la mejor estrategia para tejer la proyección que el emirato buscaba. Así, luciendo su gran liquidez, Qatar entra con fuerza a financiar lo mismo a islamistas moderados en Túnez y Egipto, que a islamistas de corte más radical como Hamás en Gaza, o algunas de las milicias rebeldes en Siria. La cuestión es que estos pasos producen gran preocupación en Arabia Saudita, en parte por los efectos de contagio que el fortalecimiento de estos grupos islámicos de base pudiera tener en cuanto a la estabilidad en su país y en otros de la zona. Pero lo que más inquietaba a Arabia Saudita es que Qatar estaba dispuesto no solo a ignorar las preocupaciones saudíes, sino a retar directamente a Riad en distintos escenarios regionales.

2. La competencia ya no era únicamente a través del despliegue de poder suave—como el creciente papel que Al Jazeera, un medio financiado por el gobierno qatarí, estaba jugando en “la calle árabe”, o como la organización del Mundial de fútbol del 2022—sino que ahora, la disputa llegaba a la geopolítica regional. Qatar se aliaba con Turquía, un tradicional competidor de Arabia Saudita por la influencia en esa zona del mundo, y ofrecía su patrocinio a grupos rivales a los que apoyaban Riad y sus aliados. Adicionalmente, a Arabia Saudita molestaba que Doha sirviese de cuartel para grupos como los talibanes afganos, o la propia Hamás.

3. La gota que derramó el vaso fue la cuestión iraní. Qatar favorecía una mayor mesura que Riad en las relaciones con Teherán. De hecho, parte del disgusto saudí contra Doha incluía la acusación de que Qatar respaldaba a militantes chiítas pro-iraníes en distintos sitios de la península arábiga. En 2017, se publicaron declaraciones del emir de Qatar en las que criticaba la política estadounidense contra Irán y expresaba su visión más moderada acerca de ese país y de los grupos militantes que Teherán apoyaba. Aunque el emir aseguró haber sido hackeado, y sostenía que esas declaraciones nunca fueron expresadas, varios países del Golfo respondieron bloqueando a medios qatarís como Al Jazeera. La crisis se terminó de desencadenar cuando un sitio denominado GlobalLeaks filtró los correos entre el embajador en Washington de Emiratos Árabes Unidos (aliado de Arabia Saudita), y un centro de análisis pro-israelí, filtración que Abu Dabi atribuyó a Qatar, aduciendo que Doha buscaba desprestigiar a EAU. El resultado de esta serie de hechos fue, como dije, la ruptura de relaciones diplomáticas de Arabia Saudita y varios de sus aliados con Qatar, además de la decisión de establecer un bloqueo económico contra el emirato. 

4. Tanto el Pentágono como el Departamento de Estado comprendieron que no estaba en los intereses de Washington el que sus aliados clave en Medio Oriente se pelearan entre ellos. Por lo tanto, decidieron enviar las señales correspondientes de manera muy temprana en dicha crisis: (a) Se declaró que Washington no estaba contemplando mover sus instalaciones militares que mantiene en Qatar (en ese entonces, las segundas en tamaño de toda la región); (b) inmediatamente el Departamento de Estado se ofreció para mediar en la controversia diplomática; (c) justo en esos días, el entonces Secretario de Defensa, James Mattis, firmó con su contraparte qatarí, acuerdos de compra-venta de aviones militares; (d) se llevaron a cabo ejercicios navales conjuntos entre EEUU y Qatar; y (e) Tillerson, el entonces Secretario de Estado, pidió a Arabia Saudita expresar demandas concretas para poder iniciar negociaciones con Qatar.

5. Pero entonces intervino el factor Trump. El presidente claramente se posicionó del lado saudí. Además de elogiar el bloqueo impuesto a Doha, Trump acusaba a Qatar de financiar grupos terroristas “a un muy alto nivel”. Como protesta, la embajadora estadounidense ante Qatar renunció expresando públicamente que había “obstáculos” por parte del presiente para poder llevar a cabo una labor de mediación eficiente. En ese entonces, se filtraba a la prensa que lo que había detrás, era un pleito entre Tillerson, y Kushner. Esto es, mientras la diplomacia estadounidense y el Pentágono remaban para un lado, la Casa Blanca remaba para el lado contrario. Esta fue, según se reportó, una de las causas por las que Tillerson perdió su trabajo.

6. Pasados los años, sin embargo, Qatar resistió. Desde entonces, el emirato no solo consiguió seguir vendiendo su petróleo y su gas, mantener a flote su economía y financiar sin mayor problema sus proyectos de infraestructura, sino que consolidó su alianza estratégica con el Pentágono. La base militar estadounidense en Qatar se convirtió en la mayor en todo Medio Oriente.

7. Uno de los factores que le han permitido resistir, ha sido la ya mencionada alianza con Turquía, alianza que con los años se ha incluso fortalecido.

8. El problema es que esa alianza, en realidad, complica la posible resolución de la disputa entre Qatar y sus vecinos. La rivalidad entre Arabia Saudita y sus aliados con Turquía ha venido creciendo en estos años. En un conflicto como el libio, por ejemplo, en donde Ankara está altamente involucrada, Qatar respalda al mismo bando que Turquía, mientras que Egipto, EAU y Arabia Saudita, respaldan al bando contrario. En la disputa por el gas del Este del Mediterráneo, Egipto se encuentra del lado de un bloque de países opuestos a Ankara. No solo eso, el actual gobierno egipcio, que llegó al poder tras derrocar a un hermano musulmán apoyado por Qatar y por Turquía, sigue sospechando de Doha y no deja de criticar a Ankara por su apoyo a la Hermandad Musulmana, grupo que desde hace años El Cairo designó como terrorista.

9. Aún así, según parece, la actividad diplomática que Washington ha estado ejerciendo en toda la región durante los últimos meses, ha conseguido distintos frutos como la normalización de las relaciones entre Israel y varios países árabes. Todo indica que Trump y su equipo buscan, antes de irse, dejar ahí una muy robustecida coalición de países para enfrentar a Irán y, sobre todo, para ejercer presión conjunta en contra de la administración Biden a fin de complicar la potencial resucitación del acuerdo nuclear con Irán y en última instancia, conseguir que la línea dura contra Teherán siga viva.

10. Con todo, resulta complicado en este momento saber en qué medida es posible acercar las posiciones entre Qatar, los saudíes y sus aliados, dado que las exigencias en contra del emirato incluyen condiciones como el cierre de Al Jazeera, el retiro de la base militar turca establecida en Qatar y terminar con el “financiamiento qatarí de grupos terroristas”. Las declaraciones del ministro kuwaití en el sentido de que se habría conseguido un enorme avance, sugerían la suavización de varias de estas demandas. Hasta ahora, sin embargo, no ha habido más señales al respecto. Tendremos que seguir pendientes. 

Lo interesante de este caso es que ahora mismo, al cuarto para las doce y después de tres años, Trump y su yerno están haciendo lo imposible por componer una crisis que ellos mismos ayudaron a alimentar en su momento. Y que, si lo logran, no nos quepa duda, harán todo cuanto puedan para colgarse la medalla de esta que quizás sería su última hazaña en la región.   


Analista internacional.
Twitter: @maurimm

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