Las diez crisis por desplazamiento humano más desatendidas del globo se encuentran en África. No son las únicas por supuesto, pero esas fueron las más importantes durante 2021. Esto revela el reporte anual emitido por el Consejo Noruego para Personas Refugiadas. Hay varios ángulos para revisar informes como ese. Podemos concentrarnos en algunos de los conflictos que están produciendo desplazamientos masivos, tal y como ha ocurrido en los últimos meses en la República Democrática del Congo, o con la ola de violencia jihadista en el Sahel (al sur del Sahara), así como los golpes de estado en países como Chad, Malí o Burkina Fasso. Podríamos enfocarnos en explicar el conflicto en Etiopía, las protestas en Sudán o el conflicto en Sudán del Sur. Pero el ranking anual que publica el Consejo Noruego, pone énfasis no solo en las problemáticas existentes en esos países, sino en el hecho de que se trata de situaciones desatendidas—ignoradas, dicen—por la comunidad internacional. Mucho más en momentos como el que estamos viviendo, en que la atención se ha concentrado en la guerra en Ucrania. El reporte indica que los medios de comunicación juegan un rol en esta situación, y que en la medida en que estas crisis generan pocos titulares, atraen poca asistencia global y desaparecen del radar. El tema, sin embargo, es más complejo y vale la pena examinarlo.

Primero, considerar que, en efecto, se trata de crisis verdaderamente relevantes. El conflicto de la República Democrática del Congo, por ejemplo, ha producido unas 5.5 millones de personas desplazadas. La guerra interna en Etiopía, desatada desde noviembre del 2020, también ha generado más de un millón de personas desplazadas, ha producido hambruna y una crisis humanitaria difícil de dimensionar. Más aún, cuando los rebeldes Tigray estuvieron cerca de tomar la capital, Adis Abeba, en pleno 2021, el gobierno de Abiy Ahmed—un Premio Nobel de la Paz—decidió privar de la libertad a miles de personas étnicas Tigray que viven en esa capital, lo que presagiaba un escenario de genocidio, en caso de que la situación hubiese empeorado. Afortunadamente eso no ocurrió, y, aunque las cosas se han venido moviendo desde entonces, el conflicto no se ha extinguido. La amenaza a la existencia misma de Etiopía como nación, un país de 115 millones de habitantes, pasó sin que, en muchos sitios, se le prestara la atención que el caso ameritaba.

Otro caso de considerable importancia es el de la región del Sahel en donde desde hace mucho tiempo operan grupos extremistas, algunos de ellos ligados a Al Qaeda, otros a ISIS, perpetrando continuamente decenas de atentados terroristas, secuestros, masacres y ataques contra instituciones. Todo esto recibe muy poca cobertura global. Como una de las reacciones ante el estado de inseguridad, esa misma región ha visto varios golpes de estado, uno tras otro, con consecuencias negativas para las libertades y derechos humanos de las poblaciones de millones. Por si no basta, a ello hay que añadir que la región del Sahel es una de las tres franjas detectadas por el Reporte de Riesgo Ecológico (IEP, 2021) como más altamente vulnerables del planeta ante afectaciones ambientales (no solo por cambio climático), situación que ya tiene una elevada correlación con el conflicto, el desplazamiento humano y el refugio. Los anteriores son solo ejemplos de las crisis de las que hablamos.

Segundo, también es verdad que, al recibir poca cobertura mediática global, estas crisis rara vez aparecen en nuestros radares. De pronto un ataque de alto impacto en Nigeria que produce decenas de muertes, o cuando cientos de niñas son secuestradas, se genera demanda informativa, pero ésta posteriormente se reduce y se retorna a otro tipo de temas que parecen más atractivos. Como resultado, el informe señala que la asistencia humanitaria global no fluye hacia estos sitios. Estos temas son derrotados en la competencia por recursos, que son ya de suyo, bastante escasos. También pierden espacios en las ya sobresaturadas agendas de gobiernos y organizaciones globales.

Si a eso sumamos que en varios de esos países las libertades para informar se encuentran altamente restringidas por los militares y gobiernos que hoy tienen el poder, entonces se produce un cóctel explosivo para esas regiones: no hay suficiente información desde adentro, tampoco hay interés e información generada desde afuera.

Tercero, a pesar de lo que diga el reporte señalado, la verdad es que el rol de los medios ante un entorno como el descrito, es bastante complejo. A la tradicional competencia entre medios tradicionales por la atención de las audiencias, hoy es necesario sumar la competencia potenciada en un ecosistema plagado de redes sociales, con imágenes, videos y textos fluyendo de manera constante y viral, capturando el tiempo de las personas (que naturalmente es limitado) y, sobre todo, el interés de esas audiencias en el medio de temas locales, escándalos, o simplemente en un entorno con contenido que resulta atractivo para quien lo consume.

Luego, además, pasa que aparece una crisis gravísima como lo es la guerra en Ucrania. Un caso así, probablemente no visto desde tiempos de la Segunda Guerra Mundial, presenta riesgos potenciales y latentes de escalar. A lo largo de estos meses ha sido imposible descartar que, si se descuidan factores importantes, esa crisis podría tornarse en un conflicto entre grandes potencias. Adicionalmente, las consecuencias económicas y sociales de un conflicto como el de Ucrania, tales como la crisis alimentaria o el alza de los combustibles, tienen repercusiones mayores en todo el planeta. Así que no solo por lo que ahí sucede, ya enormemente grave, sino por lo que implica para el mundo, un tema así necesita, en efecto, consumir parte considerable de la energía de medios, que, por lo demás, tienen ya sus agendas saturadas con temas locales, altamente importantes para sus audiencias objetivo.

Queda claro, entonces, que los medios no tienen una tarea simple. También queda claro que el resultado final es que hay decenas de crisis humanitarias en el planeta—muertes, desplazamiento humano, hambre—que simplemente no alcanzan a cubrirse en espacios globales y que terminan siendo considerablemente desatendidas.

No hay, ante lo planteado, una respuesta simple o única. Tal vez el primer paso consiste, sin señalar a nadie con el dedo, en asumir la complejidad del tema, comprender que se trata no de crisis “apartadas” o “separadas” de un sistema del cual todos nuestros países forman parte, evaluar de qué formas las interconexiones del sistema terminan por impactar al todo, aunque no siempre lo veamos con claridad—ejemplo: los nexos entre organizaciones criminales transnacionales y varios de los grupos terroristas que menciono del Sahel—y entonces, tal vez corresponsabilizarnos. Las organizaciones internacionales tienen tareas que cumplir en términos de concientización, atención, y combate a la ignorancia de estas crisis; también nuestros gobiernos, las sociedades civiles de distintos países, especialmente aquellas organizaciones que se enfocan en temas globales, la academia, las instituciones educativas, y sí, también los medios de comunicación intentando buscar equilibrios, en la medida de lo posible. Además, en mi experiencia y gracias a espacios que agradezco y aprecio en que se me permite participar, cuando los medios hacen un esfuerzo por explicar su relevancia, muchos de los temas señalados sí provocan un sorprendente interés en una parte considerable de las audiencias, lo que puede contribuir a resolver algunos de los dilemas ante los que, lo sabemos, su labor se enfrenta cotidianamente.

Twitter: @maurimm