Una vez, hace ya mucho tiempo, la guerra siria estaba en los encabezados de todos los diarios globales. De ese entonces a la fecha pareciera que han transcurrido siglos. Será porque los muertos ya no están, porque los refugiados dejaron de ser noticia hace rato, o por la habituación y sobresaturación noticiosa, o bien, será porque se esparció la idea de que esa guerra ya había terminado y que el gobierno sirio había “recuperado” el territorio perdido, o la noción de que ISIS había sido “derrotada”. Pero no es así. La guerra sigue. Algunos frentes se han agotado, otros han evolucionado, y otros nuevos han emergido. Y pasa que cuando las situaciones no se resuelven de fondo, usualmente resurgen o retornan con ferocidad. La ofensiva del gobierno sirio para recuperar el último bastión rebelde, la provincia de Idlib, nos recuerda toda esa serie de temas que siguen vigentes y de los cuales bien valdría la pena aprender lecciones: intervención de actores internacionales y transnacionales, centenares de muertos, miles de heridos, decenas de miles de desplazados y refugiados. Todo eso en el curso del último par de semanas. Acá unas notas al respecto.

Primero, después de las últimas campañas del 2017 y 2018 del ejército sirio—apoyado por Rusia, por Irán y por las milicias aliadas a Teherán—en las que recuperó buena parte del territorio del país, la mayoría de los rebeldes que quedaban, así como unos tres millones de civiles desplazados, se atrincheraron en la provincia de Idlib. En estos años y meses, ha habido varios intentos de negociación para que la última fase de la guerra no se convirtiera en una carnicería, principalmente debido a la cantidad de civiles que se habían refugiado en esa parte del territorio. Rusia, la superpotencia vencedora, Irán y Turquía, acordaron términos para tratar de garantizar que las hostilidades no estallaran. Pero esos acuerdos nunca fueron del todo satisfactorios ni para el presidente Assad, quien ahora se sentía con la fuerza necesaria para terminar de reconquistar el territorio que había perdido, ni para varios de los grupos rebeldes, un complejo conglomerado de milicias, el cual hemos descrito en otros textos, y que, entre otras milicias, incluye a la filial siria de Al Qaeda. Al final, la violencia que estamos viendo estos días es el resultado de la decisión de Assad, con el pleno respaldo ruso e iraní, de lanzar esta ofensiva “final”. No solo los bombardeos sirios, sino los de la aviación rusa, están siendo indiscriminados, como se había observado en otras fases de la guerra.

Por cierto, Turquía parece haber sido aislada de esta decisión. Las milicias apoyadas por Ankara están siendo atacadas, pero fuera de ello, han estado ocurriendo diversos incidentes en los que las que fuerzas del ejército turco están siendo directamente atacadas por el ejército sirio. Habrá que seguir de cerca esto último pues esa situación podría escalar.

Segundo, cuando se dice que si Assad recupera Idlib habrá “reconquistado” todo el territorio que perdió, eso es impreciso. Hay un frente distinto al de Idlib. Actualmente las Fuerzas Democráticas Sirias, compuestas mayoritariamente por milicias kurdas, entrenadas, financiadas y apoyadas por Washington, tras sus victorias contra ISIS, conservan casi una tercera parte de Siria. Esto no supone inmediatamente que se detonará un enfrentamiento entre estas fuerzas y las tropas de Assad, pero hace falta ver si los kurdos están dispuestas a ceder el territorio que lograron adquirir tras años de sangrientos combates contra ISIS y en todo caso, bajo qué términos se negocia el potencial desarme de estas milicias. Podríamos suponer que bajo su doctrina de “America First”, Trump está ansioso por retirar pronto a las menos de 1000 tropas que aún le quedan a EEUU en Siria, e intentará negociar con Rusia y con Assad los términos de rendición de sus aliados kurdos. Sin embargo, habrá que considerar cómo operan los actores en Washington que aún se oponen a ello, y en todo caso, cómo reaccionan los kurdos cuando se terminen de dar cuenta que, ahora sí, se han quedado sin el contingente estadounidense, incluso si Trump pretende sustituir sus tropas con fuerzas de otros países aliados. No olvidemos que detrás de todo este panorama, los kurdos tienen en su mente su propio conflicto con Turquía, para lo cual, el mantener sus armas y territorio les resulta esencial.

Tercero, un componente esencial de la conflictiva siria ha incluido desde hace años el extremismo violento por parte de actores no estatales locales y transnacionales, entre los que se incluyen Al Qaeda e ISIS, las cuales no han sido plenamente derrotadas. Tampoco debe asumirse que lo serán porque hayan perdido el territorio que llegaron a controlar. La forma de operar de este tipo de agrupaciones es replegarse, diluirse, ocultarse, reagruparse y seguir atacando. El New York Times reporta esta semana que, a pesar de haber perdido todo el territorio que llegó a controlar, ISIS conserva unos 18 mil combatientes solo en ese centro operativo. Otros reportes han llegado a hablar de hasta 30 mil. Los ataques terroristas en esa misma zona no han dejado de ocurrir. De acuerdo con las bases de datos a que tenemos acceso, solo en los últimos tres meses se promedian de dos a tres atentados terroristas cada semana en Siria, varios de ellos con más de 50 víctimas mortales. No hay bases para suponer que esta “última” ofensiva de Assad implicará el final de esa historia; por el contrario, el terrorismo—con todas sus consecuencias materiales y psicosociales—bien podría tender a incrementarse durante los años que vienen, dificultando los necesarios pasos para la reconstrucción, ya no física, sino emocional de la sociedad.

Cuarto, hay un frente adicional. A medida que Irán y sus milicias aliadas como Hezbollah y otras, han ido afianzando posiciones en Siria, Israel ha intensificado sus bombardeos en ese territorio (lo que en semanas recientes parece incluso haberse extendido hasta Irak) en contra de esos objetivos. Para Israel es indispensable enviar el mensaje de que no permitirá que el desenlace de la guerra siria resulte en una mayor capacidad de ataque por parte de su mayor enemigo, Irán. Hasta ahora las respuestas por parte de Teherán o de Hezbollah han sido casi nulas o, en el mejor de los casos, tímidas, lo que ha propiciado que Israel se sienta casi sin restricciones para mantenerse bombardeándoles, incluso con el implícito aval de Putin quien tampoco quiere ver el poder de Irán demasiado extendido en la región. Sin embargo, nada garantiza que este seguirá siendo el caso en el futuro. Esta vertiente del conflicto podría escalar con velocidad en cualquier momento hacia una guerra de mayor tamaño que podría involucrar a varios países y actores, mucho más en un entorno en el que EEUU está buscando estrangular económica y diplomáticamente a Teherán. La combinación de ese entorno con el incremento y extensión territorial de dichos bombardeos por parte de Israel, el mayor aliado regional de Washington, puede encender una mecha que tendríamos que tener en el radar.

Los anteriores son solo ejemplos que muestran el por qué cuando se habla del “final” de la guerra siria, se trata acaso del “final”—y eso está por verse—de una de muchas historias, incluso si los reflectores mediáticos, por falta de interés o atractivo, dejan de iluminar a las otras historias que ahí se siguen tejiendo.

Analista internacional
Twitter: @maurimm

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