Hace unos días, la revista Foreign Policy publicó un texto que tenía por título: “Escandinavia se está preparando para una guerra”, una guerra mayor con Rusia para ponerlo de forma clara. De manera similar y antes de la invasión rusa a Ucrania, The Economist reportaba en 2021 que las fuerzas armadas francesas se estaban preparando para una guerra de alta intensidad. Es decir, el liderazgo militar francés ya desde un año antes de la intervención rusa, preveía que en los siguientes años se viviría un conflicto internacional de escala mayor con una “cantidad de muertes que no hemos visto desde la Segunda Guerra Mundial”, y estaba modificando sus estrategias para enfrentar esa posibilidad. La cuestión es que, en teoría, hasta hace pocos años, estábamos viviendo los tiempos más pacíficos de la historia. Las gráficas y los datos estadísticos, como los publicados por Steven Pinker de Harvard, en su libro del 2011: Los mejores ángeles de nuestra naturaleza. ¿Por qué ha disminuido la violencia?, o más recientemente, en 2015 por Max Roser, un economista de Oxford, demostraban que, tras 600 años de conflictos armados de distinta naturaleza, después de los años 80 y muy notablemente después del 2000, las caídas en las cifras de estos conflictos y en las muertes a causa de ellos, eran brutales. Pinker incluso argumentaba que la disminución en la conflictividad se debía al ascenso de la democracia, el capitalismo, la civilización industrial e instituciones internacionales como la ONU.

En el fondo, hay un problema conceptual: el artículo en que se publicó la gráfica de Roser se titula: “600 años de guerra y paz”, asumiendo que cuando no hay conflictos o muertes por conflictos armados, entonces se puede hablar de años de paz. Ese es uno de los mayores malentendidos existentes puesto que la paz no es únicamente la ausencia de guerra o violencia, sino muchas otras cosas. Entre otros temas, el miedo a la violencia no solo nos produce una “sensación” o “percepción” de falta de paz, sino que el miedo a la violencia es en sí mismo parte constitutiva de la falta de paz. La investigación ha demostrado que el miedo nos hace reaccionar de maneras peculiares. Cambiamos nuestras conductas. Sospechamos del vecino. Buscamos de dónde agarrarnos para proteger nuestra seguridad vulnerada. Cambiamos nuestras leyes. Apoyamos iniciativas o políticas de mano dura. Nos volvemos más intolerantes. Odiamos más y cometemos más crímenes por ello. Y sí, también nos preparamos para la guerra.

Cuando las potencias deciden entrenarse, armarse y alistarse para un conflicto armado mayor, no estamos en condiciones de paz. La paz armada no es paz, sino una antesala para la guerra, que depende no solo de las muy débiles voluntades humanas, sino de circunstancias que frecuentemente escapan a ellas. Cuando hacemos que la “paz” se sostenga en proyectar fuerza y poder, en realidad estamos descansando sobre la base de lograr que los rivales nos tengan miedo. Y nuevamente, cuando nuestras relaciones se basan en el miedo, no estamos en paz. Esto último, repito, no es una opinión, sino una afirmación basada en amplia investigación efectuada a lo largo de décadas.

En concreto, el reciente texto de Foreign Policy analiza el cambio de postura de la región escandinava hacia la preparación militar en medio de tensiones crecientes tras la invasión a gran escala de Rusia en Ucrania. Suecia y Finlandia, tradicionalmente neutrales, han formalmente reconsiderado sus posiciones, con Finlandia recientemente uniéndose a la OTAN y Suecia potencialmente siguiendo el mismo camino. Este cambio refleja una tendencia más amplia en la región hacia la militarización y la alineación con las potencias occidentales. Las acciones de Rusia en Ucrania han destruido la noción de estabilidad en el Ártico, lo que ha llevado a un aumento en la acumulación militar y preocupaciones sobre un posible conflicto en la región. Aunque los análisis más expertos consideran que un conflicto total en el norte es poco probable, las tensiones están en su punto más elevado desde tiempos de la Guerra Fría, con tácticas de guerra híbrida siendo implementadas ya en el presente, y, sobre todo, con el potencial de cálculos erróneos que plantean riesgos significativos. La importancia estratégica del Ártico, particularmente en términos de las capacidades militares de Rusia, subraya la necesidad de una vigilancia continua y esfuerzos diplomáticos para evitar la escalada.

Esto cobra aún más relevancia cuando en Estados Unidos alguien como Trump, quien podría ganar las elecciones, emite amenazas que cuestionan el rol de la superpotencia ante la OTAN.

Ahora bien, si miramos el plano mayor, es notable la evolución del conflicto armado como era visualizado, ya desde 2021 o incluso antes, por las fuerzas armadas francesas. Se trataba, indicaba The Economist, de una transformación generacional. Hace 30 años, el ejército francés se dedicaba mayormente a labores de “mantenimiento de paz”. Durante la última década, las mismas fuerzas armadas estuvieron entrenándose principalmente para combate de contrainsurgencia, lo que han puesto en práctica en regiones como el Sahel en África. Pero en su visión estratégica para la siguiente década, la dirección militar en Francia estaba decidiendo prepararse para conflictos entre estados, guerras de mayor escala que no solo contemplaban posibles enfrentamientos con Rusia, sino con otros países como Turquía. Este escenario ya tenía incluso su propio acrónimo: HEM (Hypothèse d'engagement majeur—Hipótesis de enfrentamiento mayor).

La visión francesa en realidad exhibe la propia evolución del conflicto armado en los últimos años. Después de la Guerra Fría, a pesar de una cantidad de conflictos locales que persistieron, en lo general, el planeta aparentaba encaminarse hacia un mayor estado de paz. Unos años después, sin embargo, hubo un crecimiento en el número y las capacidades de distintos actores no-estatales de carácter violento (tales como organizaciones terroristas o criminales), los cuales han formado parte de varios de los conflictos armados que aún experimentamos en nuestros días. Piense en los ataques terroristas del 2001 y las intervenciones militares que le sucedieron, en las guerras en Siria, Libia o Yemen, o en el caso de un país como México, un caso muy diferente, pero igualmente violento.

Sin que esas circunstancias se hayan esfumado, ahora estamos viviendo nuevamente el escalamiento de la rivalidad y confrontación entre las superpotencias, salvo que, para enfrentar esta rivalidad multipolar, hoy las potencias cuentan con capacidades tecnológicas sin precedentes. Esto se manifiesta desde rubros como la ciberguerra o la guerra informativa, hasta muchos otros como las guerras comerciales y tecnológicas, las sanciones, la competencia y conflicto por espacios geográficos y esferas de influencia, o la carrera armamentista que se encuentra otra vez, completamente desatada. La guerra en Ucrania es, lamentablemente, uno de los resultados de esa serie de factores pues a pesar de que es alimentada por factores locales y regionales, es imposible de entenderse sin valorar la rivalidad global que viene creciendo y que, ya desde el 2021, podía revisarse en los planteamientos de Francia que estoy ahora recuperando.

Las lecciones pasan por comprender que las verdaderas condiciones de paz no se limitan a la disminución de la guerra o la violencia visible, o una reducción en las muertes o daños materiales por los conflictos que explotan. Cuando explotan, ya estamos tarde. Mucho antes, y sobre todo cuando las potencias anuncian estarse preparando para la guerra, se necesita construir actitudes, instituciones y estructuras que no solo propicien esa paz, sino que la sostengan (IEP, 2023). Tomar conciencia de ello es fundamental si queremos un planeta distinto.

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Twitter: @maurimm

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