Si algo se requiere en tiempos conflictivos como los que vivimos es intentar complejizar el análisis. Cuando hablo de pensamiento complejo recurro a planteamientos como los de Edgar Morin, quien nos enseña que las separaciones que hacemos para tratar de comprender nuestra realidad, solo operan en nuestras mentes. En un sistema complejo (COM=junto, PLEXUS=tejido), todo se encuentra conectado y entretejido. Lo económico no está aislado de lo político, lo social o lo cultural. Lo que sucede a nivel interno en un país impacta en sus decisiones hacia afuera, pero lo que ocurre afuera también impacta en la política interna. Se trata de múltiples dimensiones, múltiples aristas y vectores, múltiples niveles interactuando todos al mismo tiempo. Si esto se aplica al conflicto en Medio Oriente, entonces hay dimensiones que no pueden ser analizadas como piezas separadas. Por eso, revisitar la historia del conflicto “palestino-israelí” de 1917 a 1990, sin incorporar las variables regionales y las globales (como el imperialismo occidental, la Segunda Guerra Mundial y posteriormente la Guerra Fría), no resulta en un análisis que capture bien las dinámicas y decisiones de la época. Pero de igual forma, es clave también entender la lucha política al interior de las sociedades, así como el rol de individuos específicos en esas dinámicas. Por si eso no basta, todo lo anterior siempre es encuadrado dentro de narrativas en competencia. Esto es válido también para un análisis complejo de la situación actual. Todo interactúa y toda cuenta.

Podríamos por supuesto hacer ese ejercicio histórico. Debo confesar que no terminaríamos. Porque un ejercicio así para el conflicto palestino-israelí tendría que superar la idea de que se trata de dos actores unitarios, cada uno operando de manera racional, y solo interactuando entre ellos. Habría que, por lo pronto, hacer una disección de la sociedad judía que poblaba la entonces Palestina Británica (es decir, los judíos-palestinos), comprender sus posturas, sus choques y sus dinámicas para intentar iluminar cómo fue evolucionando su toma de decisiones. Lo mismo dentro de la comunidad árabe-palestina. Pero habría que añadir otros liderazgos árabes dentro de las colonias británicas y francesas de la región, los procesos de independencia de esos países, y revisar cómo es que cada uno de esos actores y procesos incidió en las decisiones que se tomaron en los años 40. Luego, después de haber trabajado arduamente con todas esas piezas, se necesitaría sumar las dinámicas imperiales, la competencia entre esos actores globales, los factores que resultaron en las guerras mundiales, y los desenlaces de la segunda de ellas que produjeron el plan de partición de Palestina por parte de la ONU en 1947. Una vez entendido el cómo se llega a ese punto, hay que agregar la competencia que se gestaba ya entre el bloque soviético y el bloque estadounidense, y preguntarse por qué fue que ambos bloques respaldaron ese plan de partición que determinaba repartir el territorio de Palestina y crear dos estados, como la opción más viable o quizás, la menos mala de las que había. Si ya se hizo todo ese ejercicio, ahora habría que incorporar el rol de los países árabes tanto en las dinámicas regionales como en las globales, cómo es que sus decisiones y sus acciones incidieron en el estallido de la guerra de 1948, y posteriormente en todas las guerras que siguieron, mientras que al mismo tiempo, habría que estudiar qué sucedía con una parte sustancial de la comunidad palestina en Israel que se vio forzada a desplazarse y refugiarse por el conflicto, y cómo o por qué una parte minoritaria de esa comunidad optó por permanecer en sus localidades, las cuales pasaron a formar parte del Estado de Israel.

Seguramente me faltan muchos aspectos, pero el tema acá es que todos esos factores tendrían posteriormente que proyectarse hacia adelante, y mirar cómo cada una de esas múltiples dinámicas y niveles—locales, regionales y globales—siguió operando en las décadas siguientes y llevó la historia al punto en el que actualmente se encuentra. Dejar de lado el nivel macro como la Guerra Fría, o el nivel más bajo como el rol de individuos como Nasser en las guerras de Egipto contra Israel, o el de Sadat después de él, o el de cada uno de los líderes israelíes, estadounidenses y soviéticos, ocluye el análisis.

Y luego, como decía arriba, todavía hace falta una deconstrucción narrativa de todo lo anterior. De acuerdo con el Instituto para las Transiciones Integrales (IFIT), un centro de pensamiento con el que colaboro, “una narrativa es un sistema de historias que ayuda a las personas a dar sentido a sus experiencias y a crear una visión coherente del mundo. En función de la información, los acontecimientos y el entorno al que estamos expuestos a lo largo de nuestras vidas, las narrativas a las que nos suscribimos suelen parecer de sentido común. Sin embargo, inconscientemente, éstas dan forma a nuestra comprensión de nosotros mismos en la sociedad, incluidas nuestras creencias sobre la identidad, la comunidad, la pertenencia a un grupo y las relaciones con los ‘otros’. La narrativa, a su vez, guía la forma en que los miembros de diferentes grupos sociales se relacionan entre sí y se movilizan para la acción social y política. Dependiendo de cómo se utilicen, las narrativas contribuyen a profundizar o mitigar los conflictos que seguramente surgirán entre los grupos con el paso del tiempo”. Asumir que en todo el panorama que arriba escribo hay “realidades”, o “verdades evidentes” y no narrativas, relatos y discursos, es también una mirada incompleta. Así que, intentando librar un poco toda esa niebla, habría que leer infinidad de textos, a fin de contrastar posturas, amplificar y complejizar el bosque narrativo.

Así, un ejercicio como el que señalo tiene que hacerse no solo respecto al pasado, sino una labor que se tendría que hacer todo el tiempo en el presente por parte de aquellas personas interesadas en temas de resolución de conflictos y en temas de construcción de paz (en este o en cualquier otro tema).

Para el análisis de la situación actual, anoto solo unos elementos. Primero, se necesitaría estudiar a fondo a figuras individuales como la de Netanyahu, sus años en el poder, sus cargos por corrupción y los procesos legales que enfrenta, su lucha constante por permanecer en la silla, su alianza con actores extremistas para lograrlo, la oposición, la protesta y el disenso en Israel durante el 2023, la lucha entre los poderes del Estado, la vulnerabilidad y las fallas de las instituciones de seguridad, entre muchos otros factores. Luego habría que hacer un análisis de la situación en el campo palestino, el estado de la conflictiva entre Hamás y la Autoridad Nacional Palestina (liderada por la OLP), pero más aún, la conflictiva al interior de Hamás y la figura de Sinwar dentro de esa conflictiva y cómo es que es este último quien termina por imponerse al activar todo el plan de los atentados terroristas del 7 de octubre. Luego, estudiar otras dinámicas locales como las interacciones y conflictos entre los distintos gobiernos de Netanyahu a lo largo de los años con Hamás, sus disputas políticas y diplomáticas con la ANP, la situación de los territorios en permanente ocupación (y de paso, el resultado de la desocupación física de Gaza por parte de Israel, pero a su vez el control y bloqueo de sus fronteras, cielos y mares), el rol de los colonos judíos en Cisjordania y también en la política interna en Israel. Si seguimos intentando un análisis complejo, hay que añadir los procesos de negociación que han tenido lugar entre Israel y representantes palestinos en las últimas décadas, lo que sí se logró negociar en 2000 o 2007, y lo que fracasó de esas negociaciones. También, dentro de toda la niebla, la cooperación entre Israel y la ANP a lo largo de los años.

Posteriormente, hay que añadir lo regional, realmente crucial para entender tanto el 7 de octubre, como la respuesta de Israel que ha resultado en la crisis humanitaria que hoy se vive en Gaza. Esto implica incorporar al análisis el rol de Irán, su rivalidad con Arabia Saudita y sus aliados, su proyecto nuclear y de misiles, su guerra de “bajo perfil” con Israel y los múltiples ataques y actos de agresión entre ambos a lo largo de décadas, la conformación y evolución del eje proiraní, en particular la formación, financiamiento, entrenamiento y armamento de la organización libanesa Hezbollah por parte de Irán, así como sus guerras con Israel. A todo esto, sumar el apoyo de Teherán a Hamás y la Jihad Islámica, y el respaldo militar que hoy brindan actores del eje proiraní como Hezbollah o los houthies en contra de Israel. Revisar cómo es que todo esto incide en las decisiones que Jerusalem ha tomado al respecto de Gaza y al respecto de Líbano también. Pero también cómo es que todo ello impacta otras conflictivas locales como la rivalidad Irán-Arabia Saudita, dentro del proceso de normalización que Israel ha tenido con países árabes a lo largo de los últimos años. Lo que no se puede hacer sin al mismo tiempo revisar las dinámicas internas en Irán (como el movimiento de protestas masivas liderado por las mujeres, la ilegitimidad del régimen, y la competencia por el poder en ese país), o en países árabes en donde Israel es cada vez percibido más negativamente y Hamás es percibida más positivamente.

Además, un nivel de análisis adicional tiene que ver con lo global, las dinámicas entre Rusia y China con Occidente y el impacto que ello tiene en Medio Oriente, el rol de la guerra en Ucrania (y la creciente cooperación Rusia-Irán), la conflictiva entre la OTAN y Moscú, o el papel que están jugando países como los BRICS en todos esos procesos. Si además, sumamos el hecho de que países como Estados Unidos también requieren de un análisis complejo al interior, especialmente en un año electoral, podríamos llegar hasta el tema de las comunidades que van a decidir el voto en Michigan o en Wisconsin, o el discurso de Trump, o el papel de los republicanos en la Cámara, o el del líder demócrata en el Senado.

En fin, no paramos. Especialmente porque si todo ello no parece suficiente, también en los relatos acerca de las historias de lo que cada día acontece, las narrativas tienen una función crucial. Y si pretendemos explorar cómo es que estas historias están siendo contadas, tenemos que identificar la dimensión subjetiva, las condiciones de producción, circulación y recepción discursivas (Haidar, 2006), los usos de lenguaje en la producción de sentido, las formas como se teje la argumentación, la utilización de instrumentos como lo implícito o lo sobreentendido, la decisión de cuándo inicia, en dónde continúa, qué rumbo sigue y cuándo finalizan las historias que contamos, los protagonistas, antagonistas, héroes y villanos de esas historias, y muchos elementos más.

Escribo este texto, por supuesto, con profundo pesar a causa de las víctimas que han sido y siguen siendo afectadas por el conflicto y lo hago no en desconexión con la cara humana y la tragedia que todo esto significa, sino justamente porque trabajo todos los días en intentar comprender mejor cómo se transita de la guerra a la paz. Hay muchas formas de hacer los ejercicios que describo. Pero todas pasan por comprender que, independientemente de si los vemos o no, o de si decidimos incorporarlos al relato o no, todos esos niveles y dimensiones operan de maneras paralelas y en interacción constante. La mala noticia es que no hay soluciones parciales, o salidas que solo incluyan a ciertas partes del sistema. La buena noticia, es que eso mismo ofrece también oportunidades o puertas de acceso a dicho sistema, que no siempre están ubicadas en donde creemos que lo están.

Instagram: @mauriciomesch

TW: @maurimm

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.


Google News

TEMAS RELACIONADOS