“La competencia estratégica entre Estados, no el terrorismo, es ahora la principal preocupación en la seguridad nacional de Estados Unidos”, afirmaba la Estrategia de Seguridad Nacional de Trump en 2017, al inicio de su primera gestión. El mundo había cambiado. Washington debía reorientar sus prioridades hacia su rivalidad con Rusia y, especialmente, con China, como subrayaba el otro documento central: la Estrategia de Defensa Nacional emitida poco después. Incluso el entonces vicepresidente Pence pronunció un discurso detallando por qué Washington veía a China como su mayor amenaza. Hace unos días se publicó la nueva Estrategia de Seguridad Nacional para este segundo período de Trump, y no hay una sola mención a esa “competencia estratégica” con China y Rusia o a la amenaza que en 2017 se decía que ambos representan. La realidad es que el documento simplemente formaliza lo que ya hemos observado en la práctica: una política exterior mucho más acotada, más transaccional y más crítica de Europa, entre otros aspectos. ¿Qué ocurrió entre 2017 y 2025? ¿Trump ha cambiado? La respuesta corta es no. En absoluto. Lo que revela, en cambio, la comparación entre ambos documentos tiene que ver más con el círculo que hoy rodea al presidente, con los aprendizajes de Trump al respecto y con las formas en que podemos esperar que se tomen decisiones durante el resto de su gestión. Algunas notas al respecto.
1. ¿Cómo veía Trump la Seguridad Nacional de Estados Unidos en 2017 y el rol que Washington debía jugar en el mundo, y cómo lo ve ahora? La verdad es que piensa de forma muy similar, si no es que igual. Trump siempre ha sostenido que Estados Unidos es un país del que todos se aprovechan, que ha firmado acuerdos pésimos y altamente desfavorables. Por ello, era indispensable priorizar los intereses de “EU Primero” y “Hacer a EU grande otra vez”, devolviéndole el respeto de los otros y recuperando una posición negociadora de fuerza.
2. Durante su gestión previa, Trump mostró despliegues de fuerza importantes: dos ataques contra Siria, el asesinato del segundo hombre más poderoso de Irán, y bombardeos y operaciones contra ISIS, entre otros. Para él, estas acciones demostraban que, a diferencia de un Obama “débil”, él sí cumplía su palabra. También se salió del Acuerdo Trans-Pacífico, del Acuerdo Climático de París y del Acuerdo Nuclear con Irán; en este último caso, aplicó una campaña de máxima presión para doblegar a Teherán y forzarle a negociar bajo mejores términos. Pero una vez ejercida esa presión, Trump ha tendido siempre a replegarse de regiones que considera ajenas y a priorizar temas como migración, seguridad y comercio. Recuerde, por ejemplo, cuando ordenó sacar a las tropas estadounidenses de Siria y “llevarlas a la frontera con México”, porque era esa frontera —no Medio Oriente— la que representaba una verdadera amenaza para los intereses de Estados Unidos.
3. En cuanto a Rusia, sabemos que, pese a lo que decían los documentos de Seguridad Nacional y Defensa Nacional —que describían a Rusia como una potencia “revisionista” que buscaba configurar un mundo contrario a los valores de EU—y pese a que su propia administración adoptó posturas duras contra Moscú en distintos momentos, Trump, en lo personal, siempre se inclinó por negociar con Putin. Nunca quiso culparlo por haber intervenido en las elecciones que lo llevaron al poder (como lo afirmaban todas sus agencias de inteligencia) y, en cambio, mostró una deferencia considerable hacia el mandatario ruso: buscaba negociar con él a puerta cerrada y llegó incluso a estar dispuesto a reconocer formalmente la soberanía rusa sobre Crimea (como ahora).
4. Respecto a China, es cierto que el discurso de su vicepresidente Pence en el Instituto Hudson enumeraba muchas de las amenazas que ese país representaba. Pero Trump veía el tema sobre todo desde la óptica de la economía y el comercio: las condiciones bajo las que China comerciaba con Estados Unidos generaban un déficit “injusto” e insostenible. Los aranceles impuestos desde entonces —como ahora— eran para él medidas de presión para negociar y, si lograban que Beijing aceptara términos favorables, podían reconsiderarse. Así surgió el acuerdo Fase 1 con China firmado en 2020.
5. En resumen, Trump no pensaba hace ocho, seis o cinco años de manera muy distinta a como piensa hoy. Sus líneas discursivas son prácticamente idénticas. Su inclinación hacia ciertas decisiones tampoco ha cambiado: “¿por qué no simplemente atacamos Venezuela?”, “¿por qué no declaramos a los cárteles como terroristas?”, “¿por qué no lanzamos misiles contra laboratorios de droga?” son preguntas que él mismo hizo a sus secretarios de defensa y asesores de seguridad nacional durante su gestión previa.
6. Y ahí está justamente la clave. Trump estaba rodeado entonces por un círculo muy distinto: un equipo que acotaba su gestión y que lo contenía de decisiones como “abandonar la OTAN” o lanzar una guerra abierta y frontal contra Maduro.
7. El peso de ese círculo se refleja claramente en los documentos de Seguridad Nacional y Defensa Nacional de esos años. James Mattis era el secretario de Defensa y H.R. McMaster el asesor de Seguridad Nacional; ese mismo puesto lo ocupó luego John Bolton. Basta leer los libros y testimonios de estos tres personajes para entender lo que ocurría en las reuniones privadas y en las conversaciones con Trump sobre todos estos temas.
8. En otras palabras, en aquella época, ese sector de Washington que pensaba (y que ahí existe y sigue pensando) como lo describen los documentos de seguridad nacional, tenía influencia y peso real dentro de la Casa Blanca. No más.
9. Steve Bannon, exasesor de Trump, lo resumió en 2024 de forma muy simple en una entrevista para Time (y parafraseo): esta vez Trump llega en modo de “guerra total”. Él considera, decía Bannon, que fue demasiado suave en su gestión previa y que se rodeó de gente que no le permitió implementar plenamente sus políticas. Pero el hombre aprendió —y muy bien— quiénes deben ocupar ahora los cargos estratégicos.
10. Dos puestos centrales para los documentos que señalo, hoy están ocupados por Hegseth y Marco Rubio, quien no es solo el secretario de Estado, sino también el asesor de Seguridad Nacional. De hecho, ahí mismo hay un ejemplo de lo que digo. Trump empezó su gestión con Mike Waltz como asesor de Seguridad Nacional, pero Waltz traía una línea que en ocasiones llegaba a chocar con la de Trump arriba descrita, así que rápidamente fue removido del puesto y mejor se decidió dejar a Rubio en el mismo, al menos por ahora.
11. Pero además de ellos otro ejemplo es el vicepresidente. Si el discurso en el instituto Hudson del 2018 reflejaba claramente quién era Mike Pence y todo el sector que él representaba, ahora, en 2025, fue el discurso de JD Vance ante la Conferencia de Seguridad Internacional de Munich lo que refleja no solo su pensar sobre Europa, sino el de buena parte de la base de Trump, de hecho, quizás el pensamiento más claramente afín al del propio presidente. Tanto así que en el filtrado chat de Signal hace unos meses, acerca de la campaña de bombardeos de EU en el Mar Rojo, Vance argumenta que EU no tendría por qué estar implementando esa campaña pues eso era “defender a Europa” y eso iba contra lo que Trump deseaba. Hegseth le contestó que en eso tenía razón: “Vicepresidente: Comparto completamente tu desprecio por la actitud de ‘vivir a costa de otros’ de Europa. Es PATÉTICO”.
12. Así que, más allá de los muchos —y acertados— análisis sobre la recién publicada Estrategia de Seguridad Nacional, si queremos entender realmente ese documento, esta es la circunstancia actual:
a. Trump sigue siendo Trump, y su sello está por todas partes. Pero más que un mandatario doctrinario o guiado por “principios”, cabe esperar que actúe como siempre ha actuado: de manera errática, difícil de predecir, profundamente basada en sus instintos, en su apetito por negociar acuerdos que considere favorables, obsesionado con cumplir sus promesas y con diferenciarse de sus antecesores.
b. Si en los documentos de su gestión previa podían verse con claridad las huellas de Mattis y McMaster, en el documento recién publicado los sellos de Hegseth y Rubio aparecen por todos lados. La Doctrina Monroe–Corolario Trump lleva la marca evidente del actual asesor de Seguridad Nacional y de sus prioridades geográficas, algo totalmente coherente con lo que hemos visto en estos meses y que apunta a acciones de Washington no solo en Venezuela, sino en varios otros puntos del continente. Las organizaciones criminales son “el Al Qaeda del hemisferio occidental”, dijo Hegseth hace unas semanas. Por eso, el documento prioriza la lucha contra ellas y contra la migración, y no contra Al Qaeda o ISIS como antaño.
c. El sello de Vance —y del sector que representa— también es clarísimo. Europa es vista como una sociedad decadente, erosionada por la inmigración y por las guerras culturales. El enemigo no está “afuera”, sino adentro: el liberalismo y progresismo que, según esta visión, “impiden” que voces disidentes se expresen o compitan. Europa debe ocuparse de lo suyo —como Ucrania— y no esperar que Washington cargue con ese costo, tal como Hegseth lo dijo durante su primer viaje al continente como secretario. Ahí están sus huellas, todas.
Pero en esencia, lo que muestra este nuevo documento, a diferencia del de 2017, es a un Trump diciendo con claridad lo que cree que Estados Unidos debe hacer, y operando sin las restricciones que le impusieron en su momento sus “enemigos internos”: Mattis, Esper, McMaster o Bolton. Dicho eso, no nos confundamos: esas voces siguen ahí, en Washington, en el Partido Republicano, en el Congreso, el Senado y en múltiples centros de análisis. Lo que sucede es que hoy ya no están logrando influir como antes. La Estrategia de Seguridad Nacional, puesto de forma simple, no hace más que formalizar algo que llevamos meses viendo: es simplemente una fotografía de una realidad con la que tendremos que aprender a trabajar.
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