“¿Qué pasaría si la guerra en Ucrania no termina?” Esta es la pregunta que se hacen Liana Fix y Michael Kimmage en Foreign Affairs , buscando analizar los escenarios de una guerra prolongada . La propuesta que hago hoy es pensar en eso mismo, pero no ya en relación con Ucrania, sino en relación con toda esa otra serie de conflictos que estaban ahí desde mucho antes que esa guerra estallara, ninguno de los cuales tiende a extinguirse “en automático”, y varios de los cuales, de hecho, ahora se ven impactados de distintas formas por el resurgimiento de la rivalidad entre las superpotencias, y que por tanto, tendrían que coexistir permanentemente con la situación en Ucrania en caso de que, en efecto, esa guerra se siga alargando.

Probablemente lo más importante a considerar será que buena parte de la atención, recursos militares, humanos y económicos, el tiempo y las capacidades de acción de cada uno de los actores que está directa o indirectamente involucrado en la guerra en Ucrania y en todo el entramado geopolítico que se ha construido en torno a ésta, se encontrará concentrada en esa zona del mundo. Esto incluye, por supuesto, a Estados Unidos, a varios países europeos y a la misma Rusia, entre otros.

Entonces, de entrada, habrá que preguntarse cómo se desenvolverá la otra dinámica conflictiva mayor, que es la que ocurre entre Washington y Beijing. Estamos observando de manera cuidadosa cada paso que está dando China. Hay muchos análisis que se aventuran a nombrar a Xi Jinping como el “gran ganador”, dado que Washington ha tenido nuevamente que volcarse hacia Europa y no le será posible, según se argumenta, atender su rivalidad con dos superpotencias a la vez, menos aún si el balance final de Ucrania fuese negativo de alguna manera para EU o para la OTAN . No obstante, me parece, en estas cosas es mejor esperar, observar y no apresurar el análisis. China está teniendo que calibrar sus equilibrios entre ofrecer respaldo y oxígeno a Putin, y mantener, a la vez, relaciones sanas con cada uno de sus socios comerciales, Europa incluida, además de asegurar que el desenlace en Ucrania no resulte perjudicial para la visión de mundo que China ha proyectado hacia el futuro, algo que hoy es difícil de asegurar. En esa visión, hay un planeta interconectado en el que el comercio y las inversiones chinas puedan fluir con velocidad, sin obstáculos y florecer. Un mundo con nuevos bloques, con cortinas de acero, países sancionados y aislados unos de otros, no necesariamente se ajusta a esas proyecciones y podría terminar operando en contra de los intereses chinos en el largo plazo. No lo sabemos aún. Por ello, será interesante ir observando lo que China hará en caso de que, efectivamente, la guerra en Ucrania se prolongara durante meses o quizás años.

Pero además de las rivalidades entre las grandes potencias, es necesario pensar en esa otra serie de conflictos que subsisten:

Primero, los conflictos entre estados. Como ya lo mencionábamos en otra entrega, estos no son demasiados y, cuando han llegado a estallar en los tiempos más recientes, no han alcanzado, hasta ahora, la dimensión de una guerra como la que tiene lugar en Ucrania. Sin embargo, el potencial conflictivo de cada uno de estos temas no debe ser subestimado. Esto incluye casos como la situación en la península coreana, la conflictiva de (cada vez menos) “baja intensidad” entre Israel e Irán, o incluso otros como el conflicto Armenia-Azerbaiyán . Hay más, pero en esos tres casos, hemos visto incidentes de alta preocupación en las últimas semanas, lo que, aunque no capture todos los reflectores por la sobresaturación informativa de Ucrania, no debe minimizarse.

Segundo, siguen ahí toda una serie de conflictos locales en donde hay potencias regionales y globales con intereses en juego. Esto incluye, por ejemplo, la guerra en Siria—que contrario a lo que mucha gente piensa, no ha terminado—la de Libia o la de Yemen. En cada uno de esos sitios, potencias como Rusia , EU o Francia, o poderes regionales como Arabia Saudita, EAU o Turquía, han decidido apostar por alguna de las facciones rivales, y en muchos casos, han intervenido de manera directa. La guerra en Ucrania ha ocasionado, solo por citar un ejemplo, que Rusia retire a efectivos y oficiales de Siria, o a mercenarios rusos ubicados en Malí o en Libia, y los traslade ahora hacia Ucrania. Este tipo de movimientos puede tener múltiples repercusiones para cada uno de los conflictos señalados. Pero más allá de eso, la consideración importante es que estos conflictos tendrían que “coexistir” ahora, con una guerra prolongada en Europa y con una rivalidad exacerbada entre las superpotencias.

Tercero, además de los anteriores, sobrevive toda una serie de conflictos internos, étnicos, religiosos o nacionales, los cuales frecuentemente lanzan recordatorios de que, pasados los años, siguen irresueltos. La reciente nueva ola de violencia desatada en el conflicto palestino-israelí es apenas un ejemplo. Otros casos en África y Asia siguen exhibiendo su potencial conflictivo todas las semanas.

Cuarto, la violencia asociada a organizaciones locales y transnacionales extremistas o de crimen organizado, como lamentablemente se padece en países como el nuestro. Se trata de redes que a veces explotan agravios añejos de las poblaciones, o estructuras como las carencias económicas, la corrupción, la debilidad institucional, las desigualdades socioeconómicas, o las desigualdades entre grupos humanos, la violencia perpetrada por estados, o la ausencia de un sentido de integración y pertenencia en diversas comunidades en el globo. En muchos sitios, esta serie de factores, en lo general, siguen todos ahí, presentes como siempre. Algunas de estas organizaciones extremistas o criminales toman posesión de amplias franjas del territorio de los países, y tienen relaciones predatorias o, bien, penetran y se vuelven simbióticas con las estructuras políticas de los estados en donde operan. Más aún, los lazos entre organizaciones criminales y organizaciones terroristas—como lo evidencia el notable caso de Mozambique, o incluso Siria con el tráfico de anfetaminas—son cada vez mayores. Nuevamente, se trata de conflictos que producen muertes, personas heridas, desplazadas y refugiadas todos los días.

El escenario de una guerra prolongada en Ucrania, por tanto, y de la concentración de atención y recursos para restablecer el “equilibrio de terror” entre las superpotencias—como en tiempos de la Guerra Fría —no sustituye, sino que se viene a sumar y a entretejer con toda esa serie de conflictos que menciono (y muchos otros que por espacio no menciono).

Pero este panorama preocupante, debe, sobre todo, invitarnos a la acción. Como personas, como sociedades y como países. Primero, haciendo nuestra labor dentro de organismos internacionales—como el Consejo de Seguridad de la ONU, del que formamos parte—y dentro de grupos de concertación como el G20, para intentar evitar ese escenario de guerra prolongada, apelando a nuestra tradición de multilateralismo, de solución pacífica de controversias y proscripción al uso de las armas. Queda claro que no es simple, pero no por ello podemos abandonar esas responsabilidades, en conjunto con países socios y activando a esos múltiples actores—que los hay—interesados en la estabilidad global. Segundo, haciendo también nuestra parte para intentar evitar que la situación actual derive en un nuevo escenario de “equilibrio de terror” entre superpotencias y alianzas militares confrontadas. Tercero, recordar que dentro del amplio panorama que describo, México es uno de los 25 países menos pacíficos del globo desde hace años (IEP, 2010-2021) y que poner nuestro grano de arena también incluye una atención integral para si no erradicar, al menos mitigar el impacto generado por las redes criminales y de corrupción transnacionales que alimentan esa situación en nuestro país y en nuestra región, así como el diseño e implementación de políticas de corto, mediano y largo plazo para la construcción de paz positiva (“actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen la paz”; IEP, 2021) en todo nuestro entorno.

Twitter: @maurimm

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