Estamos de lleno, y de vuelta, en tiempos de disuasión entre los estados. Para ser claros: no es que la disuasión hubiese desaparecido, pero sí estamos en un momento distinto al que caracterizó la posguerra fría. La consolidación de arreglos e instituciones internacionales había logrado distender la rivalidad entre superpotencias. La carrera armamentista estaba relativamente bajo control y existía un régimen internacional de acuerdos para mantenerla así. En concreto, las relaciones entre EU, Rusia y China vivían un buen momento en el que la cooperación parecía prevalecer sobre el conflicto. Otros eran entonces los temas que absorbían la atención de la seguridad internacional. Las evaluaciones de países como EU sostenían que las amenazas más relevantes provenían de actores no estatales, como Al Qaeda o ISIS. Pero todo fue cambiando. En 2017, cuando EU declara que la principal amenaza a su seguridad ya no es el terrorismo, sino la competencia estratégica entre superpotencias, Washington tuvo que reconocer que llegaba tarde a la carrera. Para entonces Trump ya era presidente. Hoy, recargado, está convencido de que necesita proyectar la fuerza de la superpotencia y disuadir a sus rivales. A veces las cosas le resultan como planea, pero otras veces sus adversarios responden de maneras imprevistas. Los acontecimientos de la semana pasada son muy elocuentes en este sentido. Unas notas al respecto:

1. La semana pasada se realizaron en China dos eventos que acapararon los reflectores globales. Primero, la cumbre de la Organización para la Cooperación de Shanghái. Dos días después, el desfile militar con motivo del 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y, en particular, de la victoria de China en la que Beijing denomina “Guerra de Resistencia contra la Agresión Japonesa”. Ambos encuentros reunieron a decenas de mandatarios y personalidades de distintos países, pero la nota central es que se trató de escenarios cargados de mensajes hacia Estados Unidos, y en especial hacia Trump.

2. El primero de esos mensajes fue económico. China busca presentarse ante el mundo como una alternativa viable en comercio e inversión, justo en un momento en que Trump impulsa políticas agresivas en ese terreno contra múltiples países, tanto aliados como adversarios. Es cierto que no todos optan por la opción china, pero también lo es que las circunstancias están siendo cada vez más propicias para Beijing a la hora de proyectar su poder de atracción.

3. En el terreno político, el mensaje también fue claro: China quiere mostrar que posee una alta capacidad de convocatoria frente a decenas de países, justo en un momento crucial en las relaciones de Estados Unidos con muy distintos gobiernos.

4. Y está el mensaje militar: una contundente demostración de fuerza china, tanto en materia nuclear y de misiles, como en el despliegue de tecnología hipersónica, drones, y en su poderosa fuerza naval y espacial.

5. Me detengo en este punto. Kurt Campbell y Rush Doshi explican en un ensayo reciente que, por primera vez, Estados Unidos enfrenta a un rival con mayor escala en casi todos los rubros estratégicos. Según ellos, China ya supera a Washington en producción, manufactura, patentes y capacidad naval. Aunque arrastra problemas estructurales, su tamaño y recursos le otorgan ventaja. La lección histórica es clara: la escala define la primacía de las potencias, y solo mediante alianzas reales —no relaciones de dependencia— podrá Estados Unidos equilibrar la balanza frente a Beijing.

6. Sin embargo, mientras Washington necesita articular alianzas para competir en lo económico, tecnológico y militar, Trump parece avanzar en la dirección contraria: con aranceles y unilateralismo que alejan a socios clave y abren espacio para que Beijing construya coaliciones propias.

7. Así, se transmitió otra serie de mensajes durante los dos eventos ocurridos la semana pasada en China. Entre ellos, destaca el mensaje sobre la cercanía de Xi Jinping con Putin. Aunque al inicio de la intervención frontal de Rusia en Ucrania en 2022, Xi mostró cierto titubeo pues esa confrontación no era su preferencia estratégica, tres años después el presidente chino parece convencido de que, dadas las circunstancias globales actuales, no tiene otra opción que respaldar a Rusia en todos los frentes posibles. Este mensaje de cercanía cobra especial relevancia tras las recientes semanas de intensos despliegues diplomáticos de Trump, desde Alaska hasta Washington. Mientras Rusia cuente con el respaldo económico, político y en el suministro de componentes clave por parte de Beijing, tendrá más capacidad para sostener la guerra durante un tiempo prolongado.

8. Luego, está la relevancia de la presencia del líder norcoreano Kim Jong un en Beijing exhibiendo también su cercanía con el bloque, y en particular ahora, su relación renovada con Rusia. En contraste con encuentros previos, ya no se habló de desnuclearización, confirmando que China y Rusia parecen ya aceptar a Corea del Norte como potencia nuclear de facto. La imagen de Kim junto a Xi y Putin en el desfile militar proyectó el frente común contra EU y reforzó su narrativa, mientras Pyongyang capitaliza su apoyo militar a Moscú en Ucrania y fortalece lazos estratégicos y económicos con Beijing, de quien sigue dependiendo. Así que, si Trump desea negociar con Kim, como ha sido dado a conocer, la posición de fuerza de Corea del Norte se encuentra en un punto muy distinto al de 2018 y 2019 cuando aquel intento colapsó.

9. Además de lo anterior, es muy notable el caso de India, una potencia a la que Estados Unidos lleva años intentando atraer a su polo, y que ahora se distancia de Trump a causa de las disputas comerciales y políticas que esos dos países están viviendo, y que aprovecha esta oportunidad para enviar el mensaje a Washington de que Nueva Delhi cuenta con opciones.

10. Si lo anterior no parece suficiente, también hay que considerar que otros muchos socios estratégicos de Estados Unidos estuvieron presentes en los eventos en China, marcadamente las monarquías del Golfo como Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, entre otros.

11. Combinando todo lo que he señalado, podemos evaluar el impacto negativo que este tipo de alineamiento tiene sobre el posicionamiento que Trump busca. Primero, como un presidente capaz de conseguir los acuerdos que desea, bajo los términos que desea, mostrando su determinación de emplear el vasto poder estadounidense, tanto militar como económico. Segundo, como el presidente que promete alcanzar la paz mediante la fuerza: es decir, disuadiendo a sus rivales para poner fin a los conflictos armados existentes y asegurarse de que no surjan nuevos. Por último, al abrir múltiples frentes de negociación simultáneamente, Trump buscaba que distintos actores —Rusia, Irán, China o Corea del Norte, entre otros— se sentaran de manera independiente con él para negociar acuerdos de interés propio que incluso pudieran debilitar las coaliciones de esos actores. En cambio, en cada uno de estos rubros observamos una serie de contranarrativas: esos actores muestran un frente más unido, evidencian su determinación de responder ante las tácticas de fuerza de Washington y, en el caso de países como India, encuentran incentivos para coordinar políticas con ellos.

12. Ese es el contexto que tiene que leerse al final de la semana cuando Trump decide renombrar el Departamento de Defensa como Departamento de Guerra.

En estos temas no hay casualidades.

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