En 2016 la contienda Trump-Clinton, una elección en la que votaron 137 millones de personas, fue definida por 78 mil votos. Pero no porque Trump rebasara a Hillary en la votación total (de hecho, Hillary superó a Trump en el voto popular por 2.9 M de votos), sino por las características del sistema electoral de EU en el que la competencia se produce en cada estado para conseguir los votos electorales de esa entidad. Es decir, Trump venció a Clinton en Pensilvania por 44 mil votos, en Wisconsin por 23 mil votos y en Michigan por 11 mil votos. Esos 78 mil votos otorgaron al candidato republicano 46 votos electorales de un total de 270 que requería para ganar. ¿Por qué eso es importante recordarlo hoy? Primero, porque, en la mayoría de las encuestas los temas de política exterior están siendo valorados como sumamente importantes por parte de los electores en ese país. Hay, por supuesto, varios otros temas como la economía o la inmigración, pero cuatro de cada diez están señalando la política externa como prioritaria. Segundo, porque en las recientes primarias demócratas, Biden tuvo que enfrentar un voto de protesta específicamente en dos de los tres estados que señalé (en Michigan de más de 100 mil y en Wisconsin de más de 40 mil personas emitieron un voto “no comprometido”), situación íntimamente relacionada con la política de Biden para Medio Oriente. Ese solo asunto podría resultar determinante en las elecciones presidenciales.

En concreto, según los promedios de encuestas, 60% de estadounidenses desaprueba el manejo de la política exterior de Biden y solo 37% de electores lo aprueba en ese rubro (RealClearPolitics, 2024). Esto es algo enormemente delicado en una elección en la que, a pesar de que Biden ha mostrado una ligera mejoría según los últimos datos, determinados temas pueden ser cruciales a la hora de definir los votos en sitios específicos como Michigan o Wisconsin.

Todo esto nos lleva a repasar lo que probablemente es el tema que más ha afectado a Biden en términos de su desaprobación en política externa, la percepción de su gestión del conflicto en Medio Oriente.

1. Desde los ataques terroristas del 7 de octubre de Hamás contra Israel, ese asunto se mezcló con la política interna y electoral en Estados Unidos. Los republicanos inmediatamente vincularon a Hamás con Irán y criticaron a Biden por haber sido débil con ese país. Precisamente debido a que Irán es una de las fuentes de financiamiento de Hamás y de la Jihad Islámica, ese sector se lanzó contra el presidente argumentando que, si no fuera por todas las concesiones que la Casa Blanca ha hecho a Teherán, incluido un “descongelamiento de recursos” por un acuerdo producto de las negociaciones, Hamás y la Jihad Islámica “no hubiesen podido haber cometido los atentados”. Más adelante el propio Trump declaraba que si él fuera presidente, esos ataques terroristas no hubiesen nunca ocurrido, como tampoco hubiesen tenido lugar los ataques contra tropas estadounidenses por parte de milicias proiraníes ubicadas en Siria y en Irak.

2. Además de ese tipo de críticas, Biden tuvo presiones dentro de su propio gabinete y en otros sectores como el Pentágono, dado que, según se argumentaba, su política de repliegue de Medio Oriente estaba siendo leída como un síntoma de debilidad de la superpotencia, mensaje que no solo era recibido por Irán, sino también por otros como Rusia y China.

3. De modo que su decisión fue otorgar un respaldo a Israel sin precedentes en términos de sus confrontaciones previas con Hamás. Esto no solo ha incluido la provisión de las armas necesarias que ese país necesita para su guerra (reportes recientes documentan un puente aéreo de transferencia de armas justamente sin precedentes), sino un importante escudo diplomático tanto en los organismos multilaterales, como ante toda clase de aliados de ese país, lo que incluye a varios miembros de la OTAN, pero también a diversos países árabes.

4. Todo eso, además, acompañado por otro escudo: la disuasión militar. EU envió dos portaaviones, decenas de aeronaves de guerra y miles de tropas adicionales a la zona, amenazando a Irán y a sus aliados con intervenir en caso de que éstos optaran por atacar a Israel y expandieran el conflicto. Esto último, como podemos observar, se mantiene incluso hasta el día de hoy.

5. Los actos disuasivos han sido respaldados con hechos que ya tienen a tropas estadounidenses materialmente involucradas en el conflicto. Esto se ha podido apreciar con los ataques y represalias estadounidenses contra milicias proiraníes en Irak y en Siria, y con su despliegue naval que intenta contener la ofensiva de los houthies—la milicia rebelde yemení aliada de Irán—en el Mar Rojo en contra de la navegación comercial internacional. Desde prácticamente el inicio de las hostilidades, buques de guerra estadounidenses estuvieron interceptando misiles houthies que eran dirigidos a Israel. Esto sin mencionar los ataques directos de Washington y sus aliados como RU en contra de posiciones houthies en Yemen.

6. La situación, no obstante, ha venido cambiando de formas importantes. Con su ofensiva sobre Gaza y la crisis humanitaria desatada, Israel se transformó narrativamente de víctima de atentados terroristas a victimario de una represalia masiva con decenas de miles de víctimas civiles. Esto empezó a generar una gran presión internacional primero, entre aliados árabes de EU, luego ya también entre aliados estadounidenses de la OTAN y por supuesto en organismos internacionales.

7. Pero más allá de lo internacional, en EU se empezó a producir una presión interna de proporciones mayores. Desde la óptica de infinidad de personas, Biden había otorgado un cheque en blanco a Netanyahu, y, si bien se reconocía el derecho a la defensa de Israel, las víctimas civiles palestinas y la crisis humanitaria tenían que detenerse. Biden sí expresaba frecuentemente que la situación en Gaza era insostenible, pero los hechos no respaldaban sus dichos puesto que el apoyo material y político de la Casa Blanca a Israel se mantenía casi intacto.

8. La protesta interna contra Biden ha incluido renuncias dentro de su propia administración, cartas abiertas, condenas por parte del sector más progresista de su propio partido, y expresiones más recientes como un militar que se inmoló frente a la embajada de Israel en Washington, o bien, el voto de castigo o “no comprometido” que observamos en Michigan y posteriormente en Wisconsin.

9. Esto, por supuesto, se puede observar en una infinidad de encuestas que muestran que el respaldo de la sociedad estadounidense hacia Israel está marcadamente disminuido. Ya una mayoría de personas expresan su oposición a que EU siga financiando la guerra de Israel contra Hamás. Esto es más pronunciado entre sectores jóvenes y liberales. Una encuesta de hace dos meses de Harvard/Harris encontró que 51% de jóvenes en EU respalda “que Israel sea eliminado y el territorio se otorgue a Hamás y a los palestinos”, entre otros hallazgos que reflejan una importante opinión antiisraelí. No obstante, el tema no se limita a estos sectores. La gestión de Biden del conflicto en Medio Oriente es mal valorada por una mayoría de potenciales votantes republicanos y demócratas.

En la encuesta más reciente (The Economist/YouGov, 2024), 57% de las personas que dicen que votarán por Biden piensan que Israel está cometiendo genocidio en contra de civiles palestinos. Solo 12% indica que simpatiza más con la causa israelí que con la palestina; 52% piensa que la respuesta contra Hamás por sus ataques del 7 de octubre ha sido desproporcionada y 53% de futuros votantes de Biden apoya el disminuir la ayuda militar a Israel.

10. Por tanto, es completamente plausible asumir que el tema de Medio Oriente ha sido crucial en el incremento de la desaprobación de Biden en cuanto a su gestión de política exterior en general. De ahí la andanada de declaraciones en contra de Netanyahu y su manejo de la guerra por parte de legisladores demócratas (como el líder del Senado, Chuck Schumer, figuras prominentes del partido como Nancy Pelosi, o incluso el propio Biden).

El resumen es este: (1) En una elección cerrada, en la que ambos candidatos tienen altos niveles de desaprobación en general, se necesita observar con mucho detalle lo que sucede con las percepciones del electorado acerca de temas específicos, la política exterior uno de ellos; (2) Además, justo por la relevancia de determinados distritos ubicados en estados específicos en términos de su impacto en el resultado general, se requiere observar cómo es que esos temas concretos (como la política exterior) afectan la votación en esos sitios que pueden terminar por definir la elección. Michigan y Wisconsin son un ejemplo claro de lo anterior. Por último, (3) por lo que nos dicen las encuestas, y para efectos estrictamente electorales, la presión que Biden está ejerciendo sobre Israel en estas últimas semanas, parece estar siendo leída como “too little, too late”, demasiado poco y demasiado tarde. Esto, en una elección que podría estar definida por unas decenas de miles de votos, puede ser determinante.

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