Temas como la crisis climática, la pandemia, la crisis energética o las disrupciones en las cadenas de suministros, son asuntos muy amplios que no se limitan a lo que pueda suceder en la política internacional o la cooperación entre gobiernos. Sin embargo, las relaciones intergubernamentales sí conforman una parte del complejo entramado del que el sistema global está compuesto, y, por tanto, lo que sucede en encuentros como el del G-20 en Roma, o la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) que en estos días tiene lugar en Glasgow, RU, está fuertemente marcado por la dinámica que gira entre la cooperación y el conflicto entre los estados dentro de la coyuntura actual. En el texto de hoy hablamos de seis factores relacionados, vistos no desde cada uno de los temas especializados, sino desde la política internacional:

1) Estamos apreciando un intento por recuperar una inercia de cooperación multilateral en esta etapa post-Trump, post-nacionalismos, post-yo-primero-ismos, y post-pandemia, aunque en realidad, en ningunos de esos casos es correcto usar el prefijo “post”. Trump sigue ahí, y es imposible descartar su futura candidatura para recuperar la Casa Blanca. Los populismos y nacionalismos gozan de buena salud en muchas partes del mundo, y la pandemia está muy lejos de haber terminado. No obstante, después de varios años de ataques a las instituciones multilaterales y al sistema de arreglos internacionales; después de múltiples tratados rotos y convenios abandonados, y después de experimentar—en serio—los efectos de una crisis sistémica a raíz de la pandemia, sí se puede notar una especie de resurgimiento de una conciencia global, cuando menos entre determinadas dirigencias que están buscando aproximarse a algunas de las medidas requeridas. Esto no implica que no haya problemas en el camino, pero sí se puede palpar una energía que no se observaba en años.

2) En ese contexto, se aprecia en particular, el esfuerzo de Biden para que su país recupere el liderazgo en este tipo de asuntos. El presidente estadounidense está haciendo cuanto puede para restablecer y reforzar las alianzas de la superpotencia que dirige—y reparar el daño cuando se producen diferencias, como se puede observar en sus conversaciones con Macron para remendar la relación tras el asunto del AUKUS y la venta de submarinos franceses cancelada—pero además de ello, mostrarse como un actor responsable que comprende la problemática global, que está dispuesto a comprometerse y ayudar para que otras naciones también hagan lo propio, a fin de mitigar los efectos de las distintas tormentas a las que el globo se encuentra sometido. Esto no está sucediendo de manera simple o libre de obstáculos, señalo apenas tres:

3) El primero, la creciente rivalidad entre las superpotencias se ha hecho presente en estos foros. Las ausencias físicas del presidente chino, Xi Jinping, y del presidente ruso, Putin, tanto en Roma para la reunión del G-20, como en Glasgow para la COP, fueron muy notorias. La conflictiva entre Washington y esos dos países existe desde hace bastante tiempo, pero con Biden, los temas de choque han venido escalando de manera delicada. Esta conflictividad, como es de esperarse, se traslada a los órganos y foros multilaterales. El problema es que, sin una colaboración sustancial y activa entre Washington y las otras superpotencias, es complicado avanzar en varios de los retos globales. Es decir, desatada la dinámica de conflicto y competencia entre los grandes poderes, pareciera que la prioridad está en vencer en la carrera, aún con los costos que ello pudiera suponer en términos de las crisis que afectan a todo el sistema. Hay sin duda, diversos espacios para cooperar, aún bajo la dinámica conflictiva que señalo; lo que pasa es que, en estos días, a esos espacios no se les está permitiendo emerger, lo que habla del complicado estado de las relaciones entre esas superpotencias.

4) El segundo factor, las diferencias de visión entre países industrializados y los menos industrializados, en cuanto a quién debe pagar qué y cómo. Los países menos industrializados han estado buscando que los países más solventes contribuyan con el financiamiento de los costos que supone la transición hacia energías limpias. Los países industrializados prefieren orientar más la discusión hacia las responsabilidades que cada quién debe tomar para reducir las emisiones fósiles. Algunos países indican que sí se pueden efectuar mayores compromisos de reducción de contaminantes, pero solo a cambio de poder contar con el apoyo financiero para lograrlo. Tender puentes entre esas visiones históricamente no ha sido simple. Ahora mismo se han conseguido algunos logros, en efecto, pero son aún insuficientes. La realidad del pasado ha sido que los recursos que se han comprometido han fluido con demasiada lentitud y se necesita mucho más.

5) El tercer factor tiene que ver con las propias dinámicas de política interna en los distintos países. Estados Unidos es un ejemplo vivo. Ahora mismo, mientras Biden estaba en Glasgow empujando para obtener compromisos de distintos países, sus propias iniciativas han enfrentado una enorme oposición, y no solo por parte de republicanos. La porción más importante de la agenda climática de ese presidente, un programa para reemplazar las centrales eléctricas de carbón y gas de EU con energía eólica, solar y nuclear, probablemente se tendrá que eliminar del mayor proyecto de ley de presupuesto que el presidente está intentando pasar en el Congreso. Esto obedece, esencialmente a la oposición de un senador demócrata de centro, Joe Manchin, sin cuyo voto, el proyecto de esta ambiciosa legislación no pasa. El tema refleja lo complicado que es transitar del discurso y las obligaciones globales, a la presupuestación e implementación de las políticas públicas que se requieren.

6) A pesar de todo lo que he señalado, reuniones como la COP26, son fundamentales. “Decepcionante y a la vez crucial”, decía The Economist hace unos días. Decepcionante porque el tiempo se nos ha venido encima, las metas a cumplir son enormes, las fracturas y obstáculos para lograrlas son demasiados, y porque lo que incluso bajo esas enormes complicaciones, sí se logra, resulta insuficiente. Pero al mismo tiempo, todas las COP, y en especial esta, han sido indispensables. Paso a paso, se ha avanzado en una conciencia colectiva para confrontar la idea de que las aspiraciones de mantener nuestro planeta bajo el rumbo que lleva, con una alta dependencia de energías fósiles, será imposible sin sufrir consecuencias letales. Por tanto, incluso con nuestras divergencias, incluso con todos los obstáculos políticos internacionales e internos, sabemos en el fondo que no hay demasiadas alternativas. Así, se han venido consiguiendo compromisos, se ha elevado el costo político por incumplirlos, y se ha logrado, moderadamente, desacelerar algunas de las tendencias.

Hoy, tras casi dos años de pandemia, tras haber comprendido un poco más acerca de las consecuencias de estar adoptando medidas aisladas y de tratarse de salvar cada quién antes que los demás, sin contemplar o evaluar los efectos mariposa que ese tipo de conducta implica frente a una crisis sistémica, aunque no siempre parezca tan claro, se abren ventanas y oportunidades para comportarnos de formas diferentes.

Twitter: @maurimm

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