El terrorismo, lamentablemente, tiene esta impactante consecuencia, mucho más pronunciada en esta era: todos los medios de todo el planeta cubren los hechos de violencia; en todas las redes se comparten videos, fotografías, textos; el evento es reproducido una y otra vez con todos su múltiples efectos psicológicos y políticos potenciados y multiplicados de formas que no siempre comprendemos. Esa es la forma como los perpetradores obtienen la eficacia que deseaban. ¿Cuáles son estos efectos de los que hablo? ¿Cómo es que la combinación de ideologías, en este caso el jihadismo con el antisemitismo y la lucha pro-palestina, es algo cada vez más común? Aun cuando la información disponible sigue siendo limitada, ya es posible hacer algunos apuntes preliminares:
1. Como expliqué apenas hace unos días aquí mismo, el terrorismo no se define por el monto de violencia utilizada ni por el grado de letalidad de un evento —hay ataques mucho más letales que, tristemente, ocurren de forma cotidiana en distintas partes del mundo y que no son terrorismo—, sino por la dimensión del shock producido, el pánico masivo que se esparce, el estrés colectivo en el que penetra una comunidad, el impacto en actitudes, opiniones y conductas, y los efectos en la toma de decisiones de actores que ocupan posiciones de poder. Todos estos elementos se ven enormemente potenciados cuando los hechos reciben una cobertura más amplia y prolongada, cuando la ideología de los perpetradores se propaga más lejos y cuando los algoritmos de las redes mantienen a los usuarios enganchados durante más tiempo en torno al mismo tema. Por ello, un atentado como este hoy tiene muchas más posibilidades de cumplir sus objetivos.
2. Esto nos lleva a recordar la dinámica básica con la que opera un atentado terrorista. En el terrorismo, la violencia y las muy lamentables víctimas son, en realidad, instrumentos para alcanzar la meta central: impactar a una audiencia-objetivo lo más amplia posible. Un acto terrorista es esencialmente un acto comunicativo, un hecho de propaganda que utiliza el poderoso gancho de la violencia contra civiles o actores no combatientes para captar la atención de millones y, una vez en estado de shock, emplear ese terror como vehículo para canalizar ideas o reivindicaciones. De ahí se desprenden fenómenos casi automáticos: debates políticos inducidos por el atentado (por ejemplo, sobre Gaza, la causa palestina o la responsabilidad de Israel), la aparición de seguidores blandos —quienes rechazan la violencia, pero coinciden, en mayor o menor medida, con las motivaciones— y de seguidores duros, que respaldan tanto la violencia como la ideología de los perpetradores. Este último grupo, por supuesto, es mucho más reducido, pero es precisamente de ahí de donde suelen emerger los próximos perpetradores de ataques similares.
3. Con la información de la que disponemos hasta hoy, y considerando tanto otros hechos de violencia ocurridos en Australia como en distintos países del mundo contra comunidades judías, así como la planeación y las amenazas creíbles de atentados que han sido detenidos por las autoridades, es posible identificar lo siguiente en los perpetradores del ataque de la playa de Bondi en Sídney —padre e hijo—: se trata de un atentado que combina antisemitismo con jihadismo, en un contexto en el que ciertas vertientes de la lucha pro-palestina, entre personas o grupos específicos, han adoptado precisamente ese matiz. Para entenderlo, es necesario desagregar cada uno de estos elementos:
a. De acuerdo con las autoridades australianas, se encontraron dos banderas de ISIS en el vehículo de uno de los atacantes. Los servicios de seguridad informaron que uno de los atacantes había sido monitoreado durante 2019 por sus vínculos con ISIS, aunque en su momento se concluyó que no representaba un peligro para el público (ABC Australia, 2025).
b. Esto no constituye un caso aislado. En los últimos dos años se ha observado un patrón similar en distintos atentados y amenazas de atentados contra comunidades judías en países muy diversos. Muchos de estos jihadistas ya mantenían, antes del 7 de octubre de 2023, lazos o afinidades con ISIS u otras organizaciones jihadistas; lo que ocurre es que la guerra en Gaza funciona como un detonante adicional que reactiva o intensifica su visión de la Jihad global.
c. Esto no implica que los atacantes mantengan necesariamente una relación material con ISIS ni que hayan recibido financiamiento o entrenamiento directo por parte de la organización. En la mayoría de los casos se trata de atacantes solitarios o de mini células que operan en grupos de dos o tres personas —con frecuencia familiares—, radicalizadas en línea. A veces este proceso ocurre de manera autónoma; en otras, existe un acompañamiento más directo por parte de reclutadores virtuales que los identifican y los guían durante su proceso de radicalización, e incluso, en algunos casos, los asesoran para la comisión de ataques, como ocurrió de forma recurrente en Europa durante la década pasada.
d. Así, si se confirma lo señalado por las autoridades australianas a ABC, ello se debe a que, en efecto, al menos uno de los atacantes vivió parte de su proceso de radicalización durante la década a la que me refiero, y muy probablemente los “vínculos” mencionados por dichas autoridades estén relacionados precisamente con ese tipo de dinámicas.
e. Dicho esto, a partir del 7 de octubre de 2023 y de la guerra de Israel contra Hamás y la Jihad Islámica, observamos con claridad dos fenómenos en muy diversos países. El primero es el crecimiento del antisemitismo y de los crímenes de odio contra comunidades judías que habitan en esos países —Australia es un ejemplo claro de ello—. El segundo es que, entre ciertos extremistas específicos, muchos de los cuales ya abrazaban ideologías jihadistas, emergió una nueva motivación para atacar: la causa palestina.
f. Pero no la causa palestina entendida como el respaldo al surgimiento de un Estado Palestino, pieza central de la solución de dos estados para dos pueblos. Sino la causa palestina incorporada como parte esencial de la lucha de la Jihad global, tal como la expresó Osama bin Laden años después de los atentados del 11 de septiembre, en donde la venganza contra judíos y occidentales ocupa un lugar central dentro de sus objetivos.
g. El antisemitismo presente en el atentado es, por supuesto, lo más evidente. Se ataca a una comunidad judía en Australia mientras celebra una festividad religiosa, lo que implica la presencia de hombres, mujeres, niños y ancianos que no estaban haciendo otra cosa que practicar sus creencias. Para los perpetradores, sin embargo —tras haber pasado por un proceso profundo de radicalización—, cada una de esas personas forma parte del mal y, desde su lógica, existe incluso un deber de eliminarlas.
h. Sobra decir que las comunidades judías en el mundo están compuestas por una enorme diversidad de personas, con distintos grados de vínculo religioso, cultural o identitario con Israel, que son ciudadanos plenos de los países en los que habitan y que, más allá de la posición política que puedan expresar respecto a Netanyahu o al gobierno israelí, no tienen ninguna responsabilidad en la toma de decisiones de ese Estado. Pero para atacantes que han entrado en el proceso de radicalización que describo, todo esto es irrelevante. No importa si un judío australiano que celebraba Hannukah era de derecha, de izquierda o de centro; si respaldaba o no las políticas de Netanyahu; o si se trataba de un niño sin el conocimiento suficiente para siquiera formarse una opinión. Desde el pensamiento categórico que pasa por el proceso de “desconexión moral” (Moghaddam, 2007), son “todos los judíos”, así en plural, quienes merecen el castigo.
i. Resulta notable, por tanto, cómo el crecimiento de un ambiente de antisemitismo facilita precisamente que, entre personas muy específicas, se detone el proceso de radicalización al que me refiero y que, mediante los actos que perpetran, también se alimente y profundice ese mismo ambiente. La razón es relativamente simple: al inducirse discusiones en el ecosistema mediático e informativo en el que vivimos, lo que se exhibe y se refuerza es la polarización ya existente en torno a temas como el conflicto palestino-israelí. A ello se suma, por supuesto, el uso político que determinados actores —ya sea en Australia, en Israel o en Estados Unidos— deciden dar a estos hechos de violencia para fortalecer sus propios discursos. En ese proceso, los centros pierden fuerza, los polos la ganan y los perpetradores, finalmente, cumplen su misión.
Hay mucho más que decir al respecto. Daremos seguimiento a estos hechos.
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