Trump acaba de sellar un pacto con los talibanes que, según indica el presidente, estaría terminando con la guerra más larga en la historia de EEUU y permitiría ya iniciar el retiro de tropas de ese país. Se trata de un tema que ha quedado obscurecido por otras coyunturas como las primarias demócratas o el Coronavirus, pero que no es, en absoluto, menos importante. Afganistán es el país más violento de todo el planeta. En el Índice Global de Paz ese país está ubicado en último sitio de la tabla. En el de terrorismo es el primero, y es el segundo más violento en el Índice de Paz y Seguridad de las Mujeres. Además, junto con Siria e Irak, Afganistán es el mayor expulsor de refugiados a sitios como Europa. Por consiguiente, la pacificación, el mantenimiento de la paz y la construcción de una paz duradera para ese país, es urgente. No obstante, apenas unos días después de la firma del acuerdo entre los talibanes y Washington, el presidente afgano, Ashraf Ghani, declaró que no liberaría a 5,000 presos talibanes, lo que estaba pactado como precondición para iniciar conversaciones entre los talibanes y dicho gobierno. Y es que, aunque parezca sorprendente, el gobierno afgano casi no ha formado parte de las negociaciones hasta ahora. No en la primera fase. La realidad es que Trump no está pensando tanto en la paz afgana, sino en el retiro de tropas estadounidenses, y su necesidad de mostrarse como un presidente que cumple con su base justo en tiempos electorales en los que no puede darse el lujo de no hacerlo. En el texto de hoy, algunos comentarios al respecto.

Primero, este acuerdo fue negociado entre Washington y el liderazgo talibán en un proceso que lleva ya más de año y medio de duración. Las negociaciones fueron conducidas, de hecho, sin detener la violencia, lo que incluso orilló a Trump a cancelar una reunión con los talibanes en Campo David el 7 de septiembre del 2019 tras un ataque terrorista de una de las agrupaciones talibanas—uno más de los que ocurren cada semana—en Kabul, un ataque con coche bomba que dejó doce muertos (incluido un soldado de EEUU) y decenas de heridos en una zona residencial. Trump en ese punto no podía justificar el seguir negociando con un actor que se mantenía cometiendo atentados. Pero un mes después, las negociaciones continuaron y al final se ha alcanzado un acuerdo que contiene cuatro partes, lo que incluye un calendario para el retiro completo de tropas estadounidenses de ese país, un cese al fuego permanente que por ahora solo amarra un compromiso de “reducir la violencia”, la liberación de presos y el inicio de las conversaciones denominadas “interafganas”, es decir, pláticas entre los talibanes y el gobierno de Ghani a partir del 10 de marzo.  
 
Segundo, el gobierno afgano fue no total pero sí prácticamente aislado de las pláticas en esta primera fase. Es decir, EEUU estimó que este proceso podía y debía ser llevado a cabo en dos etapas distintas. Una, entre la Casa Blanca y los talibanes, y la segunda, una vez alcanzado el acuerdo de la fase inicial, propiciando conversaciones que ahora sí incluyesen a Kabul. Al hacerlo así, Washington buscaba evitar los riesgos que podría conllevar un proceso de negociaciones complejísimo—sobre todo cuando la violencia se encontraba a flor de piel y la más afectada por esa violencia es la sociedad afgana, a quien su gobierno representa—el cual podría romperse con facilidad, o en el mejor de los casos, avanzar de manera mucho más lenta. Trump evaluó que existían condiciones para sacar un pacto lo suficientemente sostenible como para justificar el retiro de tropas de EEUU y dejar lo más escabroso para la siguiente etapa. Al hacerlo de este modo, sin embargo, el gobierno afgano se sintió excluido del proceso y como resultado, pretende demostrarlo enviando mensajes como su negativa a liberar los presos que, según Ghani, él nunca acordó liberar.

Una nota adicional al respecto. La experiencia en negociaciones muestra que cuando un actor es aislado del proceso, éste tiende a convertirse en un “spoiler” o alguien que estropea lo acordado, y puede también tender a radicalizarse. Sin embargo, lo usual es que cuando se habla de aislamiento y “spoilers”, la referencia es a actores no estatales como guerrillas, grupos rebeldes o terroristas o ciertas facciones de estos grupos. Lo interesante del caso afgano es que, en éste, quien sí participa en las conversaciones es el actor no estatal catalogado como grupo terrorista por EEUU—los talibanes—mientras que quien ha quedado excluido del proceso, hasta ahora, es el gobierno, el actor que representa al estado afgano. Y sí, también un gobierno puede comportarse como “spoiler”.

El tercer aspecto a considerar está marcado por las facciones más radicales talibanas. Estas facciones, como lo es la red Haqqani—responsable de decenas de atentados terroristas—estuvieron exhibiendo su músculo a lo largo de todo el proceso de negociación. Algunos análisis indicaban que esto sucedía como una demostración de fuerza para obtener concesiones de Trump. Otros análisis indicaban que había desacuerdo entre las ramas políticas talibanas y su ala operativa. Por ahora, dichas facciones han accedido a obedecer al mando central y poner en marcha la “reducción de violencia” pactada. Sin embargo, dada la reacción del gobierno afgano al no liberar a los presos que en el acuerdo inicial tendrían que ser liberados, o bien, si Kabul toma cualquier otra medida para estropear el proceso, se podrían reactivar las espirales violentas con las facciones talibanas más agresivas. Salvo que ahora, Washington, en teoría, habrá emprendido la retirada.

El cuarto factor consiste en el compromiso talibán de asegurarse que en todo el territorio no haya actividad terrorista. Estamos hablando obviamente no solo de garantizar que los grupos talibanes cesen los atentados, sino de asegurarse de que Al Qaeda e ISIS harán lo propio. Acá vale la pena recordar algunos elementos: (a) Los talibanes se comprometen a ya no patrocinar las actividades de Al Qaeda. Sin embargo, el centro operativo de Al Qaeda hoy se ubica en Pakistán, no en Afganistán. Efectivamente, los talibanes mantienen vínculos con esa organización y aseguran que tienen la influencia necesaria para garantizar que ésta no lleve a cabo operaciones en el territorio afgano. Es posible, aunque hará falta ver qué ocurre con los talibanes paquistaníes, quienes operan de manera independiente y, a veces, contraria a los talibanes afganos. Lo cierto es que, desde hace años, Al Qaeda no es la agrupación que más atentados comete en Afganistán; (b) Lo de ISIS es una historia diferente. La rama denominada ISIS Khorasán (ISIS-K) o la “Provincia Oriental del Estado Islámico” está formada originalmente por extalibanes que se sentían agraviados con la dirigencia talibana, quienes se sumaron a la lucha global de ISIS. Esta rama de ISIS estuvo muy activa durante años en Afganistán, y si bien hoy se encuentra mermada por el combate de la coalición liderada por Washington junto con el gobierno afgano, es importante entender que la ausencia de EEUU representa precisamente el entorno ideal para que su fuerza resurja. Nada garantiza que los talibanes podrán contenerlos.

En suma, más que un final de paz, lo que Trump busca, en tiempos de proceso electoral en su país, es comunicar a su base que él fue el presidente que “sí terminó” con esa “guerra prolongada, ajena y costosa” en la que EEUU no obtuvo “nada a cambio” y pagó caro por luchar conflictos que no le correspondían. Al sacar a sus tropas de ese país, o por lo menos, iniciar el repliegue, está cumpliendo su promesa. Otra cosa muy distinta es construir condiciones de paz para el país más violento del planeta. Eso tardaría mucho más—asumiendo que de verdad se iniciara—que lo que dura el calendario electoral en EEUU, calendario al que Trump necesita adaptar sus decisiones.


Analista internacional.
Twitter: @maurimm

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