Es oficial: Estados Unidos se retira de Afganistán . No será el 1 de mayo, como Trump lo había ya pactado, pero sí unos pocos meses después: el 11 de septiembre, para hacer coincidir a ese retiro con la fecha de los atentados del 2001, los mismos que llevaron a Bush a tomar la decisión de invadir ese país. Esto no significa que la guerra en Afganistán está terminando. Lejos de ello. Aún así, se puede observar que Biden no está tan alejado de Trump en este tema. ¿Por qué? De eso trata el texto de hoy.

Primero, la ciudadanía estadounidense no favorece las intervenciones internacionales largas y costosas. Esto ha sido muy documentado durante la última década. Por ejemplo, una encuesta del 2019 del “Comité Bipartidista por una Política Exterior Responsable” encontró que el 86 % de estadounidenses sentía que el ejército de su país solo debe usarse como último recurso y el 57% piensa que proporcionar ayuda a gobiernos extranjeros es contraproducente. La encuesta muestra un abrumador apoyo para que el Congreso supervise las intervenciones militares de EEUU; 71% de encuestados piensa que el Congreso debería aprobar una legislación que restrinja la acción militar en el extranjero. Una encuesta posterior del Consejo de Chicago para Asuntos Globales indica que solo el 27% de estadounidenses considera que las intervenciones militares hacen que EEUU sea más seguro. Ahora bien, es cierto que cuando a las personas encuestadas se les pregunta si apoyan la lucha contra el extremismo violento en sitios como Irak y Siria , 59% indica que está de acuerdo. Sin embargo, cuando se les pregunta acerca del mantenimiento o incremento en el monto de tropas empleadas, el apoyo se reduce a 41-43%.

Juntando varias de estas encuestas, podríamos decir que la gran mayoría de estadounidenses apoya acciones contra grupos o individuos terroristas, siempre y cuando ello no resulte en intervenciones militares que sean prolongadas como las de Afganistán o Irak. Esto fue detectado y abordado no solo por Trump, sino desde la primera campaña de Obama .

Segundo, el tema financiero. Estados Unidos no tiene ya la capacidad de estar en todas partes del mundo al mismo tiempo, sostener intervenciones largas y costosas, pretender seguir a la vanguardia tecnológica y paralelamente evitar generar una deuda monumental. La intervención en Afganistán que involucró a cientos de miles de tropas estadounidenses a lo largo de dos décadas ha sido una de las operaciones más caras de la historia. Y cuando una superpotencia genera un déficit gigante todos los días, alguien tiene que responder quién paga y cómo se pagan estas intervenciones. Endeudarse hasta el cansancio, y en especial cuando uno de los mayores acreedores de esa deuda es una superpotencia rival—China—no es particularmente estratégico.

Considerando esta serie de factores, la llamada Doctrina Obama buscaba implementar repliegues de tropas, armar y entrenar a aliados locales para que fuesen ellos quienes, con un apoyo estadounidense limitado, ayudasen a avanzar los intereses de la superpotencia y así priorizar, espacios, tiempos y montos de soldados a ser enviados a sitios específicos. Esta estrategia se puede apreciar en sitios como Siria o el Sahel en África , en donde el despliegue de tropas de EEUU durante la era Obama sí existió, pero fue mínimo si se compara con Irak o Afganistán.

Para el caso afgano, Obama trató de implementar esa misma estrategia desde el inicio de su gestión, pero la situación que prevalecía en ese conflicto le impidió lograrlo. Obama, de hecho, tuvo que incrementar drásticamente el monto de tropas ahí desplegadas, el cual llegó a más de 100 mil en 2010. Biden, por cierto, se oponía a ello. Poco después, sin embargo, fue el propio Obama quien inició el retiro de esas tropas, reduciéndolas a 77 mil en 2012; a 46 mil en 2013; a 16 mil en 2014 y a 9,800 en 2015.

Entonces llegó Trump quien, leyendo bien y conectando con esa misma opinión pública, planteaba algo similar, aunque con palabras diferentes. Estados Unidos no tiene por qué ir a países lejanos a pelear las “guerras de otros”, gastar su dinero y pagar con vidas de sus soldados cuando “no obtiene ganancias claras” por hacerlo. Estados Unidos y sus intereses deben ser colocados primero. No los de los demás.

Esto le lleva a negociar un acuerdo con los talibanes afganos, el cual contenía cuatro partes, lo que incluía un calendario para el retiro completo de tropas estadounidenses de ese país (que culminaría el 1 de mayo de este año), un cese al fuego permanente—el cual en realidad solo aseguraba un compromiso de “reducir la violencia”—la liberación de presos y el inicio de las conversaciones denominadas “interafganas”, es decir, pláticas entre los talibanes y el gobierno de Ghani a partir del 10 de marzo del 2020. El gobierno afgano fue no total pero sí prácticamente aislado de las pláticas en esta primera fase. EEUU estimó que este proceso podía y debía ser llevado a cabo en dos etapas distintas. Una, entre la Casa Blanca y los talibanes, y la segunda, una vez alcanzado el acuerdo de la fase inicial, propiciando conversaciones que ahora sí incluyesen a Kabul .

Pasados los meses, sin embargo, las negociaciones interafganas se encuentran estancadas. La violencia, en efecto, se ha reducido, pero no hay evidencias que garanticen el compromiso talibán de cortar sus lazos con Al Qaeda o controlar al terrorismo. Los últimos, han sido meses con atentados sangrientos y muy costosos en vidas civiles. Aún así, el retiro las tropas de EEUU que aún permanecían ahí, inició desde el año pasado. Ahora mismo ya solo quedan en el país unos 2,500 soldados, aunque hay también muchos miles más de contratistas estadounidenses privados.

Biden ha decidido que este repliegue debe continuar. Su visión incorpora varios de los elementos arriba señalados, con un factor adicional: si Washington sigue esperando, nunca habrá condiciones ideales para salirse. Será necesario apoyar a Kabul, pero desde afuera, con inteligencia, con recursos y misiones limitadas.

Las expectativas para la situación de violencia en Afganistán no son alentadoras. Al conocer el anuncio de Biden, los talibanes se retiraron del diálogo que sostenían con el gobierno afgano en Turquía, bajo el pretexto de que Washington estaba incumpliendo su compromiso del 1 de mayo. Pero la realidad es que probablemente los talibanes, sintiéndose libres de la presión estadounidense, se están preparando para un recrudecimiento de la violencia en los próximos meses a fin de reconquistar territorio.

También se piensa que organizaciones terroristas como Al Qaeda o ISIS volverán a afianzar sus posiciones en ese país.

Además de ello, el retiro estadounidense tiene otras implicaciones geopolíticas. Primero, por el mensaje: Estados Unidos se ve obligado a retirarse de su guerra más larga, no porque la “ganó”, sino porque necesita replegarse y replantear sus estrategias. Segundo, por el vacío que se produce en un territorio en el que otras potencias rivales de Washington, como Rusia y China, tienen intereses que seguramente, ahora con la ausencia estadounidense, intentarán capitalizar.

Con todo, hay mucho que reflexionar: ¿Podía Washington permanecer en Afganistán? ¿A qué costo? ¿Habría realmente un momento adecuado para el retiro de tropas? ¿Es papel de Estados Unidos y sus aliados llevar a cabo la “construcción de nación” como ellos llaman a fortalecer las instituciones y la democracia afganas? ¿Pero entonces, es legítimo invadir un país, derrocar a su gobierno y luego simplemente retirarse sin responsabilizarse de la situación de inestabilidad que se deja? ¿Y entonces, no debía Washington devolver el golpe a Al Qaeda y a los talibanes, sus patrocinadores, tras los atentados del 2001? Y si sí, ¿no acaso había diferentes alternativas para combatir al terrorismo que la invasión militar de un país? ¿Se están aprendiendo las lecciones?

No hay respuestas simples. Solo que tenemos que asumir esta realidad: el terrorismo en el mundo no se ha reducido, ha aumentado—mucho—desde el 2001. De todo el planeta, Afganistán ha sido durante la última década, el país más golpeado por ese mal. Además, de acuerdo con indicadores globales, Afganistán es también el país menos pacífico del mundo afectado no solo por esa violencia, sino por muchas otras. Y esas condiciones, lamentablemente, no están por mejorar cuando las tropas de Washington se regresen a su casa.

Analista internacional.
Twitter: @maurimm

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