Lo planteó como una amenaza machista. Dijo que volvería si se daba alguna de tres condiciones: un ataque contra Claudia Sheinbaum, un ataque a (su concepción de) la democracia o un ataque a la soberanía del país. No explicó la primera ni la tercera, pero sí la segunda. Dijo que hay una democracia de las élites y otra del pueblo; o sea, la suya. Y desde que publicó ese nuevo monólogo, los medios y las redes han venido especulando sobre su regreso.

Yo creo que sí debe volver, pero para asumir la responsabilidad sobre el caudal de problemas y tareas que le heredó a Claudia Sheinbaum y liberarla de la carga imposible de la veneración fanática a su liderazgo (tan obvia, que ayer la presidenta celebró siete años, siete, hablando de la “Grandeza” para vender los libros de AMLO). Debe volver para romper de una vez la simulación absurda en la que estamos viviendo, pues todo el mundo sabe quién manda aquí. ¿Para qué discutir con trapecistas y equilibristas si podemos interpelar al dueño del circo?

Que regrese Andrés Manuel para enfrentar la corrupción que sembró en su sexenio. El huachicol fiscal no es culpa de Claudia Sheinbaum , sino de las decisiones atrabiliarias e improvisadas que tomó el presidente para empoderar a una élite, a cambio de su lealtad. Podrá alegar la bondad del pueblo y la herencia de nuestros antepasados, pero nada de eso explica cómo se urdió, bajo la sombra protectora del poder presidencial, la compleja red que operó el robo de combustibles y la evasión fiscal que ocurrió, entre otros latrocinios, a la vista de las autoridades responsables de cuidar nuestro patrimonio.

Que regrese para hacerse responsable de su ceguera o de su complicidad con quienes formaron parte del gabinete de seguridad y se reunían con él todas las madrugadas, mientras se cometían atrocidades en su tierra natal bajo el mando del secretario de seguridad protegido por su amigo y colaborador cercanísimo, o se urdían tramas de corrupción encabezadas por los parientes del secretario de la Marina, o se lavaba dinero en las empresas financieras de su jefe de oficina.

Que vuelva para hacerse cargo de las decisiones que permitieron el crecimiento impune de los cárteles criminales y que dieron lugar a la violencia que ha plagado buena parte del territorio de México. Cuando presidía (oficialmente) el país, dijo que liberó a Ovidio Guzmán para evitar un baño de sangre en Sinaloa que, a la postre, sucedió de todos modos y se ha convertido en una guerra que sigue lastrando a esa entidad.

Que vuelva ya, para hacerse responsable de las decisiones financieras que comprometieron al gobierno actual con deudas enormes, para saciar el costo de la ineficiencia de Pemex, las obras faraónicas que siguen medrando con el presupuesto público y los daños causados al medio ambiente del sureste de México, ya de suyo lastimado por la expansión petrolera y hotelera que lo han devastado desde hace décadas.

La ética de responsabilidad reclama asumir todas las consecuencias por las decisiones tomadas y no solo justificarlas con demagogia. Si ya me parecía mal que la presidenta Sheinbaum haya decidido convertirse en gerente del proyecto político de su jefe, hoy me parece el colmo que aparezca para decir que podría volver si algo no le gusta.

En todo caso, habría que seguir sus métodos y preguntarle al pueblo de México, en consulta pública, si “está de acuerdo o no con que las autoridades competentes, con apego a las leyes y procedimientos aplicables, investiguen y en su caso sancionen la presunta comisión de delitos por parte de Andrés Manuel López Obrador antes, durante y después de su gestión como presidente” pues ninguno de los problemas actuales de México puede achacarse aún al gobierno de Sheinbaum. Que regrese quien los generó a rendir cuentas.

Investigador de la Universidad de Guadalajara

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