Es imposible suponer que la detención de quien fuera titular de la Defensa Nacional será un episodio sin otra consecuencia que el juicio que se seguirá en su contra: Cienfuegos no es García Luna; no es lo mismo. Los motivos que llevaron al gobierno de Estados Unidos a arrestarlo por tráfico de drogas y lavado de dinero tendrán repercusiones inexorables al interior de las fuerzas armadas y eventualmente afectarán el vínculo que el gobierno de López Obrador ha establecido con los militares.

Tras haber expresado de todas las maneras posibles su desconfianza y su desdén hacia la burocracia federal, el presidente se decantó muy rápido por la disciplina partidaria y militar. Del “pueblo uniformado”, que yo recuerde, nunca se ha expresado mal ni ha puesto en duda su lealtad. Todo lo contrario. No sólo puso en manos del ejército el cuidado de la seguridad pública y la hechura de la Guardia Nacional, desoyendo las voces que le advirtieron cien veces sobre el riesgo que se corría con esa decisión, sino que les ha llevado a casi todos los espacios públicos que él ha considerado prioritarios, a pesar de que esas encomiendas han rebasado con creces la esfera de la seguridad nacional y la salvaguarda de la soberanía.

Es evidente que el presidente confía mucho en las fuerzas armadas y, también, que el ejército mexicano no había acumulado tanto poder político ni había cobrado tanta relevancia, desde la presidencia de Álvaro Obregón. Se ha dicho, con razón, que el presidente López Obrador gobierna como si él mismo fuera militar: investido como Comandante Supremo de las fuerzas armadas, espera de sus subalternos obediencia y disciplina, ha organizado a su gobierno con jerarquías rígidas y verticales y conduce a sus huestes con arengas de revolucionario. En apenas dos años, la presencia de los militares es cada día más fuerte en todos los planos de la vida pública y en todo el territorio, incluyendo la política social y la política, a secas.

Es la única organización que habla diario con el presidente; es la única que ha visto su presupuesto acrecentado; es la única que puede darse el lujo de ejercer con libertad los recursos que tiene a su disposición; es la única que no debe rendirle cuentas a nadie más que a su comandante en jefe; es la única que no ha recibido críticas ni ha sido presa del escarnio y la mordacidad cotidianas del jefe del Estado. El ejército mexicano ha sido, de lejos, la institución consentida del sexenio (el ejército, subrayo, no la Marina).

Por eso son tan delicadas las acusaciones formuladas contra el general Cienfuegos. Afirmar que su conducta es cosa individual sería, por decir lo menos, una ingenuidad. El golpe asestado afecta a una buena parte de los mandos militares en funciones y lastimará, irremediablemente, el prestigio largamente aceitado de la institución. Dudo que el manido argumento de las escobas y las escaleras que suele emplear el presidente alcance para salir del paso, pues ahora la escoba es extranjera y las escaleras, mexicanas. Y además, si algo aprecian los militares dignos (lo sé de cierto: soy hijo de soldado) es el patriotismo y su acendrado sentido de la dignidad.

En suma, este desafío no se arreglará repitiendo las palabras que sabemos de memoria, porque la corrupción ocurre invariablemente en redes. Y esta vez, esas redes están atada al corazón del régimen.

Investigador de la Universidad de Guadalajara

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