El futbol es el único deporte global. Sus aficionados alcanzan la mitad de la población mundial, unos cuatro mil millones de personas, según Nielsen, la empresa líder en medición de audiencias.
Su popularidad tiene múltiples fortalezas, entre otras, que es sencillo de explicar y entender en lo básico, pues su expresión más compleja, la profesional, sólo tiene 17 reglas; es también fácil de practicar porque puede jugarse en los más diversos sitios y superficies. ¿Quién no ha convertido todo espacio de cualquier dimensión y geometría y la cancha de casi cualquier deporte en cancha de futbol?
Además, su práctica es accesible a todos los estratos económicos porque sólo se necesita un balón, pero eso es mucha teoría porque en realidad en los hogares, las escuelas, las calles, se juega con una pelota de cualquier tamaño, y en su caso, con una botella de plástico o una lata de refresco vacía. Y si faltan porterías, se habilitan piedras, suéteres o mochilas como postes y ya está.
Por esta sencillez y practicidad, y porque ha funcionado muy bien como espectáculo masivo, la FIFA tiene más federaciones afiliadas que países la ONU: un marcador de 211 a 195.
Los llamados Mundiales han tenido el efecto de concentrar la atención de la comunidad global, de tal manera que cuando dos selecciones juegan un partido mundialista, los países que representan se ponen en pausa y, en el juego que define al campeón, es el mundo el que se paraliza.
Este torneo periódico, conocido también como Copa del Mundo, ha cumplido 95 años de celebrarse cada cuatro. Casi un siglo de Mundiales ha alentado la ascendente exaltación de la fiesta, que se ha realizado en 22 ocasiones desde 1930 (en 1942 y 1948 no se llevó a cabo debido a la Segunda Guerra Mundial).
Este texto quiere ser un reconocimiento a la mayoría de la afición, porque las celebraciones mundialistas han ido alejándose, al menos en cuanto a su presencia en los estadios, de sus más devotos seguidores, a los que se debe en gran medida que el futbol sea el deporte más visto, seguido, celebrado y practicado, sin negar la contribución de cada parte del entramado futbolero: jugadores, equipos, empresarios, federaciones, medios, redes y la FIFA.
Estos aficionados suelen ser fieles a su equipo, tanto si es campeonísimo como si no ha ganado nada, y también al margen de si el equipo es de primera o alguna otra división e incluso si es amateur.
Los aficionados populares llenan estadios, compran boletos, camisetas y souvenirs y siguen con pasión las peripecias de sus equipos y selecciones, y con ese ímpetu fueron durante muchos años quienes dieron soporte a la naciente y creciente tradición de los Mundiales.
Pero la FIFA ha ido elevándose en sus pretensiones y ganancias y ha ido propiciando que, cuando al fin llega la gran fiesta universal del futbol, los precios alejen a la mayoría de sus fieles, que no pueden asistir a los estadios.
Sí, quienes le dan vigor, ambiente, emoción, fervor, porras y cánticos a los miles de partidos que se juegan cada semana en el mundo, ellas y ellos, los que nunca fallan y gastan su dinero y a veces sus ahorros para asistir a los estadios, esos, los aficionados que empeñan su entusiasmo, y algunos dicen que hasta su alma, sencillamente no están invitados.
No, no lo están, porque el Mundial en los estadios es para los pocos que pueden comprar los boletos, cuyos precios son inaccesibles para las mayorías.
Los que le dan vida al futbol durante cuatro años deben ceder sus lugares a quienes pagan altos montos para participar de la gran fiesta de un deporte que, en tiempos de vacas flacas o interés medio, sostienen los aficionados populares.
Qué pena y qué atroz correspondencia.
Especialista en derechos humanos

