La temática de las últimas semanas ha girado en torno a la desigualdad que vivimos en México. Desde la publicación de la reciente encuesta del INEGI, donde vemos la diferencia abismal de ingresos entre ricos y pobres, hasta el estallido en las redes sociales sobre si existe o no la pigmentocracia, tema que Estefanía Veloz puso sobre la mesa. Al final, todo acaba por confluir en los esquemas de desigualdad que perpetramos como sociedad, de los privilegios que solapamos; acaso de la forma más inconsciente posible. Las causas son variadas y de distinta índole. Pero hay algunas fundamentales, profundas, que tenemos tan arraigadas en nuestra psique colectiva que valen la pena recordarlas. Hace unos meses escribí sobre esto, retomo partes del argumento.

Empiezo con eso que atinadamente Fernando Escalante ha denominado como la

, producto de la ideología neoliberal. Esa idea de que cada quien tiene lo que se merece. Que si uno trabaja, le irá mejor. Las conclusiones se antojan casi de sentido común: los de abajo, los pobres, están ahí porque quieren, por flojos. Son sátrapas sociales que no quieren trabajar. Y así la desigualdad es una expresión de la justicia, ya que ésta se produce por el mérito de unos sobre otros. Es más: intentar reducirla, o eliminarla, tendría efectos contraproducentes, ya que al realizar un ejercicio redistributivo –por la vía de impuestos, o de programas sociales, por ejemplo- se eliminaría la responsabilidad individual. Cualquier redistribución del ingreso castiga a los que han tenido éxito –a esos que han ganado más y, por tanto, lo merecen- y reproduce esquemas rentistas, parasitarios, de los menos aventajados.

El resultado es que tenemos una élite con una total falta de empatía. La ilusión meritocrática ha llevado a las élites a pensar en términos binarios en cuanto a lo social: hay exitosos y hay fracasados. Esto es común en la cultura estadounidense desde el siglo XIX, pero como programa ideológico, político y cultural ha tenido tanto éxito que se ha adoptado con naturalidad en casi todo el mundo. Los integrantes de esas élites no solo se precian de ser exitosos, no solo creen que se lo merecen y creen que también los pobres merecen ser pobres porque no trabajan lo suficiente, sino que además no tienen empacho en mostrarlo, en vociferar al mundo cuánto ganan, cuánto tienen, cuánto valen.

El atractivo de la vida de los Mirreyes, su éxito en redes sociales y revistas del corazón, se debe a que son una muestra clarísima de la ideología de nuestros tiempos: no solo gasten, muéstrenlo. Muéstrenlo porque se lo merecen, se lo ganaron de alguna u otra manera. No importa que lo hayan heredado, no importa que hayan tenido oportunidades que el 99% de la población no tiene, tampoco importa mucho que el sistema esté diseñado para privilegiar la concentración de riquezas y privilegios y que sean beneficiarios de eso. No importa que ese sistema esté estructurado de tal manera que color de piel incida en las oportunidades vitales que cada uno tiene (esto es lo que significa “pigmentocracia”, por cierto); y tampoco importa que cada vez

más el mercado vaya estratificando a la sociedad al poner precios prohibitivos a ciertos eventos, en donde la élite se concentra y únicamente se ve al ombligo (este es el punto del debate sobre la Fórmula Uno). Eso es lo de menos. Se lo merecen porque son ricos y son ricos porque se lo merecen, así que no tiene nada de malo que lo ostenten. Al contrario: de esa forma les revelan a los menos aventajados lo que pueden tener, les están haciendo un bien al enseñarles lo que pueden lograr si tan solo se esforzaran un poco, un poquito más.

El problema es que tenemos élites ciegas, que creen que se merecen lo que tienen y no ven que su posición social deviene de una red de privilegios tejida a lo largo del tiempo por diversas circunstancias, en las que ellos no tuvieron nada que ver. Y si no empezamos a tomar consciencia que lo mismo pasa con la pobreza, vamos a seguir viviendo en una sociedad enferma. Punto.

*** 1.Escalante, Fernando, Historia Mínima del Neoliberalismo, El Colegio de México, p. 169. Y conferencia en la Universidad Autónoma de Querétaro: https://www.youtube.com/watch?v=S4vi9WFmCyM


@MartinVivanco

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