El día de ayer renuncié a mi militancia en el PRI . No fue una decisión fácil. Siempre he creído que la militancia política construye identidad y cuando uno elige ese camino, decide en gran medida quién es y en qué cree.

Es una decisión meditada. Ya lo he escrito en otro lado. Nací en una familia de servidores públicos. Desde niño me llamaba la atención que hablaran del “poder” e hice la natural asociación de que la política era la herramienta para poder hacer, poder cambiar, poder influir en los hilos que mueven la historia. La política como capacidad, como posibilidad. Desde muy temprano, esa fue mi vocación.

Años después, llegué a trabajar a la Cámara de Diputados. Ahí conocí verdaderamente al PRI. Ya no solo aquel del que mis padres me hablaban, sino al partido real. Me tocó ver la famosa disciplina interna, que no respondía como muchos piensan a la ausencia de debate, sino a la convicción de que todos eran miembros de un gran todo, que los arropaba y los trascendía. Todo el tiempo se discutía pero, cuando se tomaba una decisión conjunta, había disciplina. Era, legítimamente, un modo de hacer política.

También conocí personajes muy valiosos. Políticos profesionales que no buscaban maquillar su vocación. Eran políticos y políticas que hacían precisamente eso: política. Que sabían de su complejidad y, por eso, se preparaban por décadas para tomar decisiones. Que sabían del valor de la palabra tanto dada, como pronunciada. Que valoraban las ideas porque las veían como el impulso a la acción colectiva y de las que dependía que éstas fueran justas, razonables, eficientes.

Eso motivó mi registro como militante en 2013. Quería ser partícipe de la vida pública. Sabía que el camino era empedrado y cuesta arriba –nadie cede poder, el poder se conquista-, y esas son, aquí y en todas partes, las reglas del juego. Quise participar porque trabajaba con personas que admiro y respeto profundamente. Hoy que está de moda negar el pasado, yo me siento orgulloso del mío. En mi trayectoria profesional, como asesor legislativo, como diplomático, como funcionario público (en la SEP y como delegado federal), trabajé con personas de primera categoría y viví experiencias que me definen hoy como ser humano.

El PRI que yo conocí era el único partido en donde la ideología personal se subyugaba a un proyecto nacional y que, por ello, podía dar cabida a alguien como yo. Por eso milité en el PRI. Fue el único partido que se planteó proyectos de país y los sustanciaba. Durante el siglo pasado fue nutriendo la idea de Estado para dar cabida a las instituciones del siglo XXI. Fue proponiendo, uno a uno el nacionalismo revolucionario, el proteccionismo comercial, el liberalismo económico y, en el 2012, la modernización institucional. Su trayectoria era de vanguardia, de evolución permanente.

Lamentablemente, ese partido, que supo ser oposición en el 2000 y recuperarse en 2012, ya no existe. Y no, no es sólo por la corrupción –sin duda, el gran mal que marca a este partido y a otros-, sino porque fue desvaneciéndose esa vocación creativa que lo distinguió en el pasado. A tal grado, que hoy se ha quedado sin referentes intelectuales e históricos y sin propuesta de futuro.

Por negarse a sí mismo, el PRI perdió identidad y, por tanto, posibilidad de futuro valioso. Cuando fui derrotado en las urnas en el 2018, escribí que el PRI requería de una profunda cirugía. Necesitaba una reflexión urgente y replantearse todo. Dije que debía repensar su relación con la militancia, su ideario, y una estrategia muy bien pensada que le permitiera desconectar las nociones de corrupción y priísmo. No se hizo. Más aún, se ha convertido en muchas ocasiones en uno de los partidos satélite del oficialismo. El momento cumbre de esto, y personalmente el que más me dolió, fue cuando sin chistar votó a favor de la abrogación de la reforma educativa, misma que habían apoyado y promovido tan sólo unos meses antes. A partir de ahí, supe que no había futuro valioso posible.

En la campaña del 2018 aprendí que a la política no se llega para ser estrella, sino sustento. Que la política la hacemos todos, entre todos, para los que más la necesitan. Pero para esto se precisa de ideas claras y de personajes que sean referentes políticos y morales, y se asuman como parte de algo que los trasciende. Hoy, simplemente, no veo eso en el PRI.

Por eso renuncié.

@MartinVivanco

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