Por desgracia, Javier Milei no sólo es un fenómeno político, sino que empieza a convertirse en el símbolo de un libertarismo totalmente desconectado de la realidad. Me preocupa su “éxito” en Davos. Me preocupa que personas que se dicen “intelectuales” puedan aplaudir su discurso sin darse cuenta de todas las mentiras, falacias y los efectos perniciosos que conlleva. Bajo el manto de “¡Viva la Libertad, carajo!”, manda al carajo a la propia libertad.

El pensamiento libertario es cosa seria. Afirma sin cortapisas que la libertad es el valor supremo por excelencia y que limitarla, en principio, es ilegítimo e injusto. Es un pensamiento que viene desde Locke y aterriza en el siglo XX con pensadores de la talla de Hayek y Nozick. Se exalta un tipo de libertad muy específico, la negativa; es decir: aquella que aboga por proteger al individuo de cualquier intromisión en su esfera de derechos. Es una libertad entendida como no interferencia, como esfera de inmunidad ante terceros, y por supuesto, ante el poder. Hasta aquí, todo va bien: una libertad así entendida —como libertad negativa— es condición de posibilidad de cualquier plan de vida y es la semilla de la autonomía personal. El problema es que los libertarios (los Mileis del mundo) la comprenden en un sentido reducido (entronada por la libertad económica) y lo llevan al extremo de despojar a la libertad de todo sentido de realidad y condiciones de posibilidad. Realmente creen que basta con dejar a los individuos en paz —y en el estado de las cosas actual— para que empiecen a cooperar voluntaria y espontáneamente en el mercado. Creen que “la mano invisible” acomodará todo de tal manera que la utilidad generada se distribuirá de acuerdo con el esfuerzo y talento de los que comparecen al mercado. Y ponen al Estado como el enemigo acérrimo de la libertad. Nada más falso.

Hay múltiples ejemplos que demuestran cómo el capital siempre tiende a la acumulación, al punto de generarse lo que se conoce como “Efecto Mateo”, es decir, “al que tiene se le dará más, y al que no tiene, se le quitará lo poco que tiene”. Lo que se acumula no sólo tiene que ver con lo material, es decir, no sólo se acumulan bienes y dinero, sino también poder. Un poder económico que, si no se controla, se vuelve más despótico que el poder político. Ese poder que tiende a buscar la máxima utilidad a costa de la dignidad de las personas e incluso de la libertad. Que no se nos olvide que hasta hace poco la institución de la esclavitud era una realidad (todavía en 1981 era legal en Mauritania) y que hoy hay alrededor de 50 millones de personas que viven en condiciones de “esclavitud moderna”.

Por eso no es cierto que “el capitalismo es justo y moralmente superior”, como lo afirma Milei, ni que “gracias al capitalismo de libre empresa, hoy el mundo se encuentra en su mejor momento”. Eso es, simplemente, falso. Hoy el 10% de la población global vive en pobreza extrema y el 20% en pobreza multidimensional. Estos son 700 millones de personas en indigencia y 1400 millones de pobres. Un mundo tan desigual quiere decir que hay unos seres humanos más libres que otros. La libertad tiene que ver con el grado de autonomía de cada quien, con esa posibilidad de llevar adelante los propios ideales de vida y planes de excelencia. Para eso no sólo se requiere ser dejado en paz por el Estado, sino que se requieren ciertas condiciones para forjar y ejercer la propia autonomía. ¿De qué sirve tener garantizados los derechos de libertad, si no se tiene lo más básico para sobrevivir? ¿De qué sirve tener derecho a la libre expresión, si no se sabe leer ni escribir? Lo que se requiere para defender y garantizar la libertad, entonces, son derechos sociales. Se requiere dotar de condiciones mínimas de dignidad para vivir en libertad.

Así, el pensamiento libertario se muerde la cola: en aras de exaltar la libertad, la destruye. Si no se rectifican las condiciones de desigualdad, la libertad de unos pocos se convierte en el poder de esos pocos frente a los muchos (sometidos). El escenario que proyecta Milei es distópico por donde sea que lo veamos: un mundo de élites con un poder desmesurado e incontrolable, capaces de explotar, despojar y, en resumen, aplastar por cualquier medio a las mayorías.

El discurso de Milei ha sido tan comentado porque conecta con el espíritu de los tiempos: un zeitgeist antiestatista, libertario y antipolítico. Paradójicamente, sólo la política —la buena política— puede garantizar la libertad democrática y, con ella, libertad económica para todas las personas.

Abogado y analista político

X: @MartinVivanco


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