Si a usted le preguntaran si conoce cómo es la sociedad estadounidense respondería con varios lugares comunes forjados a través de los años, a saber: es la cuna del capitalismo, el hogar del American dream, es decir, de un ideal meritocrático sin precedentes donde todos son dueños de su destino y en donde llegan tan lejos como ellos trabajen. También diría que es una de las democracias más antiguas y prósperas de Occidente, con un alto nivel de sofisticación política (aún y con Trump de Presidente) y el país que ejerce el liderato en el “orden mundial” desde, por lo menos, 1991 cuando acaba la Guerra Fría. Probablemente alabaría su sistema económico, sus avances tecnológicos, sus universidades y sus productos culturales masivos, como Hollywood y sus famosos conciertos. Pues bien, qué tal si le digo que muchas de sus apreciaciones están equivocadas o que responden a circunstancias que jamás imaginó.

Esto es lo que hace Jorge G. Castañeda en su libro más reciente: Estados Unidos: en la intimidad y a la distancia. Jorge se dio a la tarea de ir desmenuzando ese cúmulo de lugares comunes que tejen la visión que tienen propios y extraños de EE.UU. e ir contrastándola con hechos, datos, números. A través de ese ejercicio Castañeda logra pintarnos de cuerpo entero al país allende el Río Bravo, pero el fresco que logra es uno sin tamices. Perdonen la referencia filosófica, pero el texto de Jorge parte de la tradición humeana, del hecho a la idea, de la inducción a la generalización y no al revés. Esto permite que vaya destruyendo mitos, cuestionando posiciones dominantes, y resquebrajando enclaves ideológicos muy asentados en la forma en que los estadounidenses se ven a sí mismos y, por tanto, también como los vemos desde afuera.

Empecemos por lo que hoy parecería obvio. Tenemos la idea de que la democracia estadounidense es ejemplar, sin parangón en el mundo; pero lo cierto es que hoy dista de ser así. Castañeda analiza cómo el sistema de gobierno se pensó para otro tipo de sociedad: homogénea y de hombres propietarios blancos.

Hoy que Estados Unidos es un verdadero crisol de distintas comunidades y donde las “minorías” ya ascienden a más 30% de su electorado, el sistema simplemente no funciona. Para muestra, dos botones: todas las argucias de las legislaturas locales para moldear los distritos electorales a su antojo (el famoso gerrymandering) y beneficiar al Partido Republicano, así como el sesgo enquistado en el Colegio Electoral hacia también la derecha republicana. Es impresionante que desde 1992 los demócratas hayan ganado siempre el voto popular –con excepción de la elección de Bush en 2004- y no siempre la Presidencia.

Como diría Judt, algo va mal.

La otra idea es que es un país igualitario, regido por una idea del mérito. Como demuestra Jorge, esta es una verdad a medias. Ha sido igualitario, sí… para los que considera iguales, de nuevo: hombres blancos propietarios, pero para el resto de la población, no, o no siempre. Para las comunidades originarias, los afroamericanos, las mujeres, los hispanos, ese igualitarismo ha operado gradualmente en la medida que han sido incorporados a ese núcleo de ciudadanos plenos, con mucho trecho aún por recorrer. Basta echar un ojo a las protestas de hoy en día para constatar lo profundo del problema de la desigualdad y la discriminación. Lo mismo pasa con el mérito. El sueño americano se basa en una idea de igualdad de oportunidades para todos. Pero en la realidad este opera a favor de sólo ciertos sectores de la sociedad. El problema es que se cae en una especia de falacia. Se dice que el mérito determina el futuro individual, pero no se repara en las condiciones de posibilidad del mérito en sí mismo. Resolver esto, implica dejar atrás las concepciones de la desigualdad como una cuestión de tratamiento igual ante la ley y pasar a una en donde la ley sea el instrumento para derribar las condiciones de opresión que subyacen al propio sistema. Castañeda da cuenta de esto en el libro. En gran medida, las escenas que vemos hoy de brutalidad policiaca en EE. UU. se deben a que el reclutamiento de policías se instauró sobre un sistema basado en el mérito, con la intención de desterrar las prácticas discriminatorias. Pero el resultado fue peor: los que fueron contratados fueron, en su mayoría, blancos. Por la simple y sencilla razón que gozaron –y gozan- de ventajas estructurales que los otros sectores no. El resultado: policías blancos en barrios de afroamericanos, con todos los atavismos racistas que esto implica. De aquellos polvos, estos lodos.

Este tipo de reflexiones pululan en el libro de Jorge: profundas, bien argumentadas y sustentadas. Acaso el principal argumento que recorre todo el libro es como la clase media pujante –y en continua expansión- de Estados Unidos es lo que hizo verdaderamente “excepcional” a ese país durante mucho tiempo. Eso hizo posible que sorteara las vicisitudes económicas del corto siglo veinte (como diría Hobsbawn) sin construir un verdadero estado de bienestar. Los instrumentos de bienestar –seguros de salud, pensiones dignas- estaban atados al empleo y éste tuvo una expansión significativa –por el éxito económico- durante ese periodo de tiempo (el cual, por cierto, ya llegó a su fin y es el principal reto del próximo ocupante de la Casa Blanca). Eso también tuvo otros efectos, en otros ámbitos. Es por esa clase media que se creó la primera –y, otra vez, exitosísima- cultura de masas de la historia y que la cobertura educativa haya aumentado junto con el índice de lectura de forma impresionante durante el siglo pasado. De ahí surge tanto la literatura estadounidense de primer nivel, como el inigualable Hollywood y muchas otras cosas que constituyen, como dice Castañeda, no la cultura sino la “civilización” estadounidense que ha influido a miles de millones alrededor del orbe. Lo excepcional de ese país no es su democracia o sistema económico, sino esa clase media que tuvo éxito, y como tuvo éxito, fueron excepcionales (sí, la idea del excepcionalismo de EE.UU es una gran petición de principio, pero les funcionó muy bien).

Lo que más disfruté del libro es que su autor está en cada página. A diferencia de otros libros eruditos o académicos, donde la seriedad suprime la frescura, uno nota la mirada de Castañeda en el libro. Mezcla en dosis precisas sus experiencias y anécdotas de toda una vida para ilustrar ideas complejas y, posteriormente, fundamentarlas con datos. Y, a pesar de ser muy crítico y mostrar las inmensas contradicciones del coloso del norte –la parte de la batalla por la enseñanza del creacionismo en lugar de la evolución no tiene desperdicio-; uno nota una inmensa admiración del autor hacia ese país. No es para menos, las hazañas que como país han emprendido en poco más de doscientos años son impresionantes y el tesón, la creatividad y la riqueza estadounidense sigue ahí, aunque a veces nos parezca que está en plena decadencia. No lo están y, si Jorge tiene razón, se acercan a un posible momento fundacional donde se replantearán muchas cosas -claro, si gana Biden. En conclusión, lean el libro, no tiene desperdicio.

@MartinVivanco

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