La inminente disolución de la CONAGO debería ser una oportunidad para repensar nuestro sistema federal. Se ha sacralizado tanto el federalismo, que nos ceñimos a criticarlo repitiendo los mismos lugares comunes. Pero de nada sirve la crítica si no tenemos algo claro: el arreglo federal importa en tanto mejore la vida de la gente. Hay tantos estudios, tantos textos que se nos olvida lo más básico, a saber: el diseño en sí mismo cambia la dinámica de la vida de las personas de carne y hueso. El que una materia sea concurrente, coincidente, o coordinada afecta la forma en que nosotros recibimos y disfrutamos bienes públicos. La falta de medicamentos en hospitales; la forma en que se capacitan (o se capacitaban) a los maestros que educan millones de estudiantes; la falta de policías en las colonias y barrios; y un gran etcétera, depende de la coordinación entre los distintos niveles de gobierno. El federalismo, en teoría, está diseñado para hacer de esa coordinación la más eficiente posible. En nuestro país, qué duda cabe, esta eficiencia brilla por su ausencia.

El federalismo no es otra cosa que una forma de organizar y distribuir el poder político en un territorio determinado. En México nos organizamos en tres niveles: federal, estatal y municipal. A diferencia de un Estado unitario o central donde existe un poder único y centralizado, el federalismo aparece como un sistema más flexible en donde se pueden emitir normas de alcance nacional, al tiempo que se dota de autonomía normativa a los estados para responder a las necesidades locales. Es un sistema en donde sobrevuela la posibilidad de administrar las diferencia estatales, al tiempo de igualar a todos los mexicanos en derechos y acceso a bienes públicos.

Visto así, el federalismo parecería algo relativamente simple. Lo que puede la federación, no lo pueden los estados y se acabó. Precisamente el problema es que muchos siguen analizando al federalismo de esta manera, de manera binaria y excluyente. El federalismo que tenemos obedece a una lógica totalmente distinta, no binaria y excluyente, sino cooperativa. Así como el Estado evolucionó de uno liberal clásico hacia uno de bienestar -es decir, de uno donde era menester sólo defender libertades, a otro que exige dotarlas de oxígeno mediante los derechos sociales-; el federalismo evolucionó de arquetipo del modelo estamental donde cada pieza se considera autónoma, a otro donde las nuevas necesidades –el garantizar derechos sociales- demandan un Estado donde todas sus piezas se coordinen para proveer bienes y servicios públicos. Aunque esto que digo parece demasiado simple, en México seguimos atrapados en debates añejos. La dogmática constitucional mexicana todavía debate con fruición soporífera si nuestro sistema es calca del diseñado por Hamilton, o cuáles son los orígenes ontológicos del mismo. Esa conversación pública está lejos de lo que requerimos.

Lo que necesitamos es un debate profundo que parta de una premisa sencilla: tenemos un federalismo que se asienta sobre la incertidumbre y la confusión. Desde que en 1934 se reformó la Constitución para que a través de una ley se pudiera implementar a nivel nacional el programa de “educación socialista” –es decir, el Congreso Federal distribuyó competencias, de iure subordinando a los demás órdenes de gobierno-, hemos hecho del sistema normativo que rige la adscripción de competencias un verdadero galimatías. Para decirlo rápido, para saber qué pueden hacer los estados, la federación y los municipios en casi cualquier materia se requieren tres doctorados, mucha paciencia y saber un poco de arameo. No exagero. Lea usted el artículo 73 constitucional y cualquier ley general y podrá confirmar lo que digo.

La CONAGO se dividió por la descoordinación que devino por la irrupción de la pandemia y por la falta de dispersión de recursos de la federación hacia los estados. Fue un tema eminentemente económico. Pero el problema es mucho más profundo. El problema es que tenemos Gobernadores que no gobiernan: no recaudan impuestos, no se hacen cargo del tema de la seguridad pública y navegan en un mar de opacidad presupuestaria. La manera de resolver esto es la creación de una madeja institucional que propicie el encuentro y acuerdo entre los distintos órdenes de gobierno. Pasa por reconstruir nuestro federalismo para hacerlo uno verdaderamente cooperativo. El momento histórico donde nació esta forma de concebir el federalismo fue después de la crisis de 1929 en Estados Unidos, con el New Deal de Roosevelt. Quizá esta crisis la podamos aprovechar como ellos lo hicieron. Quizá.

@MartinVivanco

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