Soy candidato a diputado federal por Durango. La campaña que me ha tocado vivir durante los últimos mesesha sido peculiar. Al principio pensé que los grandes retos de la campaña serían el respetar las medidas de seguridad e higiene y sustituir la realización de actos masivos por otro tipo de actos de campaña. Pero pronto me di cuenta que el gran reto era otro, acaso mucho más difícil: el sortear profundos desencantos.

Me dirán que esto es moneda corriente en todas las elecciones recientes. Sin embargo, hay algo distinto en lo que vi en estos meses. Lo resumo en un triple desencanto. El desencanto hacia MORENA, hacia los partidos tradicionales, y el desencanto hacia la democracia misma.

Las elecciones del 2018 fueron las de la esperanza. Fue un manotazo en la mesa que quería poner un alto a la corrupción rampante y a la invisibilización de un alto porcentaje de la población: de los marginados del proceso de modernización, de aquellos a quienes las élites despojan de su dignidad de miles de maneras a diario. Todo esto lo canalizó quien hoy ocupa el cargo de Presidente de la República. Supo ver lo que otros no: que la política cercana, de calle, cara a cara, podía destruir a las maquinarias electorales frías y distantes de los partidos tradicionales. Así fue. Las expectativas hacia AMLO fueron enormes y hoy noto un profundo desencanto con su gobierno.

Me dirán que es un presidente muy popular y eso se traducirá en votos. No lo creo. En primer lugar, los ideólogos del régimen están cayendo en un error. Una cosa es la popularidad del Presidente, otra la percepción de MORENA a nivel local y los resultados del actual gobierno en la vida cotidiana de millones de mexicanos. En mis recorridos por todo mi distrito desde enero, me he encontrado más desencantados que entusiastas. Y es que no es lo mismo el norte del país que el centro y el sur. Acá, en el norte, no llegan en igual medida los programas sociales ni ha habido inversiones equivalentes a las que se han hecho en sur. Además, la mayoría de los beneficiarios de los programas sociales no los toman como dádivas, sino como derechos. La medida de chantajear a la gente diciéndoles que si no votan por MORENA esos programas se eliminarán, además de criminal (es un delito electoral) puede ser contraproducente en el sentido de que a la gente le enoja que le “cobren” un derecho.

Lo que he visto son a miles de personas desencantadas con el actual gobierno. Ya sea porque les quitaron programas que les funcionaban (guarderías, Liconsa, Seguro Popular, PROSPERA), ya sea porque ven que nada ha cambiado en su entorno inmediato. Vivimos en un país muy cerca de la ruptura, donde la pobreza se ve en cada esquina y donde millones de mexicanos viven al día. Ellas y ellos pensaron que este gobierno los iba a sacar de ahí, y al contrario, los ha hundido más.

El otro desencanto es con los partidos políticos tradicionales. Para decirlo claro: la gente está harta del PRI, PAN y PRD. Después del 2018 no hubo un ejercicio de reflexión por parte de ellos, no hubo una verdadera renovación de sus dirigencias, no cambiaron sus prácticas ni su vida interna. Para los tres, el 2018 fue un accidente en la historia, un episodio en donde el “pueblo se equivocó”. Esa desconexión con la realidad fue la que los llevó a aliarse en una coalición que ni ellos entienden bien. Lo único que saben es que quieren regresar al poder, pero no saben para qué. En estos meses he platicado con miles de personas –sí, miles- y pocas, si acaso un par de decenas, me han dicho que apoyan a la Alianza. No entienden cómo los enemigos que antes eran acérrimos hoy se unen, no encuentran manera de apoyar a personas que hace unos meses los tildaban del peor mal de este país. El colofón de estos encuentros sin excepción es el mismo: “ahora hasta van unidos”, “siempre fueron lo mismo”. Dependiendo del candidato que hayan postulado en algunos lados, la Alianza puede ganar espacios, pero me atrevo a vaticinar que no les irá tan bien como ellos esperan y que, al contrario, se pueden demoler los pocos resabios identitarios de los partidos coaligados. El siete de junio podríamos presenciar la ruina de los tres partidos de la transición.

Estos dos desencantos derivan en uno tercero: el desencanto con la democracia misma. A diferencia del 2018 (cuando también participé en la contienda electoral), hoy muchísimas personas me dicen que no pretenden ir a votar. Sus razones son múltiples: no sirve de nada porque siempre acaban los mismos, todos son iguales y no ven beneficio alguno para ellos, todos los políticos llegan a servirse y no a servir. Este desencanto es el que más me preocupa. Este se materializa en una manija de la cual se asen los liderazgos populistas más rancios o los grupos criminales que suplantan las funciones estatales. Si no empezamos a dar respuesta rápida y contundente a las demandas de la gente, sino trazamos un verdadero plan de Estado (algo similar a lo que está haciendo Biden en EUA); esto podría desembocar pronto en un colapso muy serio, en varias zonas del país, del propio sistema democrático.

Lo que no han entendido muchos de los comentócratas de este país es que el peligro democrático no es AMLO, sino toda una clase política que lleva desconectada de la realidad varios lustros. Esa clase política incluye, por supuesto, a AMLO, pero lo transciende. Si los que participamos en política no estamos pronto a la altura de las circunstancias; ahora sí, nuestra democracia va a peligrar seriamente. Esta puede ser una de nuestras últimas oportunidades de regresarle algo de dignidad a la política para reconstruir algo parecido a una normalidad democrática. No la desaprovechemos.

El autor es candidato a diputado federal por Movimiento Ciudadano.
@MartinVivanco

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