El filósofo chileno, Carlos Peña, nos recuerda algo fundamental en su columna de este domingo: los elementos más básicos de lo que llamamos racionalidad. Lo hace para, a su vez, criticar la irracionalidad de algunas autoridades chilenas en el manejo del plan de vacunación. Me temo que si Peña detecta este elemento en Chile, en México se asombraría de la cantidad de esferas de la vida pública en las que la racionalidad brilla por su ausencia.

Voy por partes. La racionalidad implica tener una razón para hacer algo. Si usted quiere bajar unos kilos de peso, por lo tanto se ejercitará y mantendrá dieta. Si alguien le pregunta por qué sale a trotar o come verduras en vez de helados y dulces, esgrimirá una razón: su objetivo de bajar de peso. Así, la racionalidad supone una “capacidad de priorizar”, de colocar una razón que guíe su actuar en el mundo. La cadena de acciones presuponen un orden para llegar al resultado deseado. En su versión más moderna -que debemos a Weber- la racionalidad implica atar medios con fines. Los medios anteceden a los fines; unos primeros, otros después. Este ejercicio llevado al plano colectivo implica que quien tiene capacidad de decisión –es decir, quien ejerce el poder político- imponga un criterio que considere el interés de todos los gobernados para obtener ciertos fines públicos.

Cuando las decisiones de los gobernantes no siguen estos pasos tan elementales, surge el desconcierto y vienen los cuestionamientos. Es cierto que muchas veces estos cuestionamientos son descalificaciones sin sustento alguno, pero muchas otras son verdaderos intentos por entender qué es lo que motiva tal o cual decisión. Ante la falta de una explicación convincente viene la crítica, esa que tanto disgusta al Presidente y a muchos de sus más fervientes seguidores. Pero, de verdad, hay tanta tela de donde cortar, tantas piezas que no embonan, que el cuestionamiento es inevitable.

Varios botones de muestra. Si el objetivo de la cancelación del aeropuerto de Texcoco era el ahorro de ese “monumento a la corrupción”, entonces ¿cómo justificar los 330 mil millones de pesos que nos costará su desaparición? Si el fin también era combatir la corrupción, ¿por qué ninguno de sus artífices están en la cárcel?, peor aún: ¿cómo justificar que muchos de los contratistas de Texcoco, hoy lo son de Santa Lucía? La Guardia Nacional se creó bajo el argumento de que sería una corporación civil, ahora ya sabemos que su fisionomía es casi completamente militar, ¿cómo justificar ese cambio? Este gobierno se dice de izquierda, entonces, ¿cómo justificar su respaldo a la candidatura a gobernador de un presunto violador y la invisibilización de los reclamos del movimiento feminista? Si el fin de toda la estrategia del combate a la pandemia ha sido siempre la protección de la salud de los mexicanos, ¿cómo justificar las 180 mil muertes oficiales y un plan de vacunación plagado de incertidumbres? El Presidente ha dicho una y otra vez que nadie por encima de la ley ni el derecho, entonces, ¿cómo explicar que hace dos días se aprobó una reforma a la industria eléctrica contraria a la Constitución y el TMEC (tratado que él mismo firmó, por cierto)?

Lo que quiero decir es no hay que esforzarse mucho por ver la madeja de contradicciones, la falta de prioridades de este gobierno. Falta planeación, estrategia y táctica. Falta reflexión, temple y estudio. Gobernar no es sólo hablar y sostener un diálogo emocional con los ciudadanos. Gobernar es un proceso de decisión continuo y sostenido que pasa, precisamente, por enlazar medios con fines. De muchos medios con muchos fines que entrarán en conflicto y deberán priorizarse unos sobre otros. Y lo más importante: debe explicarse a la población por qué se hace una cosa y no otra. Eso es gobernar racionalmente, lo otro es demagogia.

@MartinVivanco

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