Leo los análisis que se hacen de las elecciones de hace unos días y algo no embona. No hay una correspondencia entre lo que se vio en las campañas, en la calle, y lo que se dice en medios en boca de los comentócratas de este país. Me explico.

Mientras transcurría el ciclo electoral en mi cabeza rondaba un excelente ensayo de Antonio Álvarez Prieto.[1] Ahí señala cómo tendemos a construir nuestra concepción de lo político. Básicamente, vemos lo político a través de dos imágenes que son contradictorias.

Por un lado, está la imagen formal, institucional, de lo que creemos que es la política. Por ejemplo, en una campaña electoral tenemos presente a los partidos, al INE, y una pléyade de candidatos. Vemos a candidatas y candidatos recorrer sus territorios, tener encuentros con la gente, dar a conocer sus propuestas. Bajo esta mirada, las personas reciben las propuestas, las evalúan y ponderan a los candidatos. Y el día de la jornada hay una “fiesta democrática”. Las casillas se instalan y las personas acuden a votar en plena libertad y en pie de igualdad.

Esta sería la imagen normativa, por decirlo de algún modo. Lo que esta imagen refleja es la maquinaria institucional y todos sus engranajes funcionando a la perfección. No es una imagen falsa por el simple hecho de que vemos retazos de lo que ocurre realmente; más bien, es una imagen incompleta.

Al mismo tiempo también vemos otros fenómenos. Se dibuja ante nosotros una imagen informal en la cual todo lo que pasa en el mundo de lo político es una fachada ideológica. Lo que define a esta imagen no es lo que se ve, sino lo que está oculto y pasa en los sótanos del mundo político. Bajo este lente lo que salta a la vista son los líderes que sirven como mediadores del voto y que de eso viven. No lo hacen ilegalmente, no compran el voto, sino que lo inducen. También vemos cómo hay movilizaciones masivas para ir a votar y no sabemos, bien a bien, de dónde salen los recursos que se necesitan para realizarlas. En esta imagen también vemos los arreglos cupulares que parecen ser definitorios de los resultados electorales. La hechura de esta imagen es una de desacatos a la primera imagen descrita en el párrafo anterior. Si la primera es la norma, esta es la realidad que se conforma del devenir de desobediencias particulares a la misma. Y, como dice Álvarez Prieto, “la informalidad y la ilegalidad parecen recaer exclusivamente en la responsabilidad individual”.

Lo que me interesa recalcar es que se nos ha hecho creer que el mundo sólo lo podemos explicar bajo la primera imagen. Seguimos hablando de “estado de derecho”, “aparato jurídico”, “equidad en la contienda” e “imperio de la ley” como si a través de estos conceptos realmente pudiéramos dar cuenta de todo lo que pasa en la política. Es decir, dejamos que la maquinaria institucional opere como la imagen no sólo ideal sino real de lo político, cuando sabemos que esto no es así. Tan sabemos que no es así que lo vemos, lo palpamos en el sentido más sensorial.

Ahorita, por ejemplo, corre la versión de que en el corredor del trasiego de drogas de la Costa del Pacífico hubo un pacto entre el crimen organizado y Morena y que, gracias a ese acuerdo, Morena se llevó todas las gubernaturas en disputa en esa región. Lo que me impresiona es la manera en que se habla de esto en medios nacionales con soltura y, acto seguido, se celebra que los comicios de hace unas semanas fueron la muestra de civilidad más acabada de nuestra historia. El mismo fenómeno pasa cuando se hace un análisis de las causas de las decenas de candidatos asesinados, para luego saltar a otro tema que asume que vivimos en normalidad democrática.

El problema de esto es grave porque sólo logramos explicarnos la mitad de nuestra realidad política. El sesgo con el que analizamos hace que dejemos de hablar de lo importante que no es sólo hacer referencia al aparato normativo formal, sino también al “orden de sus desacatos”. En ese orden habitan las cuestiones a las que necesitamos dar respuesta. Volviendo al ejemplo del supuesto pacto del crimen organizado en el corredor del Pacífico, y parafraseando a Álvarez, lo verdaderamente apremiante es por qué motivos y de qué manera una parte del aparato estatal se coordina con el crimen organizado para hacerse de un territorio tan extenso; de qué forma se combinan las cadenas de mando criminales con la clase política y, sobre todo, qué consecuencias nos deparan este tipo de pactos.

Pero de esto no hablamos porque no encaja con la imagen idealizada que tenemos sobre la vida pública. A lo que debemos aspirar es a tener una imagen unitaria y coherente de la política mexicana actual y eso pasa por integrar la realidad a la norma. Si no empezamos a hacer esto desde ya, no podremos dar soluciones a nada, simplemente porque no entendemos el problema. Y no lo entendemos porque no lo queremos ver.

@MartinVivanco

[1] Álvarez Prieto, Antonio, “Imágenes del orden. Ensayo sobre la percepción de lo informal”, en Escalante, Fernando (comp.), Si persisten las molestias (Noticias de algunos casos de ceguera ilustrada), México, Cal y Arena, 2018.

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