Quien controla actualmente al Senado de la República, no quiere que haya sesiones plenarias virtuales en ese órgano.

Es curioso. La Junta de Coordinación Política de la Cámara Alta hace reuniones a distancia, la Mesa Directiva, también. Las comisiones legislativas han hecho lo propio. La Comisión Permanente del Congreso, igualmente.

También se reúnen en formato virtual muchos Congresos Locales, algunos de los cuales han aprobado reformas constitucionales por esa vía.

El pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación se reúne de manera virtual.

En todos los casos ha bastado un acuerdo. No se han requerido reformas legales y menos aún constitucionales.

Pero ahora se argumenta que debe haber una reforma constitucional para que sean posibles la sesiones virtuales del pleno del Senado.

Esto es absurdo. Las sesiones virtuales son para zanjar una emergencia que estamos viviendo ahora. Hacerlas depender de una reforma constitucional significa mandarlas al túnel del tiempo. Habría que hacer un dictamen, presentarlo al pleno y aprobarlo, mandarlo a la cámara colegisladora, donde comenzaría el mismo procedimiento; si no lo regresa esta a la cámara de origen, enviarlo a los Congresos Locales, para que la mitad más uno lo apruebe. Cuando termine el procedimiento de reforma constitucional, dentro de varios meses, habrá pasado el motivo de la emergencia que hace indispensables las sesiones virtuales.

Hay una vía mucho más corta: la reforma al Reglamento del Senado. No tendría que ser aprobada por ningún otro órgano legislativo, sólo por el Senado.

De hecho, el 19 de marzo, el senador Damián Zepeda presentó una iniciativa de reforma al Reglamento del Senado para realizar las sesiones virtuales y pidió que se aprobara por obvia y urgente resolución. Vi con simpatía esa propuesta. De haberse aprobado, el Senado hubiera trabajado durante un mes más en el periodo ordinario, cuidando la salud y la vida de la comunidad que trabaja en su seno, y estaría listo para las sesiones que fueran necesarias.

Ahora estamos a las puertas de un período extraordinario. No hay acuerdo ni reforma reglamentaria para realizar sesiones virtuales.

Sabemos que un senador, coordinador parlamentario, se contagió de Covid-19. El asesor de otro senador falleció de lo mismo. El funcionario de servicios parlamentarios encargado de auxiliar técnicamente a senadoras y senadores en sus escaños, para registrar electrónicamente asistencias y votaciones, también falleció.

Las dos terceras partes de las senadoras y senadores entran en alguna de las categorías de riesgo: obesidad, tercera edad, hipertensión, diabetes, etc. Pero aún así, quienes dirigen el Senado condicionan la realización de sesiones virtuales a una reforma constitucional.

Escuché a un senador que se ausentó durante una larga licencia y se opuso al aeropuerto de Santa Lucía, afirmar con voz engolada que las sesiones del Senado deben ser presenciales "para apoyar al Presidente de la República".

El apoyo al Presidente no son las sesiones presenciales, sino las múltiples reformas que se requieren para seguir transformando a México.

Acelerar la actividad y el regreso a la nueva normalidad implica acentuar las medidas de protección.

Quienes controlan hoy el Senado tendrán en sus manos la responsabilidad de decidir si cuidan la salud y la vida de la comunidad que ahí labora y propician las bases para que el Senado pueda aprobar con mayor fluidez las reformas que el país requiere.

Senador de la República

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