En una época de cambios fuertes como la actual vale la pena preguntarse de dónde viene el impulso de tales cambios, quiénes los empujan y qué resistencias tienen que vencer.

El ejemplo del Congreso Constituyente de 1917 es sumamente elocuente al respecto.

Son los revolucionarios que están presentes desde el principio en la lucha contra Victoriano Huerta, y no las personalidades que llegan después, los que le dan el sentido histórico al Constituyente de Querétaro.

Francisco J. Múgica cuenta que la mañana del 26 de marzo de 1913 al ser convocados a la firma del Plan de Guadalupe, los jóvenes oficiales “empezaron las propuestas para agregar al proyecto del señor Carranza, lineamientos agrarios y garantías obreras”.

Sin embargo, “Don Venustiano se presentó” para rechazar los agregados con “la promesa de formular el programa social al triunfo de la lucha”, promesa que no cumplió y hubo de ser concretada por aquellos jóvenes en 1917.

El constituyente Juan de Dios Bojórquez relata que por eso el Congreso se dividió en dos bloques: los renovadores y los jacobinos.

“Los renovadores, que se quedaron en México en 1913 y 1914, sancionando los actos o dando fuerza legal al usurpador, habían rodeado en Veracruz a Venustiano Carranza”. Entre ellos estaban Félix F. Palavicini, Alfonso Cravioto, Luis Manuel Rojas y José Natividad Macías.

Por otro lado estaba “el grupo radical de la cámara (...) los ‘jacobinos’ llegaron a ganar votaciones con las cuatro quintas partes”.

Bojórquez refiere el primer gran momento: el artículo 3o. “Al fin se llega a la votación y con 99 votos por 58 de las derechas, se aprueba el dictamen de la comisión. El resultado de esta votación indica en qué proporción están los radicales, jacobinos, izquierdistas del congreso, frente a los liberales clásicos, tibios, de las derechas”. Entre los llamados jacobinos estaban Francisco J. Múgica, Cándido Aguilar, Luis G. Monzón, Heriberto Jara, Luis Espinosa, Antonio Madrazo, Froylán Manjarrez y el propio Juan de Dios Bojórquez”.

Según Bojórquez, los hombres que habían estado desde principios de la revolución votaban siempre como radicales, pues ven en el Congreso la oportunidad de hacer realidad las ideas de reforma social que el Primer Jefe rechazó incorporar al Plan de Guadalupe.

Para el constituyente Pastor Rouaix “los diputados que figuraban en los puestos prominentes de las izquierdas fueron los revolucionarios que habían luchado con las armas en la mano en los campos de batalla”.

Así, Francisco Estrada señala que después de ganar el primer gran debate, sobre la educación pública laica y gratuita en el artículo 3o, los liberales radicales encabezados por Múgica van por el 27, el 115, el 123 y el 130.

Para Tzvi Medina se dieron dos facciones: “la que postulaba un liberalismo clásico y la que postulaba un nuevo liberalismo progresista”.

Con todo lo anterior, Arnaldo Córdova nos obliga a reflexionar lo siguiente: “Si se hubiera aprobado el proyecto de Carranza seguramente habríamos tenido una buena Constitución burguesa, pero nada más (...) las reformas sociales, para Carranza, no eran sino un expediente en la lucha contra el villismo y el zapatismo. En su proyecto de Constitución reformada no se hablaba mínimamente de reformas”.

La grandeza de la Constitución de 1917, consagrada como la primera constitución social del mundo, se debe a la pujanza de esos jóvenes liberales de izquierda, llamados jacobinos o radicales, que incorporaron los derechos a la educación, la tierra y el trabajo, después de vencer a los moderados llamados ahí renovadores.

Senador de la República

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