Según Maquiavelo el príncipe no debe ser “odiado por el pueblo”, debe “huir de los aduladores; procurarse consejos cuando lo requiera y no cuando lo quisieran los demás; preguntar siempre y escuchar pacientemente sobre todo aquello de lo que ha preguntado”. AMLO no es príncipe, pero Maquiavelo lo reprobaría. El domingo veremos si también el electorado lo reprueba.

Se cree que el evento más importante de la historia política reciente de México serán las elecciones del domingo. Con el resultado sabremos no tan solo si AMLO obtiene el refrendo de su actuación, sino si existe todavía un límite a sus pretensiones transformadoras. Si bien debemos esperar que sean los votos los que determinen lo que al país espera en los poco más tres años que faltan, resulta preocupante y mucho, la posibilidad de que, ante un resultado desfavorecedor para Morena, el gobierno desconozca el resultado. El escenario es atroz: un despiadado ataque al INE desde la cúpula del poder puede significar una herida de muerte para la democracia que tanto trabajo ha costado construir.

El punto crucial de la elección es si Morena puede llegar a tener, con sus aliados, mayoría en el Congreso, con lo que pudiera intentar una nueva Constitución o reformas estructurales. Un nuevo texto constitucional le permitiría consolidar su estrategia de destrucción de las instituciones. No habría ya jueces que se opusieran. AMLO podría pensar hasta en reelegirse o ampliar su mandato para lograr su 4T.

La tentación de una nueva Constitución ha estado latente desde hace décadas. El texto vigente es el más longevo en la historia constitucional de México. No es fortuito que lleve más de setecientas modificaciones. No obstante, desde 1917 no se había considerado en serio una nueva Constitución.

Fue precisamente ante las decisiones de los jueces que limitaron los alcances de la Ley de la industria eléctrica y de las reformas a la ley de hidrocarburos, que el presidente amenazó con una nueva Constitución: “Que las reformas van en contra de la Constitución, pues peor para la Constitución, la cambiaremos”, pareciera el razonamiento.

Para reformar la Constitución, la misma establece que se requieren la aprobación de las dos terceras partes de senadores como de diputados, además de la conformidad de 17 congresos locales. ¿Para qué cambiar la Constitución? No solamente terminar de cancelar la reforma energética y suspender el funcionamiento y la creación de mercados energéticos. Además, el presidente ha anunciado abierta y veladamente su intención de cancelar organismos constitucionales autónomos como el Instituto Nacional Electoral (INE), el Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI), el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) y la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece). Regresaríamos a 1970, solamente que sin Beatles y sin Luis Echeverría.

La victoria de AMLO el domingo significaría algo negativo para el desarrollo del país, pero su derrota, de no aceptarla, sería el riesgo de un retroceso democrático. Cualquiera que sea el resultado este domingo mi vaticinio es que el régimen se va a radicalizar mientras la oposición siga sin mostrar un rostro de viabilidad.

Profesor de la UNAM.
@DrMarioMelgarA

Google News

TEMAS RELACIONADOS