No es fácil decidir cuál ha sido el disparate presidencial más evidente. La lista es extensa como las calamidades del país. La agresión a los médicos en plenos tiempos de coronavirus es antológica, un despropósito producto de los demonios sueltos. En el mundo y en México existe consenso de que para enfrentar la pandemia lo más importante son los médicos y sus auxiliares. Atacarlos desde el púlpito presidencial, además de inexplicable es imperdonable. El presidente, una vez más, deja entre millones desencanto y tristeza, en otros aviva el odio.

AMLO, antes que nada político, se refiere con frecuencia a Maquiavelo. Debería recordar la advertencia del florentino respecto al peligro social que representa el odio que inspira un gobernante: Así lo planteó: “Un príncipe no debe dar mucha importancia a las conjuraciones si goza del cariño del pueblo, pero si el pueblo está en su contra y le odia, entonces debe temer a todo y a todos”.

Los problemas políticos de Díaz Ordaz, un presidente odiado, iniciaron con un conflicto laboral con los médicos. A pesar de la gravedad de aquella crisis y no obstante que el presidente autoritario se negó sistemáticamente a recibir a los médicos que solicitaban audiencia, nunca denostó la profesión médica, por el contrario, reiteró su importancia social y mostró respeto.

El presidente López Obrador acusa a los médicos de ser rapaces en su profesión. Jamás supe de médicos que esquilmen a sus pacientes. A lo largo de mi vida han estado presentes, cerca de mis padres, o de mi esposa, o de mis hijos y nietos, o de mí cuando más se ha necesitado. Llegué al mundo gracias a uno de ellos, mi abuelo materno Jesús Adalid Islas, médico militar, fundador de la Escuela Médico Militar. El hermano mayor de mi padre, Leopoldo Melgar Pachianno, habría de dirigir esa heroica Escuela, de la que han egresado familiares cercanos. Mi hermana María Eugenia estudió en la UNAM y ejerció su profesión médica. Como secretaria de Salud en Chiapas, a pesar de las advertencias en contra, al estallar el conflicto zapatista, decidió acudir personalmente con el comandante Marcos para proponerle un plan de atención médica en esa zona del conflicto, propuesta aceptada por los rebeldes.

Los médicos han marcado mi vida personal y profesional. El doctor Ignacio Chávez era el Rector de la UNAM cuando ingresé a la Facultad de Derecho. Mi primer trabajo formal en la Secretaría de Salud me lo confirió, a propuesta de José Francisco Ruiz Massieu, el doctor Guillermo Soberón. Esa oportunidad me permitió conocer, trabajar y trabar lazos de afecto con médicos mexicanos tan notables como los doctores Bernardo Sepúlveda, José Laguna, Jesús Kumate, Julio Frenk y Juan Ramón de la Fuente. Años adelante, José Antonio González Fernández, el primer secretario no médico de la SSA, me invitó a colaborar nuevamente en esa dependencia como Oficial Mayor y reanudar mi compromiso y adhesión con los médicos sanitaristas.

Cuento entre mis mejores amigos a médicos que admiro y aprecio. Son la mejor síntesis de la técnica y del humanismo. Tal vez por ello, la Ciudad Universitaria, ese prodigio arquitectónico del talento mexicano, ubicó en el ala norte a las facultades y escuelas de ciencias sociales y humanidades: Derecho, Filosofía y Letras, Economía y enfrente a las escuelas y facultades técnicas, Ingeniería, Arquitectura, Ciencias Químicas. La Facultad de Medicina de la UNAM está al final del corredor sin ubicarse en ninguno de estos extremos en tanto los médicos son científicos duros, pero declarados humanistas. Lo mejor de las humanidades y las ciencias.

Denostar a los médicos fue un disparate que el presidente llevará a cuestas por resultar injusto, innecesario, inexplicable y condenable. Todo eso, pero además un desplante indigno de un presidente de México.


Profesor de la UNAM.
@DrMarioMelgarA

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