Feliz Navidad queridos lectores
Se ha dicho que México está atrapado entre España y Estados Unidos. Solamente que mientras Estados Unidos nos quitó la mitad del territorio, España nos dio la mitad de la identidad nacional. España es algo más que un referente, es parte de México, es la mitad de su alma nacional. Como le escribió Carlos Fuentes al referirse a la llegada de los españoles: “México ya no era indio ni español, México era mexicano.”
Uno de mis dos hijos se llama Juan Carlos. Ese nombre se lo impuso, en su bautizo en 1975, su hermano Mario, cuando tenía cuatro años. Mario, cuyo título profesional lo firmó Juan Carlos I, escuchó en casa que había un rey recién entronizado en España, llamado Juan Carlos I. Aclaro: no es que seamos monárquicos, por el contrario, acendrados republicanos liberales, como republicana fue varias ocasiones la misma España, por cierto, con pésima suerte.
Familia mestiza, mexicana, Carmela mi amada, la madre amorosa, venía con el origen de España por parte de padre y madre. Así se fue de este mundo para tristeza de todos, pero con su pasaporte español, que legó orgullosa a hijos y nietos. La otra parte de la familia Melgar Fernández, la porción que yo aporté, es originaria de Yanhuitlán, pueblito en la mixteca oaxaqueña, con un convento grandioso, que edificaron los agustinos en tierra de indios, dejando ahí otro sello español.
En estos días de regalos recibí dos libros imprescindibles para explicar algo de España: “Reconciliación” de Juan Carlos I, memoria autobiográfica del atribulado monarca y “Un tal González” de Sergio del Molino, el escritor hispano del momento (Los Alemanes, La Piel, La España Vacía). Curiosamente los dos regalos corresponden a dos visiones del mundo y la vida: la conservadora, cargada a la derecha del rey Juan Carlos I y la fascinante biografía política de Felipe González, el artífice del socialismo moderno español. Ambos textos permiten acercarse al posfranquismo.
México es, como escribe el Juan Carlos I en sus memorias, un poderoso país. El mismo que se escogió, seguramente por ello, para iniciar la celebración de cumbres iberoamericanas (Guadalajara 1991) que está por cumplir treinta ediciones. Estas reuniones de más de una veintena de países son un espacio de diálogo y cooperación.
Mi amigo Héctor Azar, entonces secretario de cultura del Estado de Puebla con el gobernador Manuel Bartlett, me contó que Juan Carlos I visitó Puebla. Le correspondió llevar al rey a visitar la biblioteca Palafoxiana. El rey visiblemente emocionado de la majestuosidad del depositorio de tesoros, fundado en la colonia, la más importante de México y de América Latina, tomó al notable dramaturgo del brazo y le dijo algo así:
—Ve nada más que lo venimos a hacer los españoles a esta maravillosa tierra que ya no es España, pero dejó de ser india.
En días como hoy, en que se celebra Navidad, en que las malas ondas junto con los malos sentimientos se quedan encerrados en el cajón del olvido, para los mexicanos invocar a España y lo español, así como refrendar el pasado prehispánico, es afirmación de nuestra identificación nacional, de nuestro sentido vital, de nuestra personalidad como país. Cómo repudiar a la madre, la que es la madre patria. Al contrario, día propicio para evocar lo que nos dejó, nada menos que la mitad de lo que somos.
España está en cada uno de nosotros, así es, sin que afecte que alguno que otro lo niegue o reniegue del pasado español; algo inevitable en tanto no faltan las ovejas descarriadas, los espíritus desquebrajados, los enfermos del alma, los acomplejados, los resentidos.
México es, como escribió el rey, un poderoso país, el que cuenta con la mayor personalidad en el continente americano. No la perdamos en un falso dilema.
Profesor de derecho constitucional en la UNAM.

