No se aguantó Trump ni un día. Los asistentes no se quitaban todavía los tapabocas que usaron en la ceremonia de la jueza Ginsburg, —tapabocas no todos luctuosos, pues contrastaban los de colores claros—cuando filtró la noticia: la sucesora De Ginsburg: Amy Coney Barrett.

A sus 48 años, Barret será la jueza más joven de la Suprema Corte de EU. Como sus integrantes son designados de por vida, si observan buena conducta, estará 30 o 40 años, sin que nada pueda hacerla renunciar. Consolidará el bloque conservador (6-3) que detendrá los criterios liberales. Algunas tesis reiteradas podrán modificarse como el derecho al aborto. Otro asunto de inmediata atención será la revisión judicial del sistema de salud. Determinar la constitucionalidad de la ley (Obamacare), una de los blancos de ataque del trumpismo al legado de Obama. Ese será en noviembre, uno de sus primeros asuntos, el país entero estará pendiente de su voto, aun cuando ya se sabe el sentido del mismo.

Con el nombramiento, Trump consolidará su legado y aun perdiendo la presidencia se vanagloriará de haber dejado un país conservador en sus más profundas estructuras, como una Suprema Corte conservadora.

Habrá muchos ataques a la jueza nominada por Trump. Es una mujer distinta a Ginsburg, aunque comparte notas concordantes: las dos fueron destacadas profesoras de derecho; las dos asumen el cargo sin que exista la menor duda de sus convicciones ideológicas, así sean diametralmente diferentes; las dos son bandera de dos polos opuestos de la sociedad, a los que se sirven como modelo: el conservador y el liberal.

Otro punto de contacto común es Antonin Scalia, el destacado juez conservador que murió sospechosamente en una cacería por las praderas texanas. A Scalia, le gustaba la ópera y matar animales, pertenecía a una sociedad religiosa Los Caballeros de San Huberto que honra al patrono de los cazadores. A pesar de su ideología extremadamente conservadora, Scalia fue el amigo más entrañable de la jueza Ginsburg y también fue mentor de Barret. Como ella trabajó con Scalia como secretaria judicial, los compañeros de trabajo la consideraban la preferida del ministro. Como si los extremos pudieran juntarse: Scalia con su colega liberal Ginsburg por un lado oyendo ópera y Barret por el otro, su conservadora discípula, la consentida.

Vendrá una guerra mediática de ataques al historial académico y judicial de Barrett. No obstante, atacar a Barrett puede volverse contraproducente. Se trata de una mujer excepcionalmente dotada en lo personal, político, académico, profesional y familiar. Activista, profundamente religiosa, integrante de grupos católicos activos políticamente. Respetada por alumnos de la Universidad de Notre Dame, le reconocen que a pesar de sus firmes convicciones católicas, no los obligaba a invocar a Dios para iniciar una lección. Integrante de un grupo denominado El pueblo de la Alabanza ha sostenido la necesidad de revisar lo que sucede con el aborto, con la estrategia de impulsar a los estados a que adopten medidas contrarias, en razón de las dificultades jurídica y técnica de hacerlo a nivel federal.

Madre de siete hijos, dos de ellos adoptados de Haití y otro con síndrome de Down, ha hecho una admirable carrera académica y de servicio público, lo que no ha impedido cumplir con sus obligaciones familiares, en una sociedad, como la actual, en la que al menos debe haber dos cabezas: el padre, pero también la madre de familia.

Una de las profesoras más distinguidas en la Universidad de Notre Dame, en alguno de varios de los discursos de inicio de clases señaló: “Si pueden hacerse a la idea de que en la vida el propósito fundamental no es convertirse en abogados, sino saber amar y servir a Dios”. Su mensaje se acomoda muy bien a un país, cuyo ícono central, el dólar, lleva en los billetes impresos la imprescindible frase “In God we Trust”.

Autor de la Suprema Corte de Estados Unidos, claroscuro de la justicia

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