La cárcel era el único destino para , aunque sus relaciones políticas y empresariales lo alejaron por muchos meses del lugar donde nunca pensó estar. La tarde y noche del martes, sus abogados se apersonaron en su domicilio para intentar diseñar una estrategia que lo pudiera librar de la prisión preventiva, pues tenían conocimiento de que la Fiscalía General de la República ( FGR ) le rechazaría el criterio de oportunidad. Sabían también que la probabilidad de que el juez Artemio Cruz les otorgara una sexta prórroga para presentar las pruebas de sus denuncias era alta. Pese a estas sospechas, Lozoya y sus defensores confiaban en que saldría del Reclusorio Norte como llegó: enfundado en su traje de diseñador y en una camioneta particular. Pero la presión pública y política terminaron por dejarlo donde debió estar desde que fue extraditado a México, en julio del año pasado: en una gélida celda donde pasará una de las noches más oscuras de su vida.

Emilio Lozoya

no dejó, ni por un momento, su vida de lujos y derroches, como la que tuvo antes de ser director de y durante los casi tres años que encabezó la principal empresa de México durante el sexenio de Enrique Peña Niet o. La cena en el restaurante Hunan de las Lomas de Chapultepec, el pasado 9 de octubre, fue apenas uno de los desplantes de poder e impunidad que siempre le gustó exhibir. En su cabeza siempre estuvieron latentes las palabras que le dijo a la periodista Bertha Becerra, de El Sol de México, el 26 de octubre del 2019 –ya con una serie de acusaciones de corrupción a cuestas–. “Tengo recursos y tiempo para romperles la madre (a mis detractores)”.

Su vida a salto de mata durante los nueve meses que se mantuvo huyendo de la justicia internacional en Europa estuvo llena de lujos y no fue capaz de alejarse, ni un segundo, de su estilo de vida por lo que buscó refugio entre magnates árabes y rusos en el exclusivo fraccionamiento de La Zagaleta, en la llamada Costa del Sol, un complejo residencial de lujo dónde habitan famosos, jeques multimillonarios y prófugos de la justicia en busca de anonimato. El sitio es tan exclusivo que sólo se entra por invitación o pagando 50 millones de euros por una de las 240 mansiones.

Este estilo de vida y gusto insaciable por el dinero se siguió reflejando tras su extradición a México, con la cortesía de la Fiscalía General de la República que le permitió seguir su proceso jurídico en una especie de libertad condicional, con un brazalete que nunca usó. Un año y cuatro meses Lozoya vivió entre sus casas de la Ciudad de México, Valle de Bravo e Ixtapan, en reuniones donde seguían abundando los vinos caros, las relaciones con sus más cercanos y los negocios.

Emilio Lozoya nunca dejó de hacer negocios: aprovechó el letargo de las autoridades mexicanas para vender propiedades en el extranjero, esconder su dinero en cuentas de paraísos fiscales e incluso pensaba regresar de nueva cuenta al sector energético mexicano, asociado con otros inversionistas. También, como lo reveló la FGR, omitió declarar 2 millones de euros producto de la corrupción de Odebrecht en una cuenta en el extranjero.

Sin embargo, el tiempo y la presión social terminaron por poner a Lozoya en su lugar y rompieron finalmente el presunto pacto de impunidad que hicieron el fiscal Gertz y el padre de Lozoya.

Lo que sigue será un contraataque de los acusados por Lozoya, la Fiscalía y el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, porque, a pesar de los esfuerzos por intentar llamar ante la justicia a los exlegisladores panistas y priistas, así como a Luis Videgaray y Enrique Peña Nieto, no les alcanzó.

Se cierra hoy un capítulo del escandaloso caso de corrupción de Emilio Lozoya y se abren otros, relacionados con nuevas denuncias del exdirector de Pemex, una nueva cacería de la Fiscalía y las negociaciones para reparar el daño. También quizá habrá nuevos privilegios, como el envío de comida del restaurante el Hunan al Reclusorio Norte.

@MarioMal

Google News

TEMAS RELACIONADOS