Desde niño, el mes de septiembre ha tenido un significado especial no sólo por las fiestas patrias y todo lo que ello conlleva, sino porque también eran tiempos de regreso a clases, luego de unas largas vacaciones de verano; de conocer nuevos amigos, enemigos y maestros; además de estrenar uniformes, útiles escolares y hasta zapatos y los tradicionales cortes de pelo -casquete corto- sin patilla, para evitar el jaloneo que algunos maestros proferían entonces a sus alumnos por portarse mal.

Ya en la juventud, el mes de septiembre se empezó a convertir en una pesadilla que cada año sumaba nuevos episodios de terror, por lo menos para los habitantes de esta gran ciudad, empezando con los informes presidenciales de aquella época, donde me tocó ver a presidentes que lloraban, reían y gritaban con tal intensidad que, a veces, daban miedo. Personajes siniestros como el negro Durazo, la Paca, el perro de la colina y Catalina Creel en televisión se tornaron también en leyendas del bajo y alto mundo ante sus fechorías.

Sin embargo, fue a partir de 1985 que el mes patrio se convirtió también en el mes de las tragedias, cuando un sismo de 8.1 grados me despertó abruptamente de mis sueños, mi inmadurez y mi realidad, pues milagrosamente salve la vida de un salto a la planta baja y una corrida hacia la calle que ya quisieran los olímpicos mexicanos para sus marcas.

Nunca pensé que ese acontecimiento se volvería a repetir, menos en la misma fecha, muchos años después. Aunque los sismos de 2017 (7 y 19 de septiembre) me agarraron fuera del país, removieron todos mis recuerdos al ver las impactantes imágenes, tanto en la ciudad de México, como en provincia. Ya en México, este último sismo de septiembre, de más de 7 grados -en la misma fecha-, me hace pensar que la naturaleza también es caprichosa y hace todo para llamar nuestra atención en el mes patrio. Es como si toda la energía se acumulara durante el año, hasta hacer explosión en septiembre, ya sea moviéndose, lloviendo y desmoronándose en lo más frágil.

Si bien hemos avanzado en una cultura de prevención respecto a los sismos, con la llamada alerta sísmica, que nos da algunos segundos para reaccionar, aún falta mucho qué hacer en materia de inundaciones y deslaves, que hoy se han multiplicado, en una clara muestra de que a la naturaleza no le gusta jugar con la muerte como a la mayoría de los mexicanos. Y quizá ese es el mensaje que nos quiere mandar en septiembre: “no estoy jugando mexicanos, esto es en serio”.

Este año la tragedia ha aumentado en el mes patrio con las fuertes lluvias provocadas por la temporada, pero también por huracanes, tormentas y depresiones, que han afectado la mayor parte del territorio, particularmente zonas ya catalogadas de alto riesgo, donde desafortunadamente la gente ha perdido todo, incluso sus vidas. Esas imágenes de ríos de agua arrastrando todo a su paso nos reiteran lo frágiles que somos ante una naturaleza enojada, furiosa y descontrolada por todo el daño que le hemos causado, pues no aguanta más peso sobre su espalda. Al mismo tiempo los deslaves nos remarcan claramente los errores de planeación y desarrollo urbano ante un crecimiento desordenado y anárquico.

Son los sinsabores de un país que ha crecido sin un plan de desarrollo sostenible o sustentable y que toma decisiones políticas y no científicas en la mayoría de los casos; que permite asentamientos en zonas de riesgo ante el temor de enfrentamientos sociales, provocando contradicciones que luego reventarán como en los casos del estado de México -el cerro del Chiquihuite en particular- y la capital misma, las zonas más pobladas del país; aunque sin olvidar a Hidalgo, Tabasco, Oaxaca, Guerrero, Querétaro y toda la franja costera, susceptible a daños constantes por los humores del mar.

No quiero ser supersticioso, pero creo que debemos estar mejor preparados para todo, especialmente en el mes de septiembre, pues la naturaleza nos está mandando señales claras de que hay que cambiar nuestros comportamientos y nuestras rutinas, en particular, aquellas que ponen en riesgo nuestra vida. Enumero algunas medidas que me parecen vitales:

1. Salir de inmediato de las zonas que ya son consideradas de riesgo, sin importar el apego, la costumbre y el patrimonio acumulado, ya que nada es más importante que la vida. En compensación, los gobiernos deberán ofrecer planes para adquirir otra vivienda o departamento en zonas seguras, tomando a cuenta el valor de sus propiedades. Ser mexicano o mexicana no es solamente usar bigote y sombrero y gritar, es también una responsabilidad.

2. Fortalecer los mecanismos de alerta para el caso de lluvias, tormentas, depresiones y huracanes, que establezcan también qué rutas, calles o avenidas son de alto riesgo para transitar. Por ejemplo, en EU -especialmente en zonas de nieve- están claramente señaladas las calles y avenidas de alto riesgo en caso de nevadas, no solamente con letreros, sino con colores en las banquetas, donde el rojo significa peligro. Podríamos hacer lo mismo con nuestros colores patrios, ya que somos tan patriotas y, sobre todo, respetarlos.

3. Realizar campañas permanentes sobre la cultura de mantenimiento en casas, departamentos y negocios, a fin de prevenir accidentes y desgracias. Incluso, se podrían establecer acuerdos con asociaciones de arquitectos, ingenieros y universidades, para realizar inspecciones técnicas, que incluyan un diagnóstico de los riesgos, ya sea gratuitos o a bajo costo. Junto a los cuadros de Hidalgo, Morelos y la Corregidora, también podríamos incluir nuestra prueba de mantenimiento con la leyenda “Viva México Seguro”.

4. Instaurar programas temporales de trabajo antes de la temporada de lluvias, para limpiar, desazolvar y resolver los problemas de drenaje en todas las ciudades del país, que aminoren las probabilidades de tapones y sobresaturación de basura, provocadas por esos malos mexicanos y mexicanas que aún creen que las calles son basureros. Cabrones.

5. Establecer albergues permanentes durante época de lluvias, con la finalidad de ser utilizados de manera inmediata, que incluyan servicios de comedor, atención médica e internet, así como habilitar -donde se pueda- lugares seguros para autos, que también son parte de la tragedia cuando se inundan las calles. Con esos atractivos se podrían romper las resistencias de los afectados para abandonar sus hogares.

Ser mexicano o mexicana debe implicar también una responsabilidad.

Ya sin muchas ganas para celebrar, a nuestro gobierno le da ahora por celebrar los 200 años de la “Consumación de la Independencia”, casi al final del mes, lo cual me parece un exceso, pues ya no queda aliento alguno para más consignas. Por ello, solo diré:

¡Viva México Seguro!

Politólogo y exdiplomático

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