Si tomamos como referencia únicamente el resultado cuantitativo de las elecciones intermedias pasadas -donde no se puede hablar de triunfos contundentes-, veremos que el mensaje principal de los electores fue que ninguna fuerza política en México tiene la capacidad de gobernar por sí sola -a pesar de la mayoría simple de Morena en el congreso-, por lo que requiere del apoyo de sus aliados y, en algunas ocasiones, de la misma oposición, como es el caso de las reformas que necesitan de la mayoría calificada para aprobar legislación.

Si consideramos también el resultado cualitativo de la contienda electoral, encontraremos que el otro mensaje de los votantes es que hay que negociar, dialogar y lograr consensos para avanzar en la agenda del congreso y en las leyes que son necesarias para la vida pública de México. Esa debería ser la línea que debiera seguir el gobierno y la oposición si realmente entendieran a sus electores.

No obstante, por las acciones posteriores que cada uno ha tomado -gobierno y oposición-, pareciera que la consigna entendida fue de mayor enfrentamiento y cerrazón a fin de agravar la polarización política, lo que se traduce también en una mayor división de una sociedad frustrada, que ve con tristeza cómo la política sigue privilegiando la fuerza por encima del consenso y, con ello, la apuesta siempre trágica de optar porque le vaya mal al de enfrente para que me vaya bien a mí.

En primer lugar, el gobierno de Morenarealizó algunos ajustes en el gabinete, donde sobresale el nuevo secretario de Gobernación, yo diría de plena confianza del presidente de la República, pero con el sello característico del trópico para establecer una política firme a través de una relación institucional con una oposición, así como con las organizaciones de la sociedad civil.

Probablemente, la mayoría calificada no obtenida por Morena y sus aliados en 2021 obligó a AMLO a buscar lo que antes no requería: un interlocutor válido con la oposición. Sin embargo, hasta ahora, el diálogo no se ha dado, más allá de ciertos intercambios.

En segundo lugar, destaca la decisión de AMLO en adelantar bruscamente el proceso de la sucesión presidencial, cuando, a menos de la mitad de su mandato, decide abrir sus cartas y ponerlas en la mesa su juego, con objeto de promover desde ahora a sus favoritos. Si bien esta medida ha causado más debate que consecuencias reales, podría provocar -eso sí- dos cosas: una, que AMLO busque desde ahora no sólo quien lo suceda en el cargo, sino -más importante aún- quien continuará con su proyecto; y dos, que, en cierta forma, esta situación distraerá a propios y extraños de la tarea primordial de gobernar.

En tercer lugar, el gobierno presenta en el congreso su primera propuesta de tres grandes reformas constitucionales anunciadas para esta segunda parte del mandato presidencial, en la figura de la reforma eléctrica, sin haber platicado, discutido o debatido su contenido antes, como si estuviera en posibilidad él y sus aliados de aprobar dicha iniciativa sin apoyo de la oposición. Afortunadamente, la realidad se ha impuesto y la discusión se ha aplazado para abril del 2022, lo que dará pie a una amplia reflexión sobre el tema, donde ambas posiciones deberá acercarse, tal y como manda el mensaje del electorado: negociar y consensuar.

Finalmente, la etapa poselectoral ha traído también fuertes e inexplicables críticas de AMLO a varios actores de la clase media urbana, en una especie de exorcismo ideológico que puede dejar a su movimiento sin aliados externos y, lo más grave, sin debate político interno, donde solamente la figura de AMLO podría prevalecer.

Desde la oposición, su actitud tampoco parece comprender el mensaje de las urnas. Primero, enarboló las banderas de triunfo luego de la elección, como si deveras hubiera ganado todo, sin asimilar que un poco más de diputados y algunas alcaldías de la capital no son suficiente para cambiar la correlación de fuerzas, menos el rumbo del país como pretenden. Segundo, refrendó su alianza con el PRI y el PRD, ahora al interior del congreso con la finalidad de no dejar pasar más cambios trascendentales, lo cual no es garantía de nada, pues la calidad de sus aliados estará a prueba. Tercero, cometió un error imperdonable cuando desde el PAN, algunos legisladores fueron agarrados infraganti con uno de los pocos partidos fascista del mundo (VOX), que no sólo no pudieron negar, sino, ingenuamente cobijaron a su líder durante su estancia en México. lo que puede llamarse también un desliz ideológico.

Finalmente, ha confirmado con cierta desilusión que el mayor número de diputados obtenidos en las elecciones intermedias no han sido suficientes para enfrentar a la mayoría de Morena y sus aliados para temas también importantes como es el presupuesto y la llamada miscelánea fiscal, que han pasado sin mayor problema en la cámara de diputados. Para acabar de despertar, el PAN -a través de su presidente- acaba de anunciar que no habrá mucho que hacer en las elecciones de 2022, donde se prevé que buena parte de las gubernaturas quede o vayan a manos de Morena, lo que debería obligarles a un ejercicio de autocrítica, pendiente desde 2018.

Desde la sociedad, la polarización se profundiza aún más al ver que sus líderes no han cambiado su estrategia de enfrentamiento político e ideológico, alimentado también por sus intelectuales, donde, cada uno por su lado, enciende las banderas de la ira y e intolerancia social, sin tomar en cuenta tampoco los mensajes depositados en las urnas. Entonces ¿de qué valió salir a votar si de cualquier manera prevalece el encono político y social?

Urge gobernar bien al país desde la trinchera que a cada quien le haya tocado y, para ello, deben privilegiar los mensajes del electorado: ninguna fuerza es capaz de hacerlo sola, por lo que es necesario alcanzar consensos.

La política es una virtud y no un instrumento de fuerza.

Politólogo y exdiplomático.

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