En política hay una máxima que nunca falla: el trabajo mata grilla. No es casualidad. En este oficio —como en la tierra— la pertenencia es de quien lo trabaja todos los días. Los cacicazgos debieron haberse quedado en el siglo XX, junto con esas mafias del poder que operaban en bloque, negociando a espaldas de la gente y creyéndose eternos. Pero aún hay quienes se resisten a enterrarlos, como si el pueblo hubiera olvidado sus abusos.
En la Miguel Hidalgo lo sabemos bien. Desde hace años, ciertos personajes han querido imponer la absurda idea de que la alcaldía es su “patrimonio”, como si fuera una herencia privada que pueden administrar a su antojo. Hablan de su territorio, su gente, su estructura. Pues se los digo con toda claridad: Miguel Hidalgo no está en renta, no está en venta y mucho menos está sujeta a caprichos personales.
Lo más grave es que, mientras quienes sí trabajamos rendimos cuentas cara a cara con la ciudadanía, esos personajes impresentables recurren a las peores prácticas porriles del PRI de los '70s: mandar grupos de choque con lonas para amedrentar o intentar reventar asambleas. Seamos claros: quien necesita mandar agitadores es porque ya no tiene argumentos, ni trabajo, ni respaldo ciudadano.

Yo, en cambio, lo he demostrado una y otra vez: puedo caminar tranquila por las colonias porque no tengo cola que me pisen. No tengo miedo, porque mi trabajo habla por mí. Mi exigencia es simple y contundente: déjenme trabajar y no estorben. La ciudadanía no merece pleitos inventados ni shows políticos; merece resultados.
La política real no la hacen los caciques de escritorio ni los operadores de ocasión. No se construye apareciendo cada tres o seis años como cometas que brillan fugazmente para después esconderse en la comodidad del aire acondicionado. La política verdadera se hace caminando, escuchando, tocando puertas y entendiendo que cada persona no es un voto más en la lista, sino un ser humano con derechos y la esperanza legítima de vivir con dignidad.
El error más grande que puede cometer un político es tratar a la ciudadanía como piezas de ajedrez que solo se mueven cuando conviene. Esa política caduca ya no tiene cabida. Por eso recorro con convicción no solo las colonias más visibles, sino también aquellas que por décadas fueron condenadas al olvido. Ahí están las mujeres que sostienen a sus familias con esfuerzo, las y los adultos mayores que exigen atención, las juventudes que claman oportunidades reales y las familias que solo piden abrir la llave y que salga agua sin depender de favores.
Y sí, todavía hay quienes actúan como si Miguel Hidalgo fuera su hacienda personal, como si pudieran manipularla a su conveniencia. Lo peor es que ya tuvieron su oportunidad y fracasaron. Hoy también pretenden heredar el poder a fantasmas que solo aparecen en temporada electoral, como si esta alcaldía fuera un negocio familiar.
Pues no: esos tiempos se acabaron. Miguel Hidalgo no necesita capataces disfrazados de líderes. Necesita representantes con convicción, cercanía y respeto por la ciudadanía, que exige trabajo real, no trampas ni simulaciones.
Lo que aquí se construye no depende de permisos de nadie: es derecho de todas y todos. Y mientras tenga la confianza de la gente, seguiré trabajando con la misma firmeza: demostrando que la política no es un botín, ni una herencia, ni un territorio a repartir, sino un servicio público que exige transparencia, dignidad y compromiso.
Que no se confundan: la representación popular no tiene dueños. Tiene habitantes con memoria, con dignidad y con voz propia. Y esa voz siempre será más fuerte que cualquier cacicazgo disfrazado de liderazgo.
PD: Si a alguien le incomoda esta columna, quizá no sea coincidencia… tal vez es porque el saco sí le queda.
Diputada Federal LXVI Legislatura