En la interpretación de populismo es frecuente encontrar opiniones basadas en que el voto ciudadano se compra con prebendas y subsidios, se sugestiona con símbolos que apelan a su inconsciente o se manipula por la superstición de que existe un líder hegemónico benevolente que resolverá necesidades insatisfechas.

Nada más alejado de la realidad: el populismo perdura en el tiempo más por la interacción de ciudadanos racionales con políticos racionales que por las subjetividades compradas o discursivamente creadas mediante símbolos o un ilusionismo. El enfoque del populismo habilita la discusión técnica de posibles instituciones que logren mejorar un sistema democrático.

El verdadero desafío que plantea el populismo instalado en Palacio Nacional está en el orden social elegido como sistema de representación ciudadana argumentando a lo largo de casi dos décadas que la construcción de un liderazgo hegemónico es condición sine qua non para la transformación que el país necesita. En contraparte la democracia republicana argumenta que el mejor orden social de representación social se logra mediante la construcción institucional donde el liderazgo político está sujeto a fuertes restricciones y contrapesos. Estos últimos parecen incomodar a la actual administración que enfrenta una crisis interna: La que niega y subestima el Ejecutivo como mecanismo de defensa primitivo al ser exhibido el modus operandi de las mafias en el poder en la entrega de fajos de billetes de dudosa procedencia.

La constitución de la moral se esfumó en minutos al aparecer el hermano de López Obrador recibiendo dinero del operador del gobernador del PVEM a cambio de favores político-electorales que años después hacen mucho sentido. La pedestre justificación para desmarcarse de la práctica común del video-intercambio entre actores políticos y empresariales comprando beneficios ha pegado en la línea de flotación de la confianza y los principios presumidos. Olvida el presidente y sus asesores que la licitud del recurso lo determina el origen, no el destino.

Sorprende que ante su maniaca insistencia de ventilar las corruptelas de otros mandando al diablo la presunción de inocencia y el respeto al debido proceso no exhiba las de casa. La incertidumbre alrededor de las videotecas ha sembrado el veneno en la esfera del poder. Un gobierno que se presume en transformación requiere que sus miembros operen y se relacionen entre ellos con una alta dosis de confianza. La tensión latente en la cuerda gubernamental resulta del hecho de que unos tiran hacia la destrucción y muy pocos hacia un cambio ordenado.

En la frenética idea de la transformación se incita a la destrucción institucional y a la distracción del caos y del desorden interno.

Una pandemia rebasando en 5 meses el pronóstico catastrófico, un brutal desplome del PIB y una nula gestión de riesgos en casi todas las esferas sin solución clara de la hoja de ruta para construir sobre los escombros es un escenario volátil y peligroso; la transformación no es un proceso lineal y acumulativo ya que conlleva rupturas. Y éstas hay que analizarlas y diseñar las alternativas para evitar y enfrentar la crisis. Lo que está generando el presidente es desconfianza, y con ello debilita y desgasta absolutamente todo lo que gira a su alrededor. Su interés en trastocar la legalidad y la equidad en la próxima contienda electoral puede ser detonador de un contexto social, económico y político no deseable.

Piensen, gracias.

@GomezZalce

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