En el México actual la guerra que innegablemente encabezan las organizaciones criminales en varias regiones demuestra, como describiría el teórico prusiano von Clausewitz, que necesitan cambiar sus formas para poder adaptarse a las circunstancias sociopolíticas variables en que debe ser conducida. Por ello se puede afirmar que en cualquier conflicto resultará vencedor quien tenga el mayor potencial de aceleración y la capacidad de emplearlo de manera eficaz. Michoacán es un claro ejemplo; Aguililla como botón de la disputa, los tenues resultados de los programas sociales, el fracaso de los abrazos y el empoderamiento de criminales desafiando al Estado.

Lo alarmante es el paisaje, la normalidad de los choques entre delincuentes y autoridades y la “pax narca” en algunas regiones que termina con la simulada paz llenándose de narcos.

El país se encuentra en un contexto de peligro multinivel. La recesión económica —negada por supuesto—, la crisis sanitaria y el descalabro brutal en materia de seguridad se suman además a un ambiente diplomático hostil, construido como herramienta neoliberal de pagos y favores así como pirotecnia distractora de asuntos que han pegado en la línea de flotación moral del palacio.

La cuerda política se tensa y al presidente López Obrador se le percibe desencajado, cansado y de mecha corta. Su gobierno sufre una fractura interna ocasionada por él y su idea genial de adelantar una sucesión que “al parecer” forma bandos y desencadena golpes bajos.

Cada mañana con el elaborado script de distraer del cuadro de horror nacional arremete sin matiz alguno contra periodistas y lesiona para el resto del sexenio el papel de la diplomacia mexicana. La incontinencia verbal se ha adueñado del púlpito mañanero y de la actualidad política. Protagonizar declaraciones poco medidas, en muchas ocasiones fuera de contexto y de lugar y con frecuencia fuera de tono irradian el inigualable récord de rencor que tiende a cristalizar una imagen que no corresponde a la de México. Hurgar en el avispero internacional en tiempos de conflictos latentes, agravios históricos y desencuentros sin temor a sufrir daño alguno a la investidura presidencial es vivir, literalmente, en un multiverso.

El presidente debería ser lo suficientemente fuerte como para poder mirar los hechos y protagonistas sin espejos deformantes de sus simpatías y preferencias. El cuarto año de gobierno en la actual coyuntura, lo amerita. El ambiente que se siente tiene sus orígenes en cuestiones profundamente políticas e ideológicas y la crisis en diferentes esferas mantiene polarizados y politizados a amplísimos sectores de la opinión pública. No es un buen escenario para enfrentar la complejidad de los retos. La imagen de un tráiler sin frenos avanzando a gran velocidad, sin conductor en medio de un conflicto latente que se ha dejado crecer, se asemeja a una cuatroté desorientada, fragmentada y con emociones no domadas.

Sin duda ha llegado el momento de hacer esa cacareada pausa. Serenarse, reflexionar, asumir los costos de erráticas decisiones y abrir una ruta diferente para despresurizar la olla social en varios frentes y quizá con esto se evite el crecimiento de ese odio y rencor que envenena el ambiente.

El tiempo —se ha repetido en este espacio— se agota.

@GomezZalce

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