Es innegable que sobre la estabilidad democrática en México se cierne la amenaza de la ingobernabilidad, de la inestabilidad política y de las encrucijadas institucionales a las que puede llevarse al país debido a la escalada de violencia, a la situación económica prevaleciente y a un eventual descontrol inflacionario. Las evidentes dificultades para retornar a un sendero de estabilidad de precios y crecimiento económico —ya comprometido desde 2019— se disiparon con la irrupción de la pandemia y las genialidades del “zar” cuya estrategia ha enlutado a miles de familias mexicanas pese al espaldarazo presidencial sobre su trabajo digno de novela kafkiana.

Más de 800 muertos, según cifras oficiales en un solo día forman parte del cuadro del horror mexicano.

Una parte también de esa imagen donde el ciudadano(a) lo contempla fuera de sí mismo negándose a asumir la experiencia de la destrucción dando lugar a la naturalización de la barbarie; semana tras semana el país da cátedra sobre la normalización de la violencia, muerte y la impunidad que sigue acompañando los asesinatos de periodistas y activistas.

El riesgo de que el crecimiento de la economía esté comprometida como ya lo han advertido diversos organismos y analistas, coloca en serios aprietos no únicamente la transformación cuatroté sino la viabilidad del país donde desde el palacio permea una violencia (verbal) colectiva del primer círculo que “parece ser” constituye un eficaz instrumento de ejercicio del poder.

Esto a la vez que una manifestación del rencor estratégicamente movilizado contra aquellos a los que definen y estigmatizan como enemigos del régimen requeriría un sesudo análisis multinivel que sin duda se complementa tanto en lo político, psicológico y social.

Ello difícilmente puede ser rebatido cuando desde la mañanera se arremete sin matices contra todo aquel que disienta, critique, exponga o publique opiniones cuestionando al gobierno.

Aunque se tienda a mantener los valores y las creencias centrales del movimiento moreno, esto no impide que bajo determinadas circunstancias históricas —como las actuales— se estén modificando actitudes y comportamientos que rayan en ciertos patrones tóxicos.

Y no sólo eso; se convierten en punta de lanza para ser repetidos como dogma de pertenencia. ¿Acaso en el círculo del presidente se pretende adoptar una filosofía de seguridad y defensa basada casi exclusivamente en la obsesión de localizar y destruir a los adversarios políticos internos y externos?

El tiempo no alcanza y López Obrador tiene prisa.

En su carrera demencial vulnera su salud y México no está para tragedias. El contexto es lo suficientemente volátil y delicado como para echar gasolina al fuego social que resiente la brutalidad del escenario económico y sanitario.

En la burbujita del poder debería prevalecer la calma y la mesura ante la tormenta del 2022. La resignación y la obediencia del pueblo bueno y sabio se fracturan cuando se golpea su bolsillo y el agravio y la ausencia de confianza impacta el ánimo de los inversionistas. Mezcla que junto a la omisión y el fracaso en la esfera de la seguridad, alarma a socios estratégicos.

El sombrero de distractores y pirotecnia es insuficiente para aplacar los ánimos de casa y de la oposición en plena ebullición electoral.

Sin embargo, el verdadero riesgo yace en la conjunción de problemáticas y contingencias. Y no parece haber una ruta estratégica para encararlas sino una orquesta de impericias, improvisaciones y terquedades.

En resumen, una pésima combinación.

@GomezZalce