La corrupción estructural con su red de complicidades y colusiones es la que hoy desvirtúa de manera integral al Estado, al mercado y a la sociedad. En las evaluaciones nacionales e internacionales se ha demostrado que la alternancia en el poder en nuestro país no ha significado una reducción significativa en este flagelo que mina todos los tejidos sociales, políticos y económicos. El sismo transformador que México experimenta en la actualidad lo está llevando a un peligroso escenario de deterioro de la relación Estado-sociedad. El resultado no es difícil de pronosticar: un México frente a un futuro de balcanización. En el escenario ya común de normalizar la impunidad y la corrupción, particularmente la de las élites políticas y económicas, los tenues logros de la cuatroté quedaron desdibujados ante el tiradero del caso Emilio Lozoya. El empantanamiento de la rendición de cuentas en estos tres años coincide con el mugrero político-jurídico del arreglón con el exdirector de Pemex. De no ser por la foto —cortesía de Lourdes Mendoza— del delincuente confeso cenando plácidamente con amigos en un lujoso restaurante desafiando al presidente y su tonada contra la corrupción y la sepultura del demoniaco periodo neoliberal, Lozoya Austin seguiría sin ser molestado con el pétalo de un citatorio.

Salvar cara ante esa prepotencia de sentirse protegido por oscuros pactos ha salido carísimo en tiempo y en formas. En unos días López Obrador estará en Nueva York en la sede de la ONU: “Voy a ir a Naciones Unidas el 9 de noviembre y voy a participar en una reunión, voy a hablar de lo que considero el principal problema del mundo: la corrupción que produce desigualdad”, espetó recientemente. El timing de la FGR, después de la ira presidencial, e hilar fino en estas semanas para que Lozoya pisara la cárcel tampoco debió ser tarea fácil. La imagen del fiscal Gertz Manero minada por revanchas personales y desgastada por los pocos resultados en el caso que debió ser el nítido ejemplo de la transformación en el combate a la corrupción, ha sido incorporada al pedestre manual titulado “No es falso, pero no es verdadero”, faltaba más.

El discurso presidencial en la sede de la ONU sobre el principal problema del mundo podría no tener el impacto deseado gracias a la fotografía y al menú del Pato laqueado. Los hechos lapidan las palabras y en ese sentido también transitó el asunto de la Reforma Eléctrica no sólo en la arena legislativa. La misiva firmada por 40 congresistas de Estados Unidos dirigida a cuatro integrantes del gabinete de Joe Biden expresando una “grave preocupación” y los ires y venires del embajador Ken Salazar al palacio alrededor del mismo tema, debieron prender más que una alerta en la relación bilateral que continúa en modo tensión latente en una coyuntura de amplia complejidad.

Hace tiempo que existe una comprensible erosión de la confianza ciudadana en la función gubernamental. Emilio Lozoya en la cárcel no reivindica la propaganda contra la corrupción, pero es una bocanada de aire en el escenario de la normalización de la impunidad definido por la anulación de la rendición de cuentas y el arraigo de la corrupción institucional.

El desenlace del efecto dominó y de las consecuencias de permanecer encerrado en un penal no son difíciles de pronosticar. El affaire Lozoya está lejos de haber finalizado.

@GomezZalce