Los recientes ataques terroristas contra Israel perpetrados por la organización política paramilitar Hamas han desencadenado un largo conflicto latente en la franja de Gaza donde gobiernan desde 2007. La incursión de este grupo considerado terrorista por la Unión Europea y sus aliados mostró la fragilidad del aparato de inteligencia israelí otrora botón de orgullo. La muerte de miles de civiles inocentes, la toma de cientos de rehenes de todas las nacionalidades y la crisis humanitaria derivada del conflicto ha colocado a varios actores internacionales en un delicado punto de inflexión. La región hace tiempo está prendida de alfileres diplomáticos y la escalada de este conflicto tendrá todavía derivaciones, en el corto y mediano plazo, de pronóstico muy reservado.

Una de las complejas aristas de este volátil escenario que contamina el contexto global, es la implementación de la guerra cibernética y de las guerras híbridas. Ambos conceptos pueden solaparse en conflictos contemporáneos debido a la naturaleza interconectada de las operaciones militares y estratégicas en esta compleja era digital.

Sin embargo, mientras la guerra cibernética está centrada en el uso de la tecnología para atacar, defender o influir en sistemas de información y comunicaciones —como ejemplo está el ciberataque de Guacamaya Leaks a los servidores de la Sedena— la guerra híbrida es un concepto más amplio que abarca una variedad de tácticas tanto convencionales como no convencionales con enfoques multifacéticos. Uno de sus objetivos es influir en la percepción pública, debilitar la cohesión interna de un país y/o alcanzar objetivos económicos y políticos.

Estos dos tipos de guerra frecuentemente se combinan en conflictos modernos y se utilizan de manera sinérgica para lograr metas estratégicas. Este escenario que parecería para algunos estar alejado de México es un espejismo; cualquier conflicto que impacta, por un lado las cadenas de suministro y las bolsas mundiales y por el otro, los intereses geopolíticos de los Estados Unidos forzosamente estira la cuerda mexicana alterando el enfoque hacia los actores que suponen ser aliados estratégicos. La lista de desencuentros bilaterales es nutrida y la política exterior sigue estando bajo la batuta de la estrecha y aldeana visión presidencial. Por el contrario, la diplomacia estadunidense hace meses está muy activa, así lo constata el enfoque enérgico y proactivo del embajador Ken Salazar caracterizado por su participación constante y decidida en asuntos que son vistos como amenazas para los intereses de Estados Unidos. El contexto mundial ante la volatilidad en el Medio Oriente y el papel de los actores multipolares los empuja aún más a ampliar el espectro en la esfera de la inteligencia.

No es fortuita la promoción y defensa de políticas comerciales, la búsqueda de alianzas locales para cuestiones de seguridad y de defensa de los derechos humanos que ha encabezado durante meses en suelo mexicano el diplomático estadounidense.

Todas estas acciones y sus resultados deberían ser consideradas en el análisis de la hoja de ruta rumbo al 2024.

La señal morena de sus corcholatas y minicorcholatas sobre la continuación de la transformación y sus políticas fallidas embarradas de ideología populista que han lanzado al país a un abismo de violencia, impunidad y corrupción, es vista hoy como una amenaza latente, no inmediata pero sí en el corto plazo, como parte de la gestión de riesgos.

La duda razonable es si hay alguien en la burbuja del palacio que dimensione las derivaciones de lo que está aconteciendo…

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