La sociedad mexicana vive uno de los años más convulsionados de su historia contemporánea. La fractura construida con el relato mañanero de buenos y malos, ángeles y demonios, blanco y negro, conmigo o en mi contra, empieza a cobrarle facturas a la estabilidad del país, aunque se matice con barniz de popularidad.

El epicentro no es únicamente la complejidad de la transformación emprendida por López Obrador sino la coyuntura en que ésta se da: las secuelas económicas y sociales de una pandemia con su errático manejo, una política de austeridad, los fracasos en la arena de seguridad y en decisiones de política económica.

México entró al tsunami del SARS-Cov-2 con una caída sostenida en 2019 en el crecimiento económico. Es decir, se entró a una tormenta perfecta, según datos del Inegi, con una desaceleración de la economía mexicana . Se debe tomar en cuenta una causalidad compleja de distintas temporalidades en el desarrollo de la descomposición del panorama actual.

Sin duda algunas causas están vinculadas a la dinámica del ámbito internacional que pasaron por el péndulo en la relación bilateral —primero con un gobierno republicano y ahora con uno del partido demócrata — pero una mayoría procede de procesos internos, de luchas intestinas y de un fracaso en los perfiles de la cuatroté para analizar riesgos e implementar soluciones y logística para la cacareada transformación.

La verticalidad de las decisiones combinadas con el parteaguas electoral que disparó la radicalización discursiva del presidente en varios rubros, son factores que se han venido acumulando, articulando y convergiendo en una crisis que parece primeramente política, pero está terminando por afectar hasta los últimos resquicios de la vida social.

La embestida contra la UNAM , que ya lleva varios días en la agenda mediática, tiene varias aristas que se concatenan con la rudeza innecesaria contra la comunidad científica, académica e intelectual. Señalar excesos y presuntos actos de corrupción sin pruebas ni matiz alguno se suman a las condiciones propiciadoras de la polarización política construida en el palacio que está aumentando la confrontación y el enrarecimiento de un clima que es aprovechado por diversos intereses.

Los abrazos para los criminales y la ausencia del Estado en varios territorios están desembocando en una situación insurreccional, Chiapas y el surgimiento de grupos armados y Quintana Roo son ejemplos, el primero de un desgobierno y el segundo, de impunidad para mafias trasnacionales. El sureste, región con enormes desigualdades, carencias y un mosaico de añejas y distintas problemáticas se convierte, con un gobierno emanado de la izquierda, en un riesgo latente donde además la desordenada migración de las caravanas ahonda el conflicto y la crisis in situ.

López Obrador y Morena deberían saber que los índices de pobreza son un foco rojo de ingobernabilidad. Ello en la coyuntura de una sucesión adelantada, decisiones de política en seguridad erráticas y con una narrativa de confrontación diaria que hacen el caldo de cultivo para más polarización.

Arremeter con la tonada del neoliberalismo durante varios días a la UNAM debe ser un asunto estratégico en el tablero del conflicto latente presidencial. Ajustar cuentas con la comunidad universitaria y despertar al Puma debe ser algo más que un distractor.

El asunto es que el presidente está perdiendo de vista el bosque inundado de hojas secas para enfocarse en el árbol de las revanchas. Y basta un cerillo para desencadenar un efecto social, político y económico transversal de proporciones no dimensionadas.

Y en ese tablero todavía falta... la reforma electoral .

@GomezZalce

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